Autorretrato
Yo, que tengo del talado árbol
la cintura,
el temple solemne de un himno,
los cabellos sepultos de una
mina
y la inteligencia de bolsillo
secreto,
jamás he podido
asir un relámpago en su viaje
de sacudida ósea
ni conversar con el venado amamantado
del río
he buscado sin éxito
la línea que se fugue de mi
mano,
el claro día pulsando por mis
venas
o la dura y ronca guitarra de
mi pecho.
Sólo he encontrado —y es lo
triste—
mentiras recurrentes de
personas,
una que otra mecha encendida de
algún sexo,
sótanos escritos en los libros
y nunca
la palabra que me lleve al poema.
Segundo premio en la categoría de ensayo
del Concurso 45 de Punto de partida (UNAM).
Insectario de retórica (Teoría
poética de los insectos)
El
tábano
A
Francisco Trejo
El tábano se enorgullece por tener este
nombre, que goza de la musicalidad de los esdrújulos y zumba como si diera un
discurso socrático. Al ver esa costumbre de acosar a la caballería de los
reyes, los poetas se designaron a sí mismos como “tábanos” y escribieron vastas
sátiras y líneas epigramáticas contra sus monarcas. Se sabe que es costumbre de
los tábanos hembras alimentarse de sangre caliente; no sucede así con los
machos, cuya predilección es el néctar y el polen virgen de las flores.
El epigramista o tábano debe ser incisivo
como un aguijón y procurar en sus poemas la miel de la poesía. La Enciclopedia Espasa, en su edición de
1907, documenta una antigua y desaparecida especie de tábano, encapsulado por
el tiempo en una rica pieza de ámbar. Inevitablemente pienso en los antiguos
epigramistas, griegos, romanos, árabes, que son insuperables. Mi equivocación
es latente: puede que entre nosotros haya algún tábano cuya propia miel le
sirva para compactarlo en otra esfera de ámbar que lo haga pervivir para el
futuro.
La
libélula
A Luis
Flores Romero
De cuerpo alargado y alas finas como
platillos resplandecientes, las libélulas curvan sus pupilas en las márgenes
acuáticas. Son las predilectas de entomólogos y poetas, quizá porque alguna vez
unieron a la retórica con la entomología y la botánica. El nombre libélula fue
acuñado primero en inglés y después en sueco en 1737. El caso que más nos
interesa está registrado por la History
Rhetoric de Sir William Jones: “para minar la pérdida del juicio de
nuestros estudiantes, a causa de los angustiosos conceptos que tenían que
memorizar, y hartos del modo antiguo de hacerlo, optamos por migrar hacia los
insectos. Es así que nos mudamos de la arquitectura, que es un hecho humano, a
los élitros y antenas. Se decidió que por la repetición de sus fonemas, la
libélula ilustraría a la aliteración”.
Aquellos estudiantes evocaban a las
libélulas, a los tábanos, a las mariposas y demás insectos en sus pruebas de
retórica y poética. Sin embargo, luego de descubrir que el olor es mejor
fijador de recuerdos, se decidió mudar hacia las flores. En capítulos
siguientes del mismo libro se lee: “[…] la rosa es la metáfora; el jazmín, la
hipálage; el lirio, la aliteración, porque sabemos que el olfato es superior como
guardián de la memoria”.
Aquí caigo en cuenta de que la escritura de
los poemas venideros es una evocación de aquellas lejanas clases. Los poetas
recuerdan sus instrumentos de trabajo en las flores, pero sucede que algún
vidente va más allá: salta la memoria tenaz del olfato y regresa al original
mundo de los insectos.
Mantis
religiosa
Encargados de encontrar nuevos mecanismos
de tortura, los inventores al servicio de la Inquisición vieron en las mantis
todo tipo de soluciones: unas tenazas que funcionan como rápida estocada, unas
piernas fuertes y poseedoras del impulso de la catapulta, unas mandíbulas para
triturar la carne. En el patíbulo, el verdugo cambió el anticuado látigo por la
polea giratoria; el alfanje, por la cuchilla vertical; la común horca, por el
aro de hierro dividido y unido por dos goznes: esfera que comprimía los cuerpos
en un severo capullo.
Sin embargo, la culpa por la ejecución
crecía obscurantista en el alma de los verdugos. Uno de ellos, cuyo nombre me
he reservado de pronunciarlo aquí, basándose en el ritual de la mantis de
desaparecer al macho durante la cópula, modelaría un nuevo mecanismo que
consistiría en una sola máquina, con sus propios resortes y metales, para que
la figura del verdugo desapareciera. Esta idea nos dio las siguientes máquinas
de tortura: tormento de la rueda, cuya manivela se apretaba más y más hasta
descoyuntar los huesos; tormento de Damiens, en cuya carreta el condenado
desaparecería al ser incinerado por una hoguera permanente, como las llamas del
infierno; tormento de la catapelta, cuya rueda trituraba los huesos y cuyas
tenazas desgarraban la carne a pedazos.
Presenciar una máquina ejecutante, como un
acto divino que funcionaba por sí misma, le devolvió el sosiego a los verdugos
y atormentó por años a la sociedad. El asombro causado por las ejecuciones en
las plazas públicas había cumplido su cometido. Las máquinas mantenían esta
severa inscripción en alguno de sus perfiles: “Nadie (es decir, ningún verdugo)
la está ejecutando: su fuente, su voz, no es el auténtico lugar de la
ejecución, sino la expectación.”
Siglos después, en 1968, esta frase sería
retocada por Barthes en su artículo “La muerte del autor”.
Mariposas
A Rocío
Santiago Flores
Negras como sexos, doradas por crepúsculos,
diurnas o nocturnas, las mariposas ejecutan una constante fuga de sí mismas.
Cuando sobrevolaron los campos y las extensiones verdecidas, rápidamente los
poetas las pincelaron con color y características florales. Así escribió sobre
una flor en un huerto Mohammed Abdalla al Dawi:
En él voltean por el
aura pura,
cual blancas y
encarnadas mariposas,
las hojas de las rosas
que en torno esparce el
viento con dulzura.
Aunque se les igualó con las flores, las
mariposas se sintieron por encima de ellas y volaron dejando una estela de
niños persiguiéndolas, que sólo conservaron la forma de su huida entre sus
manos, quizá porque la belleza debe aparentar la distancia y lo inalcanzable.
Fugándose de sí mismas, las mariposas
mudaron hacia los paisajes nocturnos. Acostumbradas a los fotones del sol,
encontraron una doble desgracia. Atraídas por el taciturno fulgor de las
lámparas, volaron hacia ellas, dando infinitos círculos hasta carbonizarse. Un
religioso y poeta místico vio en ese gesto suicida el amor divino y escribió:
“Amado con amada, amado en el Amado transformada.” Más tarde, Sebastián
Covarrubias anotó, en El tesoro, que la mariposa “es un animalito que se cuenta
entre los gusanos alados, el más imbécil de todos los que puede haber. Éste
tiene inclinación a entrarse por la luz de la candela, porfiando una vez y
otra, hasta que finalmente se quema…”.
Estas líneas significaron para las
mariposas la mayor de las afrentas posibles y, fabricándose sombra y odio por
dentro, cambiaron de coloración. Sus cuerpos se ajustaron a lo oscuro, al
inminente luto. Olvidaron aquel origen divino de su nombre que sumaba el nombre
“María” más el verbo “posar” y desde hace mucho tiempo las hemos visto fijarse
en las esquinas de las habitaciones, anunciándonos con este gesto nuestra
fatídica muerte.
Catarinas
A Dalia
Pineda
Los pintores del rojo de la coralillo
sacudieron sus brochas y tiñeron el caparazón de las catarinas. El mecanismo de
despegue y aterrizaje es la envidia de cualquier piloto aviador. Comprobamos
que cuando sus pequeñas alas tiemblan, parecen una agitada espiga en el aire.
Los lugares predilectos de las catarinas para aterrizar son las flores y las
mejillas femeninas. Me creeréis romántico o cursi pero es cierto.
Entre las historias referidas a este
coleóptero, los manuales de entomología coinciden en ésta:
El joven Yael Rigueira
acomodaba sus colores para pintar un paisaje cuando una catarina se posó sobre
su lienzo todavía blanco. Momento de epifanía: ¿sería posible hacer puntos
multicromáticos sobre este lienzo? […] Luego de trabajar un tratado junto a Seurat,
el puntillismo llegó a convertirse en una escuela pictórica. Como homenaje a la
catarina, Rigueira la retrató con miles de puntos en un enorme cuadro (el
Louvre guarda una copia, que funcionó de inspiración para que Magritte pintara
La pipa).
Se sabe que las catarinas en su mejor
momento consumen una gran cantidad de pulgones, ayudando así a controlar las
plagas de cosechas y jardines. Al igual que las mariposas, las catarinas o
mariquitas gozan de llevar en su nombre el apócope de la virgen María, ya que
son animales benéficos para el hombre.
La
araña
Y,
ciertamente, la más liviana de las casas
(es) la
casa de la araña
si
supieren.
El Corán XXIX, 40
Las variaciones del mito del Minotauro
reinciden en la pesadez de los amplios corredores y las infames galerías.
Regularmente se resalta la cornada furiosa contra los mancebos y doncellas
tributadas. El elemento sutil y salvador de una hebra se contrasta con el
intrincado poder del hombre-toro. La lascivia puede aparecer en un rudimento de
piel y madera o en el encierro dentro de una cámara.
Importa agregar a esa serie de tradiciones
la versión del Asia Menor, recogida no en orfebrería, sino en tapices
coloridos. Anfitrión y terror, inventora e hilandera, se reúnen en un solo
símbolo: la araña. La hacedora del laberinto es la araña, que repite patrones
circulares con su delgadísimo cordel. En el centro no hay un Minotauro sino una
experta tejedora, que en su suspendido afán prepara su afrenta. Como se ve,
esta versión conserva el carácter delicado de la hebra y el fatídico destino de
caer sobre ese enredo. Se entiende, además, que por el trueque lingüístico
entre dos lenguas, entre Ariadna y Aradne, el resultado sea la palabra Aracne.
Ovidio habla de esto en sus Metamorfosis, pero huye de la repetición y olvida
contarnos el mito completo.
Cochinillas
A
Daniel Moctezuma
La cochinilla toma el motivo de la rueda:
en la inclinación recorre las calles de asfalto, evita los charcos de agua con
la poderosa fuerza concentrada en su vientre. Comparables a las bolitas de
plastilina que se fugan de las manos de los niños, las cochinillas buscan los
rincones para no ser pisadas por las suelas de los zapatos. Su kilometraje
compite con el de las rocas que caen por pendientes y peñascos. Rivaliza con
las vueltas de la canica en las manos de un niño que en el afán de derrotar a
su compañero en el receso de clases termina por desgajarse.
En estos tiempos poéticos de lugares
comunes, en este momento en que las palabras transporte y gusano están más
unidas que nunca, regresemos a la cochinilla. Basta revisar algunos poemas
escritos en talleres literarios para comprobar que los poemas dedicados al
Metro registran la gastadísima línea del gusano naranja. Alcemos otro pedestal,
mudémonos a la cochinilla, cuyas escamas se sobreponen una a una para encerrar
en una cápsula diminuta a este ejemplar tipográfico, insigne solitario en el
abecedario de insectos.
Pulgas
Una
noche de pulgas y mosquitos
es
larga noche, pues proscribe el sueño:
aquéllas
saltan sin saber bailar,
y éstos
cantan sin metro.
Ibn Sãra Aš-Šantarīnī
Son continuas enemigas del sueño y compiten
de igual a igual contra el insomnio. Frente a los tules del mosquitero, no hay
nada que nos proteja de las pulgas. Las pulgas son perceptibles en el aire sólo
cuando cambian de lugar y se ocultan en el tejido de las prendas o en el pelaje
de los perros. A la flautilla chillona que delata a los mosquitos corresponden
las torpes patas de las pulgas que las hacen tropezar de cuando en cuando.
Las pulgas aguantan pocas pulgas: apenas y
hemos aseado un poco las habitaciones y ya empiezan patas arriba a hacer
rabietas. Algunas veces el año está de pulgas y uno no sabe cómo exterminarlas.
Ocupan cualquier sitio, incluso los más insospechados. Por la noche, el
insomnio nos echa la pulga en la oreja y allí anda uno recordando cómo se debe
respirar, cambiando de lado de la cama, calculando el peso de los párpados en
la jornada sin sueño.
El siglo xix y su creciente afición por los
espectáculos hizo que alguien ideara un circo de pulgas. Aquí algunos puntos de
un manual escrito por el polaco Wilhem Doot:
1. Para quitar esa
creciente afición hacia los saltos basta meterlas en cajitas planas.
2. Por la potencia de
sus piernas, las pulgas pueden cargar ochenta veces su peso.
3. Hágase de hilos
finísimos que pueda atar al cuerpo de las pulgas y sujételas a un pequeño carro
que tirará durante el espectáculo.
4. Si las pulgas no
obedecen, no dude en castigarlas, las pulgas sólo entienden desde el castigo.
5. Para castigar una
pulga basta retirar la dosis de sangre por tres horas.
6. Para que aprendan a
saltar sobre el trampolín, es preferible que la lona sea de cuero de perro.
7. Para perfeccionar el
truco del aro, construya su habitación en un cuadrado de cuarenta centímetros,
que luego dividirá en cuatro cuadrados de diez centímetros cada uno. Deje
pequeños aros que comuniquen cada una de sus habitaciones.
Ahora las pulgas funcionan como material
didáctico y se las ve saltando en las reglas numéricas, creyendo ingenuamente
que los números positivos y negativos son un tipo de sangre.
El
alacrán
Con una válvula de microveneno lista para
dormir un dedo gordo del pie o provocar un cosquilleo que suba por la
ramificación nerviosa de las pantorrillas, el alacrán avanza pausadamente sobre
la tierra desértica. Su mitificación romántica nos lo presenta en un negro
ejemplar grueso y duro, como la trenza de una mujer árabe. La ardiente e
insoportable arena para muchos es para el alacrán su momento de gloria, como un
faquir camina sobre las ascuas encendidas.
Los novelistas del siglo xx maniobraron con
las formas e incluyeron notas sueltas sobre el oficio de escribir dentro de sus
textos. Las Morellianas pretendían
crear un nuevo lenguaje, que terminara por destruirse a sí mismo: “La
inexplicable tentación del suicidio de la inteligencia por vía de la
inteligencia misma. El alacrán clavándose el aguijón, harto de ser un alacrán
pero necesitado de alacranidad para acabar con el alacrán.” No se sabe a
ciencia cierta hasta dónde esta empresa tuvo eficacia.
Los ajenos a la literatura y más cercanos
al pulque y la cerveza arrojan lo restante de sus vasos al suelo, como si desde
el vaso sujetaran un látigo de agua, dejando la insigne ganzúa del alacrán
tatuada sobre la tierra.
La
disidencia de la mosca
y menos
Atenea, del botín juez y dueño,
quien
se interpone y pronta la saeta desvía,
como
cuando la madre hace por ahuyentar
la
mosca que del hijo turba el plácido sueño.
Ilíada, VI
Atengámonos a la etimología, la mosca es
rebelde por naturaleza. Puebla desde el inmaculado plato de una Venecia, hasta
los calurosos veranos de una planicie en Tailandia. Aprendió del viento esa
comba que se estampa contra los rostros, de allí su constante chocar contra
nuestros semblantes —más te valiera no tener la boca abierta.
Muchos se han nutrido de su oposición y
resistencia: antaño los chinos hablaron de ella antes de sus rebeliones; San
Agustín meditó con ellas; Lutero resolvió el problema con un decreto en una
puerta de Wittenberg; y Augusto Monterroso reflexionó en su habitación con
ellas. Más eficiente que un epigrama político es la mosca, basta un ejemplar de
ellas sobre la nariz de un funcionario público para disfrazarlo con
características fecales. Es impronta de la mosca su resistencia, como cuando se
la aplasta: de su diminuto cuerpo surgen larvas que ya tienen movilidad y
quieren poblar inmediatamente los basureros. Tanta es su resistencia que vemos
en ellas el símbolo de la eternidad: la palingenesia, generación y
regeneración. Homero pudo haberla inmortalizado: cual la generación de las
moscas, así la de los hombres.
El otro, el transitorio humano, inventó el
alígero matamoscas, el caramelo de las cintas pegajosas que las capturan por centenares.
Sin embargo, la mosca sigue zumbando, lo que nos asegura que hay mucha zeta
para rato.
Lázaro Tello Pedró (Nochixtlán, Oaxaca,
1986). Ha publicado ensayo y poesía en diversas revistas universitarias. Es
parte del comité editorial de la revista Palabrijes,
el placer de la lengua. Participó de las antologías Moebius, poetas nacidos en los 80 (2012) y de la muestra de poesía
universitaria de la UACM Los coleópteros
enfebrecidos (2013). Poemas suyos se tradujeron para la compilación 25 Mexican poets 30 and under de la
publicación estadounidense Bigbridge
en 2013.
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