Bitácora de literatura: traducción de poesía, sátiras, poemas, fábulas, epístolas, epigramas, aforismos, crónicas, antologías...

lunes, 26 de septiembre de 2011

Crónica sobre Holanda

 








Crónica holandesa íntegra (Se publicó otra versión, basada en ésta, el Domingo, 25 de septiembre de 2011 en el periódico mexicano, Excélsior).




http://www.excelsior.com.mx/index.php?m=nota&buscado=1&id_nota=770440








ÁMSTERDAM, VOLENDAM Y MARKEN
César Abraham Navarrete Vázquez

Para Ileana y Sophie, en Veghel.

Grauw is uw hemel en stormig uw strand,
   Naakt zijn uw duinen en effen uw velden,
U schiep natuur met een stiefmoeders hand, —
Toch heb ik innig u lief, o mijn Land!

Everhardus Johannes Potgieter, Holland.

[Tu cielo es gris y tu playa borrascosa.
desnudas tus dunas, y tus campos llanos,
creaste la naturaleza con mano de madrastra,
y sin embargo te amo, ¡oh, mi país!

Everhardus Johannes Potgieter, Holanda.]


Cada año viajo fuera de México con la esperanza de comprender más a la gente con la que comparto este hermoso, aunque complejo mundo, tratando de comulgar con ellos en las diferencias y las similitudes que nos determinan en tanto humanos. Asimismo, desde la perspectiva que ofrece la lejanía, aprendí a valorar a mi país sin sentimentalismos.
Viajar es un acto íntimo, el cual si bien se comparte con otras personas, al final es una experiencia personal. Yo gusto de preparar mis viajes, revisando la historia del país en que estaré —considero que ésta es una manera de ofrecer mi respeto a la cultura con la que interactuaré. También investigo sobre el idioma, la música, la comida...
El modo óptimo de conocer el alma de un pueblo, además de conversar con sus habitantes, es leer a sus escritores, sobre todo a sus poetas, quienes no sólo  desentrañan el espíritu de sus coterráneos sino también la esencia del medio que les diera ser.
Aunque consulto revistas, artículos, blogs... de viajes, en algunos rubros opto por mantener cierto “desconocimiento” —en una época, donde el exceso de información degenera en desinformación frecuentemente—, con el fin de sorprenderme con lo que descubra.
Hace algunos días que permanezco en el continente europeo en un periplo de un mes: estuve en España, Francia, Inglaterra, Bélgica; después partiré hacia Alemania, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Austria e Italia. Mientras tanto, me encuentro en Holanda.
Si bien las guías de viajeros, llenas de consejos y recomendaciones, son muy útiles, prescindo de ellas y experimento el medio por mí mismo. Siempre he preferido las anécdotas y experiencias de otros viajeros o lugareños, a los consejos impresos de un “profesional”, ya que son más espontáneos, azarosos y circunstanciales. Aún me parece fascinante dar con un lugar en el mundo, gracias a que alguien rumoreó sobre él, y no porque haya leído un artículo que me lo describiera detalladamente, incluyendo la dirección.

ÁMSTERDAM
Mi estancia en Ámsterdam me permitirá corroborar mi punto.
Por ejemplo, el texto para turistas se enfocaría en que esta ciudad, ubicada en la bahía del IJ y a orillas del río Amstel, tiene más canales que Venecia —de ahí que, gracias a los 160 que tiene, se le denomine coloquialmente la “Venecia del norte”—, más cafés que Viena, y más puentes que París.
También exaltaría que la capital holandesa es la ciudad con mayor número de museos por metro cuadrado del mundo, incluidos los celebérrimos Rijksmuseum, Stedelijk Museum, museo municipal, Museum het Rembrandthius, Museo de la Casa de Rembrandt, Van Gogh Museum, y Frankhuis, Casa de Ana Frank.
Para finalmente preponderar a Ámsterdam como epítome mundial de la tolerancia, el liberalismo y la diversidad —aunque dichos conceptos estén en entredicho actualmente.
Yo, por mi parte, con la ingenuidad de quien la conoce por primera vez, y expresa su opinión sin prejuicios, me referiría a ella como una “ciudad sucia, llena de canales, extranjeros, grafitis, tulipanes, prostitutas, museos y bicicletas, que huele a marihuana”.
En la calle percibo señales que confirman lo referido: parejas del mismo sexo que pasean a sus hijos; carriles, ciclistas y bicicletas; prostitución y consumo de drogas regulados y legalizados...
Así, pues, no queda sino seguir al poeta Eduard Hoornik, quien escribe en su poema Amsterdam: Wie alles van de stad wil weten, / beginne nu en zie en hoor. (Quien  quiera saber todo acerca de la ciudad, empiece ahora y mire y escuche).
La leyenda atribuye la fundación de Mokum palabra yiddish para “lugar o refugio seguro”, sobrenombre sentimental de la ciudad, a dos pescadores de la región norteña de Frisia, los cuales junto a su perro llegaron a orillas del río Amstel por casualidad. Actualmente se trata de la ciudad más cosmopolita del mundo, con 177 nacionalidades diferentes, superando a urbes como Nueva York, Londres y París.

El aeropuerto de Schiphol
Me levanto muy temprano por la mañana, antes de bañarme, y alistarme para salir, y me aproximo a la ventana para correr las cortinas de mi habitación y percatarme del terrible tráfico que hay en la carretera. Como sucede en otras capitales europeas, mucha gente vive en la periferia de las metrópolis, y se traslada a su trabajo. Incluso los “carriles bici” son muy transitados a esta hora.
Me hospedo en el municipio de Haarlemmermeer a 15 kilómetros de Ámsterdam, muy cerca del Nederlandse Spoorwegen, Aeropuerto Internacional de Schiphol, uno de los más importantes de Europa, el cual gracias a los servicios que oferta, conecta no sólo a Ámsterdan con el resto del continente sino también con el resto del mundo, ora por avión, ora por tren, ora por carretera. Se trata del principal punto de enlace entre Norteamérica y Europa, así como entre Europa y Asia.

Las “tres cruces” que no son “tres equis”
La ignorancia otrora mencionada puede degenerar en suposiciones tan infortunadas como ocurrentes. Mientras camino a lo largo de la Avenida Damrak, la calle comercial por excelencia de la ciudad, desde la Estación central de trenes hasta la amplísima Plaza Dam, presa, me interno en cada tienda que encuentro.
Contemplo por un instante las edificaciones más emblemáticas del centro histórico, donde palomas y turistas concurren: el Palacio Real, la Iglesia Nueva, el Museo de Cera de Madame Tussaud, el NH Grand Hotel Krasnapolsky, la tienda departamental Bijenkorf; así como el Monumento Nacional, construido en 1956 en memoria de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, el cual luce particularmente descuidado el día de hoy: basura y gente sentada en las escalinatas.
En los comercios abundan los recuerdos de la ciudad: desde los típicos llaveros, playeras, sudaderas, platos, vasos... con “tres letras equis”, hasta algunos que esbozan sonrisas en los compradores como las carteras, gorras... con el símbolo de la marihuana, o las pantuflas peludas amarillas, anaranjadas, rojas... que semejan uno de los símbolos de esta nación: los zuecos, klompen en neerlandés.

Reparo, sobre todo, en una tienda de chinos —del otro lado de la avenida se encuentra el “barrio chino”: el famosísimo “barrio rojo” de la ciudad, conocido popularmente como De Wallen, en alusión a los muelles, wall, de dos canales que lo cruzan— que lo mismo ofrece mercancía manufacturada en China, que productos oficiales —también fabricados en Asia— del equipo de fútbol que revolucionó este deporte: el Ajax de Ámsterdam, quien desarrolló el concepto de “fútbol total”, bajo la dirección del técnico holandés, Rinus Michels; liderado por Johan Cruyff, quien se apoyó en una generación extraordinaria de jugadores como Johan Neeskens, Johnny Rep, Ruud Krol... que culminaría con la Selección de Holanda —la mítica “Naranja mecánica”— en las Copas del Mundo de 1974 y 1978.
La “heroica, resuelta y misericordiosa”, lema del escudo de Ámsterdam, el cual posee tres cruces blancas —y no tres equis, como yo había supuesto: “las cruces de San Andrés”, apóstol martirizado en una cruz con dicha forma—, acompañadas por dos leones, y una bandera rojinegra, además de la Corona Imperial de Austria, conforman los símbolos de esta ciudad. Así, pues, pensé que las cruces aludían a la “clasificación” de los tópicos de este sitio, y a su carácter permisivo, pero me equivoqué rotundamente —aunque no dudo que los oriundos hayan consumado dicha relación sin la inocencia con que lo hice yo, en pos explotar la imagen de su ciudad...

La serpiente, el gallo y el tulipán
Sin embargo, ningún recuerdo se equipara a los llamativos “cubre-penes” de estambre que luce un par de maniquíes con que me topo frente al Mercado flotante de flores, Bloemenmarkt, que sonrojan a los turistas, y cuya fotografía intitulo: “La serpiente y el gallo”. Este mercado que se encuentra sobre la margen del canal Singel, ofrece una amplia variedad de plantas, semillas, flores..., entre ellas, “la flor de Holanda”, el tulipán, cuyo nombre significa “turbante”, y remite a la forma que adopta la flor cuando está cerrada, así como a su origen en las montañas Pamir e Hindu Kush en las estepas de lo que hoy es Kazajistán.
Hay una anécdota que no sólo se relaciona con el tulipán sino que lo trasciende y lo convierte en un fenómeno especulativo que desembocaría en una crisis económica. Corría el año de 1634 en los Países Bajos, y el entusiasmo por cultivar esta planta era tal que se le conoció como “tulipomanía”: había tipos raros de esta especie que podían costar lo mismo que una granja, una casa o algunos caballos. De aquella época data el “Semper Augustus”, bulbo que se vendió en la ciudad de Haarlem en una cifra exorbitante, y del cual existe una acuarela anónima del siglo XVII: ¡6, ooo florines! la ganancia media era de 150 florines.
Durante la década de los ochentas, el balompié holandés resurgió merced a la aparición de otra camada excepcional de futbolistas, algunos de los cuales eran de raza negra, lo que les grajeó el mote de los “Tulipanes negros” —acaso reminiscencia de la novela histórica, La tulipe noire de Alexandre Dumas. Destacaron Ruud Gullit y Frank Rijkaard, quienes junto a Marco van Basten hicieron época con el equipo italiano del AC Milán, y obtuvieron la Eurocopa de 1988 con el equipo nacional holandés.

Rosse Buurt, el Barrio Rojo
Después de escuchar el nombre de Ámsterdam, las prostitutas y la marihuana son las primeras palabras que concibe la mente del extranjero. La Zona roja —término polisémico y lúdico, en este caso— se ubica en el centro de la ciudad, en las calles Warmoesstraat, Zeedijk, Nieuwmarkt, Kloveniersburgwal y Damstraat.
Los letreros de neón me indican la entrada al Red Light District, y la emoción se apodera de mí a medida que me acerco. Penetro las callejuelas atestadas de turistas. Sorteo a la gente, ansiando ver a las mujeres exhibiéndose detrás de las vitrinas: los escaparates con cortinas y luces rojas de fondo —se estima que en esta área hay 300 locales. En el país del que provengo, el sexo a pesar de lo que se pregone sigue siendo tabú, y la prostitución está criminalizada. En cambio, en Holanda es legal y está regulada por el gobierno. Se prohíbe fotografiar o filmar a las prostitutas hay muchas extranjeras que ejercen este oficio sin que sus parientes lo sepan—, pero la gente siempre encuentra el modo de hacerlo.
Originalmente, “los muellecitos” era el lugar donde confluían los marineros, después de largas temporadas en altamar. Encontraban desfogue y consuelo en los burdeles y tabernas. Los farolillos rojos que originaron la fama del lugar eran empleados por las mujeres para identificar su negocio e invitar a la clientela.
En el mes de marzo de 2007, se instaló una estatua de bronce llamada “Belle”, frente a la Oude Kerk o Iglesia antigua para homenajear a las prostitutas del mundo. Se trata de una mujer parada bajo el marco de una puerta, a cuyos pies se lee la inscripción: “Respeto a todas las trabajadoras del sexo de todo el mundo.”
Por doquier hay sex shops, restaurantes, bares, hoteles, coffee-shops, locales de exhibición, e incluso un museo, el Hash Marihuana & Hemp Museum: es un parque temático, sexual. Luces, música, alcohol, mujeres, dinero, droga, mirones... Para muchos podría ser el cielo en la Tierra, y para otros, el mismo infierno.

Los coffee-shops
En 1961, Kees Hockert identificó un vacío legal en el código penal holandés: estaba prohibido poseer hojas secas de cannabis, mas no cultivarlas. Desde entonces, los Coffee-shops han proliferado en el país, primordialmente en Ámsterdam, donde se estima que hay 300.
La marihuana me atafaga: sujetos sudorosos impregnados pasan junto a mí, y creo que me marea más su propio humor que el olor de la marihuana. El humo sale de los establecimientos: ora desde terrazas, ora desde sótanos. Unos la consumen tradicionalmente, y otros se aprovechan de la fuerte influencia que ejercen las culturas turca y marroquí en este país, y la fuman en pipas de agua. A estos “cafés” donde la demanda de café es bastante baja, se allega las personas más con el olfato que con la vista. La legislación vigente prohíbe a los dueños de estos comercios vender más de 5 gramos por persona, y poseer más de 500.
Por otro lado, hay quienes prefieren ingerirla: en brownies. La tentación de degustar un “panqué espacial” se presenta en mí, pero me abstengo finalmente. Quizá haya sido una mala decisión, ya que a partir del 2012 se prohibirá la entrada de los turistas a los Coffee-shops, tema que ha suscitado el debate, ya que 70 por ciento de los “parroquianos” de estos negocios, son extranjeros.   

Museumplein
La Plaza de los museos debe su nombre a los diversos museos que la rodean —en realidad no es una plaza sino la explanada más grande de la ciudad que ha costado muchísimo a los moradores: el Rijksmuseum, Museo del Reino, el Museo van Gogh, el Museo Stedelijk de arte moderno, el Concertgebouw, la Sala de conciertos, y la compañía Coster Diamonds, donde se me explica todo lo referente a la talla de diamantes en tanto permanezco encerrado y vigilado por “mi seguridad” durante la exhibición del catálogo de la empresa: resignado toco anillos, collares, dijes... que jamás podré comprar aun si viviera cien vidas en este planeta, y me tranquilizo al ver los rostros de las mujeres que pierden la cordura cuando los sostienen en sus manos, o se los prueban admiradas en los lejanos espejos que hay frente a ellas.
Y afuera, después de vivir en la irrealidad de la industria de los diamantes certificados por un instante, vuelvo a mi existencia, y me siento a la orilla de una fuente enorme, y en silencio admiro la fachada del Museo del Reino mientras leo la frase “Iamsterdam”, escultura gráfica donde los turistas se fotografían, y asimilo que aquí los términos no son sino juegos de palabras.

Los grachten, canales y “lo que se ve”

De brede straten liggen languit
op hun rug de smalle straten
kruipen achteromziend weg
de grachten neuriën eenstemmig.

Hans Andreus, De Stad.

[Las amplias calles se prolongan
y de ellas salen estrechas calles
que se arrastran y de reojo
cantan los canales al unísono.

Hans Andreus, La ciudad.]

Observo la arquitectura de los edificios que flanquean los canales y fueron construidos en el denominado Siglo de Oro, período de prosperidad económica de la ciudad durante el Siglo XVII.
Percibo en el techo de algunas casas, ganchos mediante los cuales izaban muebles y mercancías por las ventanas, ya que resultaba imposible hacerlo por el interior de las viviendas. Como sucedía en la antigua Roma, las habitaciones superiores eran ocupadas por la gente de escasos recursos.
Me embarco por el Amstel, que también es el nombre de una célebre marca de cerveza que pertenece a la fábrica Heineken, la cual no podía carecer de un museo, Heineken Experience, en la “ciudad de los museos”, punto donde comienza mi navegación por los grachten. En el trayecto captan mi atención la Westerkerk, Iglesia del Oeste, la iglesia protestante más grande del territorio, y posteriormente, la Plaza de Waterloo.
Entre barcos, cervezas, canales... ¡Ah, tanta agua!, resulta difícil no evocar el Bateau ivre, barco ebrio, de Arthur Rimbaud: “Et j’ai vu quelquefois ce que l’homme a cru voir !” (¡Y yo vi alguna vez lo que el hombre creyó ver!).
Las casas barco son otra atracción... ¡para sus habitantes, desde luego!, ya que durante el año pueden ver y fotografiar a los turistas que visitan su ciudad. Hay cerca de 2, 500 y cuentan con todos los servicios de una casa normal.
Diariamente, se aparcan un sinfín de bicicletas, ya en los puentes —¡y vaya que hay espacio en los 1, 281 que existen: ocho levadizos!—, ya en las calles. La bicicleta es un estilo de vida tanto en esta ciudad como en esta nación: no hay peatones en este país sino seres mitológicos que pedalean sentados sobre sus asientos como los que mis antepasados mexicas vieron montados sobre sus caballos: los españoles. Y esto se refleja en la cotidianeidad, pues la ciudad está adaptada para su uso: tanto en los medios de transporte como en las señales de tráfico. Afuera de la Estación Central hay un estacionamiento gigantesco.
Por la mañana, se ve a los padres llevando a sus hijos a la escuela por los innumerables carriles dispuestos para los ciclistas. A los nueve años, los niños aplican un examen de manejo de bicicleta, además de que se puntualiza la importancia de que sepan nadar, debido a la existencia de los canales.
Para los visitantes, no familiarizados con las rutas, se ofrecen diversos servicios y rutas, así como bicicletas de color y modelos diferentes a las que emplean los pobladores. Evidentemente el robo de éstas es uno de los delitos más comunes. Aunque también es frecuente encontrar las bicicletas y los automóviles extraviados cuando las grúas los sacan del agua.
Y desde aquí, navego, sintiendo el viento y el sol en mi rostro; y camino simultáneamente por el Barrio Rojo; y admiro el legado de Rembrandt y del desorejado Van Gogh, cuando la voz del cantante francófono belga, Jacques Brel, aparece en mi mente, y musito la letra que dedicó a esta Babel moderna, mientras recuerdo su estremecedora interpretación, que trasluce la franqueza de los amsterdameses:

Dans le port d'Amsterdam                                             [En el puerto de Ámsterdam
Y a des marins qui meurent                                          hay marineros que mueren            
Pleins de bière et de drames                                           llenos de cerveza y de dramas
Aux premières lueurs                                                      en las primeras luces
( ... )                                                                                      (...)
Dans le port d’Amsterdam                                              En el puerto de Ámsterdam
Y a des marins qui boivent                                              hay marineros que beben
Et qui boivent et reboivent                                             y que beben y rebeben
Et qui reboivent encore                                                   y rebeben todavía
Ils boivent à la santé                                                         Ellos beben a la salud
Des putains d'Amsterdam                                               de las putas de Ámsterdam]

VOLENDAM
Por la mañana, abandono la capital de los Países Bajos, y me dirijo 22 kilómetros hacia el Norte en autobús, a la población de Volendam, ubicada en la provincia de Holanda Septentrional —una de las doce provincias en que se divide el país.
Paulatinamente, percibo cómo cambia el entorno: fijo la mirada y comprendo las descripciones de los poetas holandeses para referirse a su país: “espacio inmenso”, “cielo gris”, “nubes hinchadas”, “campo raso”, “playas borrascosas”. Asimismo, se materializan los conceptos mar, horizonte, hierba, tierra, dique, agua...
Diviso ovejas gordas y lanudas pastando sobre los diques. “El viento del mar salado enriquece el sabor de su carne tierna”, afirman los franceses, principales consumidores e importadores de dicha carne.
La región es llana y verde, con canales que serpentean las pequeñas casas triangulares. En la lejanía aparece uno de los estereotipos holandeses más famosos: el molino de viento, e inmediatamente los referentes de mi lengua materna, rememoran a los gigantes que enfrentó el Quijote de la Mancha.
Me aproximo al molino, no para pelear con él sino para fotografiarlo. El cielo parece interpretar mi intención y se despeja. El paisaje es digno de contemplar: un pequeño estanque cuyas aguas inertes semejan un espejo, y ofrecen la sensación de que no es uno sino dos, los molinos que giran sus enormes aspas, desafiando a las nubes blancas y su trasfondo azul. Obtengo mi foto, y me siento un paisajista holandés del siglo XVII.
El vehículo en que viajo se eleva por la carretera. Mis ojos descubren en el cristal cómo el verdor del dique se convierte en un horizonte interminable y grisáceo de agua que atrae a las enormes nubes del cielo: “El agua alta, y la tierra baja”, pienso para mí mismo.
Finalmente, arribo a Volendam, “presa rellena”, pequeña ciudad portuaria enclavada en la comuna de Edam-Volendam. Según la leyenda, el escudo de la población homenajea a la belleza de las lugareñas.
El prefijo neerlandés “-dam” significa dique, presa. De ahí que los topónimos, Ámsterdam, Rotterdam... aludan al lugar que los pobladores de estas tierras arrebataron al océano, como canta el poeta, Petrus Augustus de Génestet, en  Agudeza: “Sagrada tierra de los Padres (…) reclamada al mar”.
A cien kilómetros de donde me encuentro, los holandeses cerraron el mar, construyendo una represa con veinticuatro compuertas. Los enormes diques artificiales —hechos de barro— que hay por doquier, son muestras tangibles de la lucha que la gente de este país ha entablado contra la naturaleza, en su afán de dominarla.
La población me da la bienvenida con casas hermosas. A mi izquierda, distingo algunos campos de fútbol, una gasolinera, una pequeña iglesia católica, que prepondera la religión que se profesa mayoritariamente en la ciudad. Otrora, Volendam fue conocido como el lugar con más misioneros y peregrinos por kilómetro cuadrado en Holanda.
Recuerdo las palabras de aquella señora de Ámsterdam con la que platicara, la cual sentenció: “Cuando conozcas Volendam y Marken, te darás cuenta de que todo parece montado, como si fuera el escenario de una película del oeste, con el vestuario incluido... Son pueblos —sobre todo, Volendam— dispuestos exclusivamente para los turistas”. Acaso ésta sea la razón por la que muchos holandeses desconocen y rehúyen dichos poblados pesqueros.
Son los últimos días del mes de marzo. Hace mucho frío, y yo me olvidé de la chamarra. Camino a lo largo de la orilla, y las aves marinas sobrevuelan el enorme dique, cuyo borde está recubierto con piedras simétricas colocadas cuidadosamente. Desciendo a la playa, y me encuentro con un ánade real hembra que descansa sobre la arena gruesa. Patos y cisnes abundan en este país. Sin embargo, los guardianes de las tierras, empleados por los agricultores, son los gansos.
Reparo en el horizonte extenso, y al ver el IJsselmeer, el lago artificial IJssel, coincido una vez más con los versos de los poetas que sugieren que el cielo y el agua se funden en un solo ente.
Reemprendo la marcha, y visito las tiendas que encuentro a mi paso en la zona comercial, en busca de una sudadera con el estampado Nederland, Países Bajos —gustó de coleccionar gorras, playeras, sudaderas, llaveros... con los nombres de las ciudades y países en su idioma original.
Hay turistas por doquier: las calles, las tiendas, los restaurantes... Una madre pasea a su hijo en la carriola, rompiendo con la cotidianeidad turística, pero pronto se desvanece. Las bicicletas descansan sobre las paredes de las casas. Curiosamente, las principales ciudades holandesas están abarrotadas de bicicletas, en tanto que en la provincia se tiene la impresión de encontrar más automóviles.
Después de cotejar precios, regreso al primer comercio para comprar mi sudadera. Tiene el estampado de un león estilizado, y la leyenda Holland, Tierra honda o baja, en letras negras. Pienso mientras pago: “Es más barato que Ámsterdam”, donde había cotizado otras sudaderas.

Arquitectura y gastronomía
Abrigado con mi nueva sudadera naranja, paso inadvertido por las solitarias callejuelas de Volendam. Abandono la calle principal. Los pobladores utilizan la palabra doolhof, laberinto, para referirse a las estrechas calles que se encuentran detrás de los diques principales.
Me detengo en un paraje tranquilo, donde un enorme sauce llorón custodia un canal. Las construcciones de este lugar armonizan en la estructura. Distingo una casa de ladrillo, de puerta y frente verdes que contrastan con las molduras de la puerta y las ventanas, pintadas en blanco. Hay algunas otras con fachadas rematadas en áticos escalonados o flamencos, cuyo fin es disimular el techo a dos aguas de las viviendas.
La caminata me abrió el apetito. Regreso a la ribera del poblado, cerca del puerto. Hay algunos puestos de comida, conocidos como Viskraam, puesto de pescado, y haringkar, carro de arenque, a los cuales me dirijo hambriento.
La gastronomía en este lugar es marina. Degusto el Broodje haring, un emparedado de arenque, cebolla y pepinillo, y el Kibbeling, trozos de bacalao frito. También se ofrece el lekkerbekje, bacalao; las anchoas, los mejillones fritos y cocidos, las papas fritas, y el frikandel, salchicha frita hecha de carne picada.
Husmeo cerca del muelle, y me topo con una holandesa de semblante adusto, ataviada tradicionalmente, cuyo rasgo distintivo es el sombrero alto: una estatua de bronce ubicada en la entrada del muelle de Volendam.
Los viejos barcos pesqueros atracados ondean la bandera holandesa, y comparten el puerto con los yates modernos, convergiendo en este lugar pasado, presente y futuro. A pesar de su aspecto escenográfico, este pueblo de pescadores ha mantenido su apariencia durante seis siglos, no obstante su cercanía geográfica respecto de la capital holandesa, y paradójicamente esto le ha permitido convertirse en uno de los destinos turísticos preferidos por aquellos que visitan el país.

MARKEN
Cerca de Volendam se encuentra la isla de Marken —en la municipalidad de Waterland—, poblado protestante unido al continente mediante un dique fijo construido en 1957. Durante el siglo XIII, el pueblo fue separado del continente por una oleada de tormentas. Al lugar se accede por transbordador o carretera: yo me transporto en autobús.
En sus orígenes, los monjes de Frisia se asentaron en la isla, donde sus principales actividades eran la agricultura y la ganadería. Los habitantes de Marken se dedicaron a la pesca desde el siglo XIV hasta la construcción del Afsluitdijk, dique de cierre que conecta el norte de Holanda Septentrional con la provincia de Frisia, cerrando el IJsselmeer, y separándolo del mar del mismo nombre de la provincia en 1932.
Las casas de madera son un rasgo distintivo del pueblo. Están construidas sobre pilastras y montículos levantados en el siglo XV para evitar las inundaciones, y son más sobrias que las de su vecino católico, con quien existe una fuerte rivalidad histórica. Sin embargo, dicha sobriedad les infunde un toque de uniformidad encantadora. Las fachadas son verdes, con motivos en blanco; con techos cafés y anaranjados. Algunas casas tienen jardines con juegos infantiles como columpios y trampolines, hechos de madera. Algunas otras tienen pequeños garajes, donde los zuecos fungen como maceta.
Me adentro en el pueblo. No me encuentro con ningún ser humano, pero supongo su presencia a partir de una pequeña estatua que vigila los dibujos infantiles trazados con tiza roja en el suelo. Los habitantes de esta población tienen una identidad propia, determinada por su aislamiento. De ahí que hablen “markens”, su propio dialecto, y que profesen el protestantismo en dos iglesias diferentes: la Iglesia Holandesa Reformada y la Iglesia Reformada —ambas pertenecientes a la Iglesia Protestante en los Países Bajos.
Los personajes teatralizados y famosos de esta zona están ausentes: las mujeres vestidas con sus trajes tradicionales y los hombres del puerto, fumando sus pipas. El único morador que me recibe es un cisne, quien navega por el canal sin temor bajo los puentes rústicos de madera, siguiendo mi andar. Pero busca su propio beneficio: alimento; y al no recibirlo pronto, se aleja caprichosa y altivamente.

Mi recorrido llega a su fin en la orilla del pueblo, donde esperan por mí un pequeño muelle y un diminuto faro, bajo un cielo que abre con el viento las nubes grises, y permite a los rayos del sol descender sobre el mar. Observo en la lejanía el puerto de Volendam como una monótona franja de tierra. La escena me sobrecoge al ser una metáfora de la existencia no sólo de los pobladores de esta región sino de los seres humanos de este planeta. Los elementos naturales el cielo, el agua, las nubes..., aunados a aquellos en que ha intervenido nuestra especie los diques, el lago artificial, las casas..., encajan perfectamente, y se convierten en símbolo de la idiosincrasia de la gente de este “pequeño”, pero admirable país:

Wat zijt gij klein Holland  (...)                                         [Que eres pequeña, Holanda (…)
Maar groot toch is uw volk Holland,                              Pero, en verdad, tu gente es grande, Holanda,
Verwant aan uw heerlijk verleden,                              en relación con tu pasado maravilloso,
Dat tusschen uw heemle’ en zeeën bleef groeien,      creciendo ahí, entre tus cielos y mares,
En tusschen die wisselende eeuwigheden                    y entre los cambios eternos,
Zich bereidt om opnieuw te gaan bloeien!                   ¡se prepara para volver a florecer!

C. S. Adama van Scheltema, Holland.                           Carel Steven Adama van Scheltema, Holanda.]







***
Cómo llegar a Volendam y Marken:
En la zona de salida y llegada de autobuses CS Ijsei de la estación central de Ámsterdam, hay un par de autobuses  —los números 110 y 118— que se dirigen con dirección a Edam. Hay que bajarse en Weegschaalstraat. La duración del trayecto es de aproximadamente 40 minutos, y si se cuenta con el OV Chipkaart, el precio es de 4 euros. 
Para llegar a Marken se puede tomar el autobús número 111 desde la zona referida de la estación de Ámsterdam. Sale cada 30 minutos, y tarda 45 minutos. La parada donde hay que bajar es Kerkbuurt. El precio es de 3,50 € si se utiliza el OV Chipkaart.
Para dirigirse desde Volendam a Marken, la forma más recomendable es el Marken Express, un barco que zarpa del puerto de Volendam, cuyo precio del boleto sencillo es de 4,25 €, y el de ida y vuelta, 6,75 €.

Museos y sitios de interés:
Volendam
Museo de Volendam y Sigarenbandjeshuisje
En el Museo de Volendam se exponen trajes tradicionales y adornos del poblado —y del resto de los Países Bajos—; así como diversas obras de arte, y herramientas relacionadas con la pesca, la industria y la artesanía.
En la Casa Sigarenbandjeshuisje se exponen vitolas de puro.
Zeestraat 41.
Palingsound museum
Este pequeño museo, literalmente “el sonido de la anguila”, dispone de una amplia colección relacionada con la música: instrumentos, discos... de los artistas más importantes de la historia.
Slobbeland 19.

Diamantslijperij
Taller donde los famosos diamantes de Ámsterdam son tallados. Mediante el uso de diapositivas se explica el proceso de fabricación. El taller empezó en Ámsterdam en 1664, y desde 1888, durante cinco generaciones se han forjado un nombre. La tradición familiar ha continuado desde 1972 en Volendam.
Haven 16-20
Sint Vincentiuskerk
La Iglesia de San Vicente se ubica en la calle Kerkepad 1.
En la calle Conijnstraat se establece un mercado los sábados, de 10 a 17 hrs.

Festividad:
La fiesta más famosa es la Volendam Kermis, que dura 4 días y ocurre cada año, el fin de semana coincidente con el 2 de septiembre.

Marken
Marken museum
Situado en 4 casas de pescadores como las de hace 70 años, donde se ahumaban la anguila y el arenque. Su exposición permanente ofrece una visión detallada de la historia de la isla, así como numerosos objetos de uso cotidiano.
Kerkbuurt 44
En la calle de Havenbuurt 21 se localizan algunas casas de pescadores, las cuales permiten apreciar la estrechez de las viviendas. Todas ellas guardan la misma estructura.

Páginas de internet:
http://www.holland.com/es/Turista.htm
http://www.iamsterdam.com/es/visiting
http://www.holandalatina.com
http://holanda.pordescubrir.com/