Para mi amigo el joven poeta Abraham
Peralta Vélez,
quien con su sola presencia ha infundido
ánimo a mi atribulado ser.
Adiós
Renato, ya que Dios te quiso
porque fuiste
sincero y sin ruindad;
porque
sembraste en laico paraíso,
tu
propio árbol del bien y del mal.
Francisco
Liguori, Adiós Renato.
Renato Leduc, originalmente en mi Canal de YouTube: Caesaris Navarretis,
donde se ofrecen algunos otros proyectos videográficos que he realizado.
donde se ofrecen algunos otros proyectos videográficos que he realizado.
Desde
hace mucho planeaba rendirle un tributo a aquel hombre cuyos poemas atípicos
en temática me mostraron que la poesía trascendía convencionalismos y poses.
Renato Leduc, hombre que parece haber vivido todo cuanto sucedió en su tiempo,
también me deleitó con su prosa biográfica llena de inventiva, pese a que
algunos críticos la consideren inferior.
Más
allá de que comulgue con su carácter, Leduc es uno de mis manes, un guía imprescindible
que me protege de la mojigatería y la estulticia que privan en el medio literario
de mi país:
Además,
hasta la fecha me aburren las reuniones de intelectuales y mil veces prefiero
juntarme con tipos con los que se pueda hablar de temas más agradables, así
esos asuntos nada tengan qué ver con la cultura o, por lo menos, lo que
entienden como tal los sabihondos, que no es otra cosa más que asuntos
totalmente abstrusos... Y, por eso, cuando me veo forzado a asistir a alguna
reunión de ese tipo y a escuchar mil pendejadas, siempre termino diciéndoles:
—Carajo,
para otra vez mejor inventen a gente del toro que es mucho más divertida y
habla de cosas más interesantes que de las que están ustedes hablando...
Renato por Leduc, VII, Renato y los intelectuales, XIII,
pág. 239.
El
hecho de que este homenaje personal, simultáneamente íntimo y público, coincida
con las cien mil visitas de esta bitácora literaria —algo que nunca me planteé
cabalmente— me enorgullece y tranquiliza sobremanera, pues me indica que noventa y dos entradas después la esencia de este proyecto se mantiene.
Otro
motivo que me genera bastante satisfacción, es haber rescatado el fragmento que abre esta entrega —en apenas unos segundos de duración, como se habrá corroborado, el autor mismo se manifiesta, ya en
las postrimerías de su vida, tal como fue a lo largo de ella: auténtico.
Como ya
lo hice con una entrada anterior dedicada a Efraín Huerta —en conmemoración por el
centenario de su natalicio—, contextualicé también un par de poemas de ésta con
anécdotas que enriquecerán su lectura.
Dos
libros fueron fundamentales para la constitución de esta entrega: Renato Leduc, Obra literaria (Fondo de
Cultura Económica, 2000), con compilación e introducción de Edith Negrín, y Renato por Leduc, y Apuntes de una vida singular (Ediciones Océano, 1982), de José
Ramón Garmabella.
Jamás
podré saldar mi deuda respecto de Renato Leduc. Con esta publicación pretendo,
en tanto admirador, ofrecer una selección digna de él, basada en el goce de su
obra.
César
Abraham Navarrete Vázquez.
Renato
Leduc (1897-1986). Escritor, poeta, periodista y viajero mexicano que vivió
rodeado de un halo de aventura y bohemia. Habitó en París, donde se relacionó
con diversos personajes del medio sociocultural, y después en Nueva York durante algunos meses
—ahí se aburrió muchísimo, según su propio testimonio—, antes de establecerse
definitivamente en México. Se casó con la pintora surrealista, Leonora
Carrington, con el propósito de ayudarla a escapar de la persecución nazi. Fue
amigo de la actriz María Félix —quien le propuso matrimonio— y del músico
Agustín Lara.
En la página
21, I, Renato y la revolución, del libro citado de José Ramón Garmabella, el
propio Leduc señala:
Pues
señor, yo nací en Tlalpan, Distrito Federal, el día 16 de noviembre de 1897. Mi
lugar natal actualmente pertenece a la capital de la República, pero hubo una
época en que fue la capital del Estado de México, lo cual se puede colegir si
se ve una de las placas colocadas en el Palacio Municipal.
Por
esto, para mí, el intelectual debe ser antisolemne o, en último de los casos,
asolemne. Y así como he conocido intelectuales como don Nemesio García Naranjo
o Ramón Beteta —que era un auténtico viva
la virgen—, también he conocido cabrones que ya desde su época de
universitarios se consideraban genios y actuaban como erróneamente creían que
debía comportarse un genio, o sea, en forma pedante y pendeja... De ahí que
considere, como alguna vez dijo alguien con mucha razón, que la solemnidad es la seriedad de los pendejos.
José
Ramón Garmabella, Renato por Leduc, Apuntes
de una vida singular, VII, Renato y los intelectuales, X, pág. 238.
Obra
citada, VI, Renato y la poesía, XXII y XIV, págs. 199-202:
El Prometeo
sifilítico nació por lo siguiente:
Como ya expliqué en algún pasaje de estos Apuntes, en la Escuela de Leyes tenía un
amigo que se llamaba Antonio Riquelme, el cual era hijo de un abarrotero
gachupín muy rico de Orizaba y fue quien a mi llegada a París no sólo me recibió,
sino que me instaló en el hotel “Saint Pierre”, lugar del Barrio Latino donde
yo viví la mayor parte de mi estancia en la capital de Francia...
Pero antes de continuar con el relato debo
decir algo:
Hasta antes de que el doctor Fleming
descubriera la penicilina —¡loor a este benefactor de la Humanidad!—, las curas
de las entonces llamadas enfermedades secretas y vergonzantes eran
materialmente de la chingada, porque uno tenía que aguantar las aplicaciones
del permanganato de sodio, que ardía muchísimo, al puro valor mexicano... Me
acuerdo que había un consultorio de un doctor irónicamente llamado Francisco
Franco adonde iba cada vez que me pegaban la gonorrea, y una vez que estaba ahí
llegó un español a quien la infección le había llegado a la próstata, así es
que el doctor Franco se vio obligado a hacerle masajes prostáticos... Para
ello, el galeno —que de por sí tenía los dedos largos y gruesos—, se ponía un
guante con el dedo cordial aún más grueso y se lo introducía por el culo al
pobre español que, a cada movida del masaje, exclamaba:
—¡Joder!... Si esto lo hace por curarme
pues me aguanto, pero si lo hace por darme placer, ¡mueva el dedo más
aprisa!...
Sigo en el relato sobre el origen de Prometeo sifilítico:
Antonio Riquelme, decía, era mi compañero
en la Escuela de Leyes y cada vez que recibía su suculenta mensualidad, lo
primero que hacía era invitarme a la cantina que todavía existe en Cinco de
Mayo y Palma donde hacíamos lo que él llamaba una “comida frugal”, la cual
consistía en botanas y aguardiente...
Pero con una parte de lo que le sobraba de
la mensualidad, Riquelme compraba un tomito que publicaba cada mes la Editorial
Cultura de Elorduy Chávez, donde se podía leer la obra de algún escritor
mexicano o bien alguna cosa francesa o inglesa que había sido traducida por
alguno de los maricones que formaban el grupo de “Los Contemporáneos”.
Así las cosas, una vez esa editorial
publicó una cosa de Vasconcelos que se llamaba el Prometeo liberado. Como el llamado “Maestro de las juventudes de
América” era muy buen narrador, pero cuando se metía a divulgar las filosofías
de otros era aburridísimo, de manera es que Riquelme un día que me leía la obra
se hastió y cerrando el libro me dijo:
—¡Qué Prometeo ni qué liberado ni qué la
chingada!...
Además, como Antonio tenía una gonorrea de
espanto y a cada meada tenía que hincarse del dolor, añadió:
—¡Carajo, en lugar de escribir esa
chingadera, debía hacer el Prometeo
sifilítico!...
Aquello me cayó bien y como estaba fuerte en literatura griega y había leído las tragedias de Sófocles y Esquilo hasta casi sabérmelas de memoria, resulta que fui a los telégrafos a poner un relevo y me dirigí a mi casa a escribir lo que ya en ese momento constituía para mí una obsesión...
Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, no
conseguía avanzar, así es que me puse a caminar desde el pueblo de Tacuba,
donde yo vivía, y después de haber dado varias vueltas, pude terminarlo y al
día siguiente le di los últimos toques.
Este Prometeo
sifilítico se hizo célebre porque en el original de los griegos —Prometeo encadenado—, el personaje le
roba el fuego a los dioses para traérselo a los humanos y yo escribí que
Prometeo les había robado los trucos eróticos y, en castigo, los mismos dioses
le habían amputado el pene...
Ahora, cuando estudié con Salvador Camargo,
alguna vez le enseñé mi Prometeo
sifilítico y después de leerlo me comentó meneando la cabeza:
—Caray Renato, si tienes un indudable
talento poético, ¿por qué no escribes en serio?
—No Salvador, le respondí, escribir en
serio es fácil, el chiste es hacerlo en pitorreo… Mira, yo admiro más a un
ciclista acróbata que a uno que sea campeón de carretera...
Y es que, a muchos años de distancia de
haberlo creado, aún considero que el éxito del Prometeo fue precisamente el choteo...
[…]
El propio Leduc agrega en la Noticia del autor a la edición de 1979, que
reúne “Prometeo”, “La odisea” y “Euclidiana”.
Hasta el descubrimiento de las sulfas y la
penicilina, la humanidad era azotada por el terrible flagelo de las
enfermedades venerosifilíticas. Era consternante observar en la juventud coetánea
de la mía las repugnantes huellas que dejaban tales enfermedades, que eran como
la contrapartida de la voluptuosidad de esos actos que don Juan Ruiz, el
Arcipreste, llamó objetiva y burdamente “juntamiento con hembra placentera”,
que es como un regalo de los dioses... Para denunciar tan injusta sanción, ya
no en un hombre, sino en un titán, escribí el Prometeo sifilítico, en los inicios de la década de los años
veinte... Me impulsaron a esa tarea, en el estilo helenístico que usé, mi
maestro el docto polígrafo licenciado Ricardo Gómez Robelo, el historiador don
José Valenzuela y mi condiscípulo Sam Rojas.
Ya por último baste decir que el poema circuló por años
clandestinamente en copias mecanografiadas antes de publicarse en 1934, e
incluso llegó a representarse como obra de teatro:
Prometeo
[sifilítico]
Al formidable centauro Fernando Valdés Villareal
Acto I
Prometeo, Cratos, Hefestos
Cratos (a Prometeo)
Por fin hemos llegado
al siniestro confín de Recabado.
Tú, padrote de putas miserables,
quedarás enclavado en esta roca,
un chancro fadegénico en tu boca
dejará cicatrices imborrables.
(a
Hefestos)
Y tú, cojo cabrón, ya palideces
como si fueras a correr su suerte.
Átalo pronto, que si no, mereces,
¡oh pendejo inmortal, que te dé muerte!
Hefestos (para sí)
Yo no tengo la culpa de apreciarle,
juntos corrimos memorable juerga.
¡Oh miseria! ¡Oh dolor! tener que atarle
de pies y manos, de pescuezo y verga.
Cratos
¿Acabarás por fin con la tarea
que Zeus te encomendó...?
Hefestos
¡Que yo no vea
realizarse mis fúnebres temores...!
Cratos
Déjate de lamentos y clamores.
Y di, ¿qué es lo que temes insensato?
¿acaso quieres que valor te preste?
Hefestos (profético)
Que no te llegue el doloroso rato
que estás haciendo padecer a éste;
que tu pene inmortal no se convierta
en huachinango con la boca abierta;
que tu miembro viril erecto y seco
no escurra nunca pasta de pebeco.
Cratos
¿Qué palabras fatídicas brotaron
del cerco de tus dientes, desdichado?
Jamás los vaticinios me asustaron
porque el ánimo tengo bien templado.
No cumplida verás tu predicción.
Yo nunca voy con putas de a tostón.
Además, en las aguas del Pocito
invulnerable se volvió mi pito.
Hefestos
No te jactes, ¡oh Cratos!, del telúrico
miembro viril que te obsequió Natura,
mira que hay chancros de ácido sulfúrico
que polvo vuelven a la piedra dura.
Cratos
No me asustas, no soy de tus pendejos;
absténte de dictar nuevos consejos
y acaba de forjar esas cadenas...
Hefestos
Bien forjadas están, mayores penas
sufre quien forja que quien sólo manda
con duro acento...
Cratos (a Prometeo)
...Anda
Titánida feroz, lleno de dolo,
¡decláranos la guerra!
Desciende hasta la Tierra
donde viven los hombres cual lombrices
y enséñales placeres que tan sólo
reservados están a los felices.
Si a las Efímeras piedad te mueve,
enséñalas a hacer sesenta y nueve.
Titánida feroz, lleno de dolo,
aquí te vas a ver jodido y solo,
que las putas de la lengua articulada
nada pueden hacer, no pueden nada...
(vanse)
Acto II
Prometeo, Hermes, Corro de Oceánidas
Prometeo
(encadenado
se dirige a los elementos)
¡Éter sulfúrico, bebidas embriagantes,
claros raudales de tequila Sauza;
vedme sujeto a pruebas torturantes
y sin saber siquiera por qué causa!
¡Oh twenty dollars
coin que ruedas mansamente
por el tapete azul del infinito;
vástago de Hiperión, dios igniscente
apaga los ardores de mi pito!
Tú, que brindas tu luz a lo mortales
cual cerúlea linterna,
mírame padecer horrendos males...
Como la Hidra de Lerna
llevo en mi sangre gérmenes fatales.
Tierra nutricia, asfalto de la calle,
soñoliento gendarme de la esquina,
impide que la inquina
de Zeus Cronida sobre mí restalle.
(escuchando
un batir de alas que se aproxima)
Alguien viene. ¿Quién es? ¿Baja del cielo
un inmortal para tomarme el pelo?
Coro de Oceánidas
Desdichado titán, hemos venido
veloces desde el fondo del Océano
para tenderte una piadosa mano
en el momento en que te ves jodido.
Relátanos por qué quiso el Cronida
tenerte así, con la cabeza erguida,
con los brazos en cruz y ¡oh cruel tirano!
con un falo metido por el ano.
Refiérenos también, uno por uno,
los pormenores de tu cruel suplicio.
¿Por el chiquito te cogiste a Juno?
¿Rompiste sin querer el orificio
ambrosiano y sutil, por donde mea,
a la divina Palas Atenea...?
Prometeo
¡Oh prole innumerable de Pánfilo Zendejas!
Ya que piadosas escucháis mis quejas,
ya que venís del fondo del Océano
para tenderme una piadosa mano,
os voy a referir por qué delito
quiso el Cronida cercenarme el pito.
Los hombres miserables por el monte
vagaban, persiguiendo a las mujeres,
y su coito tenía los caracteres
que tiene el coito del iguanodonte.
Yo los vi cohabitar en las cavernas
sin un petate en qué tender las piernas,
sin otra almohada que la roca dura,
Tan sólo conocían una postura
para efectuar el acto del amor...
Transido de dolor
yo enseñé a los mortales industriosos
cuarenta y seis maneras de joder.
Sabiamente les hice comprender
que en esto de los lances amorosos
se llega al non plus
ultra del placer
dando cierta postura a la mujer.
Por mí supieron que el sesenta y nueve
obedece a las leyes del Clynamen
porque yo lo enseñé, ahora mueve
cualquier mujer el blando caderamen.
Mi enseñanza cundió por el Urano
y jodieron hermano con hermana
y los dioses sintieron en el ano
“una sensual hiperestesia humana”.
Tal es, dulces deidades, mi delito;
tal es el crimen de que se me acusa;
por él se quiere convertirme el pito
en una inútil cafetera rusa.
Oceánida
Desdichado Titán, te he de decir
que por falta de pene no habrás mengua.
Confórmate que allá en el porvenir
lo que habrás menester será la lengua.
Prometeo
Si me hubiera tejido la puñeta
no sintiera el dolor de que taladre
mi canal uretral la espiroqueta...
(A
Hermes que llega)
Mensajero fatal ¡chinga a tu madre!
Hermes (cantando)
Tal parece que estás arrepentido...
Prometeo
¡Oh, Zeus, tirano fementido,
sé que voy a sufrir y me conformo...!
Las Oceánidas (retirándose)
¡Qué olor tan espantoso a yodoformo...!
Prometeo
(bajo
el bisturí de Hermes)
¡Ay...!
Oceánidas (en la
lejanía)
¡Qué caray...! ¡Qué caray...!
__________
Recabado —hoy Pensador Mexicano—, calle de la Ciudad de
México llena de prostíbulos durante los años veinte.
Sauza, marca de tequila.
Obra
citada, VI, Renato y la poesía, XV, págs. 203-204:
Aquí se va a hablar del tiempo perdido que,
como dice el dicho, los santos lo lloran...
Cuando ingresé en la Escuela Nacional Preparatoria, quise cursar la materia de Literatura Castellana con el maestro don Erasmo Castellanos Quinto, pero como ya tenía saturado su grupo, tuve que cursarla con don Julio Torri...
El maestro Torri —quien era profesor de
raíces latinas y amigo mío—, era un hombre bajito, tartamudo y como además
hablaba muy quedito y en aquel entonces no había micrófonos, lo único que le
podíamos escuchar eran sus tartamudeces... Esto hacía su clase muy aburrida,
así ésta consistiera en leer trozos escogidos de poetas o literatos latinos,
por lo que los alumnos buscábamos la forma de no pasarla tan mal.
Por ello, me acuerdo que entre mis
condiscípulos estaba un gordo tabasqueño que se llamaba Adán Santaná el cual,
como era muy docto en retórica y todas esas pendejadas, hacía versitos y como
nos aburríamos mucho durante la clase de Torri, de manera es que nos poníamos a
echarnos toritos donde nos dábamos un
pie de verso y hacíamos en tres minutos una cuarteta so pena de perder un
peso... Y un día me dijo el gordo Adán:
—A ver, hazme una cuarteta teniendo como
pie de verso hay que darle tiempo al
tiempo...
Como al cabo de los tres minutos no la pude
hacer y tuve que pagarle el peso, Santaná me dijo en son de burla delante de
todos:
—Carajo, yo creí que porque haces versitos,
sabías siquiera que tiempo no tiene
consonante...
En vista de que todos se rieron de la
“revolcada” que me dio, aquello me picó la cresta y acudí al diccionario de la
rima en donde, en efecto, constaté la inconsonancia del vocablo tiempo... Sin embargo, dolido aún por la
maltratada, seguí pensando en el tema hasta que se me ocurrieron los siguientes
versos:
Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al
tiempo...
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Y así, cuando pude escribir los catorce
versos, los uní, con lo que tuve ya el soneto... No obstante, como me sonó muy
monótono, decidí aconsonantar los segundos versos de cada terceto de la manera
siguiente:
Amar queriendo como en otro tiempo
—IGNORABA YO AÚN QUE EL TIEMPO ES ORO—
cuánto tiempo perdí —ay— cuánto tiempo.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
AMOR DE AQUELLOS TIEMPOS, COMO AÑORO
la dicha inicua de perder el tiempo...
Y fue de este modo como nació el soneto de Tiempo que ha llegado a ser tan famoso,
gracias a que Rubén Fuentes lo musicalizó y Marco Antonio Muñiz y José José lo
grabaron cantándolo a dúo...
En la “Justificación” a Fábulas
y poemas de 1966, escribió:
Por las mismas oscuras razones que ciertos
padres que se encariñan con el hijo canalla o defectuoso con detrimento de su
amor a los mejores, es frecuente entre escritores menospreciar sus obras de
mayor aceptación y preferir las menospreciadas por el público. En lo personal
me apena tanto la indiferencia de los lectores de mi “Epístola a una dama que
nunca conoció elefantes” como me sorprende la vieja y sostenida popularidad de
ese banal ejercicio de retórica que es mi soneto “Tiempo”.
Este poema originalmente se llamó Time is money y se dedicaba al pintor Edmundo O’Gorman.
Aquí se
habla del tiempo perdido
que,
como dice el dicho,
los
santos lo lloran
Sabia virtud de conocer el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo...
que de amor y dolor alivia el tiempo.
Aquel amor a quien amé a destiempo
martirizóme tanto y tanto tiempo
que no sentí jamás correr el tiempo,
tan acremente como en ese tiempo.
Amar queriendo como en otro tiempo
—ignoraba yo aún que el tiempo es oro—
cuánto tiempo perdí —ay— cuánto tiempo.
Y hoy que de amores ya no tengo tiempo,
amor de aquellos tiempos, cómo añoro
la dicha inicua de perder el tiempo...
Cine
A
Otilia Zambrano
La marimba toca hawaianamente,
Dolores del Río, ensaya una pose.
Flota en el ambiente
perfume de axilas y polvos de arroz...
Penumbra propicia
para esparcimiento
de chicos y chicas.
Como dos cocuyos
fulgen las pupilas
de una doncellita,
que pronto, muy pronto
dejará de serlo...
Mi boca está seca —¿chicle? ¿limonadas?—
Dos novios se besan con fe que conforta;
toca la marimba hawaianamente.
La pantalla dice:
Episodio sexto —triunfa la Virtud.
Y una niña grita,
con rabia inaudita:
¡Soez, majadero! ¡Que prendan la luz!...
El mar
A Julio
Rojas
Inmensidad azul. Inmensidad
patria del tiburón y el calamar;
por el temblor rumbero de tus ondas
vienes a ser el precursor del jazz...
Síntesis colosal
de mariscos, espumas and
steamers
Profundo aquel filósofo que dijo:
“Cuánta agua tiene el mar”...
¿Fue Vasconcelos?
¿Fue Bergson?
¿Fue Kant?...
Cívica
A David
Noble
Caterva gobiernista, que sigue paso a paso,
el cadáver de un héroe que va para el panteón.
Una muchacha tiende rotundo y blanco brazo,
señalando en las nubes el vuelo de un avión...
Vapor caliginoso levanta de la tierra.
La comitiva marcha, rezumando sudor.
Y un perrito bull-terrier
encima de una perra,
afánase y jadea... para mirar mejor.
Temas
Para
Mario Mariscal
No haremos obra perdurable. No
tenemos de la mosca la voluntad tenaz.
Mientras haya vigor
pasaremos revista
a cuanta niña vista
y calce regular...
Como Nerón, emperador
y mártir de moralistas cursis,
coronados de rosas
o cualquier otra flor de estación,
miraremos las cosas
detrás de una esmeralda de ilusión...
Va pasando de moda meditar.
Oh, sabios, aprended un oficio.
Los temas trascendentes han quedado,
como Dios, retirados de servicio.
La ciencia... los salarios...
el arte... la mujer...
Problemas didascálicos, se tratan
cuando más, a la hora del cocktail.
¿Y el dolor? ¿y la muerte ineluctable?...
Asuntos de farmacia y notaría.
Una noche —la noche es más propicia—
vendrán con aspavientos de pariente,
pero ya nuestra trémula vejez
encogeráse de hombros, y si acaso,
murmurará cristianamente...
Pues...
La
conversión
Prólogo
Pensamos que ya era tiempo de ser románticos,
y entonces
confeccionamos un paisaje ad-hoc,
saturado del más puro idealismo,
y barnizamos la luna
de melancólico color.
Adquirimos también
una patria y un dios
para los usos puramente externos
del culto y del honor.
(Vertimos por la patria
medio litro de sangre;
comulgamos con ruedas de molino
por el amor de Dios.)
¡Ah!... y teníamos una dama
propia para el corazón.
Usaba las manos blancas,
un albo cuello de cisne
y los ojos insolubles
a la temperatura del alcohol.
Era una dama Capuleta,
hábil para charlar en el balcón.
Naturalmente, Chopin
y algunas otras cosas similares,
nos hicieron llorar más de una vez,
pero justificamos nuestro llanto
con el capcioso: ¿Quién que es, no es?
Y otras veces
llorábamos también por la exquisita
banalidad de nuestra vida
ida.
Cuando
vicios, virtudes y personas notables
bailoteaban
sobre la cuerda de nuestra ironía,
como muchachos locos, en la escuela,
o como tiples en la pasarela.
Y al fin fuimos cristianos
por esnobismo.
Necesitábamos precisamente
algún egregio sembrador de dudas
y en un baile de máscaras
la rubia Magdalena nos presentó a Jesús.
Y sucedió, porque al atardecer
las pasiones jocundas acallaron
su estentóreo fulgor de dinamita.
Éramos mansos de corazón
y la carne del Cosmos era de una
estupenda belleza hermafrodita.
Inútil
divagación sobre el retorno
Más adoradas cuanto más nos hieren
van rodando las horas,
van rodando las horas porque quieren.
Yo vivo de lo poco que aún me queda de usted,
su perfume, su acento,
una lágrima suya que mitigó mi sed.
El oro del presente cambié por el de ayer
la espuma… el humo… el viento...
Angustia de las cosas que son para no ser.
Vivo de una sonrisa que usted no supo cuándo
me donó: Vivo de su presencia
que ya se va borrando.
Ahora tiendo los brazos al invisible azar;
ahora buscan mis ojos con áspera vehemencia
un prófugo contorno que nunca he de alcanzar.
Su perfume, su acento,
una lágrima suya que mitigó mi sed.
¡Oh, si el humo fincara, si retornara el viento,
si usted, una vez más, volviera a ser usted!
Este
ensiemplo demuestra
que no
solamente de mujeres
pueden
los hombres hablar
Entonces llegó ella, exactamente ella
luciendo un estruendoso vestido carmesí.
Lujo asiático —dije— pero está usted muy bella...
y ella, naturalmente, me contestó que sí.
Si usted me permitiera, yo le daría mi nombre;
soy un hombre de pluma y me llamo Renato,
lo de la pluma es subsidiario en el hombre
mas tengo un porvenir color permanganato.
Ella me dijo entonces una frase inefable
que por razones obvias no quiero recordar;
permita usted, por tanto, que de esto no le hable.
Pero hay otras cuestiones acerca de las cuales
sin desdoro ninguno podemos divagar:
La Vida… el Comunismo… las partes genitales...
Tardía
dedicatoria
al
primero pero ya difunto amor del fabulista
Tiempos en que era yo adolescente
y el señor don Porfirio presidente
y Dios nuestro señor, omnipotente...
I
Tiempos en que era Dios omnipotente
y el señor don Porfirio presidente.
Tiempos —ay— tan lejanos del presente.
Cándida fe de mi niñez ingrata
muerta al nacer, en plena colegiata
viendo folgar a un cura y una beata.
Ciencia y paciencia que aprendí en la escuela
de la mosca impertérrita que vuela
sobre calvas del tiempo de mi abuela.
Arte de ver las cosas al soslayo,
cantar de madrugada como el gallo,
vivir en el invierno como en mayo
y errar desenfadado y al garete
bajo este augurio: ¡Lo que usted promete...!,
y en la raída indumentaria un siete.
II
Tiempos en que era Dios omnipotente
y el señor don Porfirio presidente.
Tiempos en que el amor delicuescente
y delicado y delictuoso hacía
un dechado en cada hija de María
de flores blancas y melancolía.
Tiempos en que el amor usaba flechas
y se invitaba al coito con endechas.
Tiempos de ideales y de frases hechas.
¿Quién no insinuó a su prima con violetas
u otra flor, esperanzas tan concretas
cual dormir una noche entre sus tetas...?
Bizarra edad que puso cuello tieso
y corbata plastrón a mi pescuezo
y me inhibió a la alegría y al beso.
III
Novia insolvente: por tus medias rotas
vertí de llanto las primeras gotas...
En mi recuerdo como corcho flotas
cuando laxa de amor y complacencia,
en un cuarto de hotel y en mi presencia,
te lavabas el árbol de la ciencia
perdida ya tu condición virgínea.
Perdón si en actitud antiapolínea
besé tus muslos y aflojé la línea.
Llanto que derramaste, amargo llanto,
ira, dolor, remordimiento, espanto...
Lo que perdiste no era para tanto.
Tiempos en que era yo adolescente
y el señor don Porfirio presidente
y Dios nuestro señor, omnipotente...
Canción
de cuna
para
adormecer niños muy despiertos
El pescado grande se come al chiquito
mas banquero grande pare banquerito.
El pescado grande cómese al chiquito
y el marrano grande pare al marranito.
El peral da peras y el nopal da tunas
y por las ventanas de los rascacielos
absorben fortunas
banquerillos magros y gordos banqueros.
El pescado grande se come al pez chico
y al pobre pendejo le devora el rico...
El banquero tiene las nalgas enjutas
de tanto mecerlas en muelle sillón.
Duérmete mi niño... Ahí vienen las putas
a darte la teta o el biberón...
El pescado grande se come al chiquito
mas banquero grande pare banquerito.
Rascacielos negros, rascacielos rojos
por arriba calvos, por abajo cojos...
Duérmete criatura, duérmete y no gruñas
que viene el banquero con sus largas uñas.
Duérmete pequeño y ya no hagas gestos.
Duérmete y reposa cual si fueras sordo
que pronto... un día de estos
los peces chiquitos comerán pez gordo...
Epístola
a una dama
que
nunca en su vida conoció elefantes
Hay elefantes blancos que no son comunes;
son como la gallina que pone huevo en lunes.
En realidad, los elefantes
no tienen la importancia que nosotros les dimos
antes.
Son como una señora con los senos opimos
los pobres elefantes.
El símil no es exacto pero da bien la idea:
el elefante tiene su trompa y la menea
con el flácido ritmo que la dama sus senos...
Y se parecen mucho aunque usted no lo crea.
El símil no es exacto pero eso es lo de menos.
Dice un proverbio indio: “Haz que tu amada ostente
la gracia quebradiza de un joven elefante...”
He allí un símil, señora, un sí es no es imprudente
y clásico, no obstante.
Cuando usted me decía: Yo no creo en elefantes...
abrigaba mis dudas.
Opiniones ajenas no son siempre bastantes:
la jirafa, el camello, ciertas aves zancudas
son menos admisibles. Como dije a usted antes
gusto hablar de animales con el pelo en la mano.
Como errar es humano
perseguí paquidermos por los seis continentes
—el antártico incluso— por verdades fehacientes
en dinero y cuidados no paré nunca mientes.
Hay elefantes blancos pero no son comunes;
son como la gallina que pone huevo en lunes.
Los usan en los circos y en las cortes fastuosas
para atraer turistas y algunas otras cosas.
Los elefantes son, más comúnmente, grises:
a veces son gris-rata, a veces son gris-perla
y tienen sonrosadas como usted las narices.
Cuando miro elefantes, siento anhelos de verla
y estrecharla en mis brazos, como en tiempos felices…
Los elefantes son, más comúnmente, grises...
Un rajah de la India, por razones que ignoro,
arrancó los colmillos a su fiel proboscidio
quien se puso ipso-facto,
dentadura de oro
y murió ipso-facto...
¿fue piorrea? ¿fue suicidio...?
¿Un rajah de la India? Eso sí es hilarante, hilarante
sobre todo en el cine con un buen comediante...
Un defecto, no obstante
tiene —justo es decirlo— el amigo elefante:
la epidermis que cubre su maciza estructura
es tan dura, tan dura
que adecuarse no puede a la industria del guante.
De otros puntos de vista el amigo elefante...
es tan útil, señora,
como un cambio de dieta a un estómago enfermo...
El
cumplido funcionario
Falleció el funcionario de un
maligno tumor,
de un tumor canceroso en su
ancho nalgatorio
contraído en diez lustros de
trabajo creador
culi-atornillado detrás del
escritorio.
El personal adscrito con varias
actitudes
el cadáver del jefe acompaña al
panteón.
Hay algunos que ensalzan sus
ocultas virtudes.
Otros hay que murmuran: Era un
buey y un cabrón.
Ya el difunto desciende al seno
de la Tierra
mientras aúlla frases un
fúnebre orador...
Y un perrito fox-terrier encima
de una perra
afánase y jadea... para
escuchar mejor...
El
líder
El líder camina con paso de
pato.
No es que sufra callo
ni estrecho el zapato
es que así es su andar
y con él desfila el primero de
mayo
y en las noches entra a su
dulce hogar.
Al líder le sobra dinero:
cuotas
y otras prestaciones del
trabajador
le brindan queridas, maricas,
madrotas;
vicios de banquero, goces de
hambreador.
La vida del líder es sólo un
prurito
contumaz y terco de
actos-de-adhesión;
de guiar su manada servil y
obediente
y escuchar el grito:
“Gracias… gracias… gracias…
Señor
Presidente”
traseros en alto, en la
procesión.
Burguesa
Estoy muerto de risa porque tú me has dejado...
y es que mucho se aprende después de haber paseado
del brazo y por la calle con el proletariado.
No creí que favor tan ruin se me negase...
¡Acostarte conmigo...! Pero está bien.
No
le hace.
Es que tienes muy poco espíritu de clase.
Yo practico el amor por los viejos resquicios...
Burguesa mojigata trufada de prejuicios...
¿Solicitar tu mano...? No conozco esos vicios...
El
mago
El mago tenía dos hijas tan
bellas... tan bellas
que el gobierno en masa andaba
tras ellas.
Muchachitas serias pese a sus
deslices
las niñas amaban los cabellos
grises...
(Cabellera gris, emblema
argentino)
¿Ricachón precoz...? Si acaso
Tintino.*
Las hijas del mago en íntimo
ambiente
bailaron desnudas ante el
presidente.
¿Sufragio efectivo?
¿Democracia? ¿Amor?
Ya el mago no es mago, es
gobernador...
* Tintino: acaudalado y joven
banquero de mediados del siglo XX. [N. del A.]
El
diputado
Con la boca, reseca, reseca
y el cabello erizado, erizado…
corretea de la seca a la meca
el presunto señor diputado.
Trasudando sufragio-efectivo
caga sangre el señor diputado
al pensar que pudiese algún
vivo
comerle el mandado…
Ya en la paz del congreso
descansa
triunfador el señor diputado
bien repleto el bolsillo y la
panza
y en la boca fruncida, un
candado.
El
almirante
Ese gran almirante de la calle
de Azueta
que cantaba las glorias de la
marcha hacia el mar
era aquel tenientillo de
corbata o corbeta
que alguna vez nos quiso dizque
alemanizar...
Del pirata extranjero es lacayo
oficioso
y en las aguas del Golfo al de
casa posterga.
Y por eso hoy pedimos ante un
juez contencioso
que cual torpe grumete se le
mande a la verga...
Absolución
La joven artista exhibe sus
tetas
partes integrantes de su
profesión
arriesgando —claro— que curas
ascetas
le nieguen los goces de la
comunión...
La joven artista de ondulante
nalga
penetra a la iglesia en mala
ocasión.
El cura la increpa, le grita
que salga,
que libre a los fieles de la
tentación...
La joven artista desnuda y
contrita
en la sacristía se llena de
unción.
La sotana alzada, el santo
curita
beatíficamente da su
absolución...
El
señor magistrado
A
la memoria de Rubén Jaramillo
y
su familia
El señor magistrado expedita
expedientes
con criterio cretino pero
afilados dientes...
Se delibera en pleno
—senténciase en privado
para halagar al rico y fregar
al fregado.
Con la solemne toga y el
birrete cuadrado
es un costal de mañas el gordo
magistrado.
Obrero, campesino, pueblo
desamparado
sólo fusil en mano no serás
humillado...
¿Dónde está la Justicia...?
Debajo de una mesa
contempla al magistrado que
eructa y que bosteza...