Bitácora de literatura: traducción de poesía, sátiras, poemas, fábulas, epístolas, epigramas, aforismos, crónicas, antologías...

domingo, 5 de octubre de 2014

ENTRADA 100. Salvador Novo (1904-1974): La Diegada.







En ocasiones anteriores ofrecí sendas entradas de Salvador Novo —Nalgador Sobo, como se le apodó popularmente: la primera en que, acompañado por otros autores, se compilan Algunos epigramas sobre políticos mexicanos; y la segunda sobre Un epigrama “inédito” de su autoría, el cual, hasta ahora no he podido encontrar impreso.










Desde mi punto de vista, La Diegada —incluyendo a los sonetos, las décimas y la quintilla— conforma junto al Madero-Chantecler de José Juan Tablada y el Prometeo —renombrado posteriormente, “sifilítico”— de Renato Leduc (ofrecí fragmentariamente el primero, e íntegro el segundo en este portal), pese a su heterogenia, la tríada de los mejores textos satíricos en verso del siglo XX de la Literatura Mexicana —si tal cosa existe.










Esta entrega de Maese Novo pretende ser el antecedente de una futura y nutrida selección de su poesía. Mientras tanto, a partir de la visión de quien fuera su secretario, el escritor Carlos Monsiváis y su ensayo —autopsicobiográfico, apuntaría yo— Salvador Novo: Lo marginal en el centro (Ediciones Era) —cito por la segunda edición (corregida y aumentada) de 2004—, contextualizo la serie de poemas que, a su vez, constituyen La Diegada.










Monsiváis narra (Op. cit., pág. 165):

Tan pronto se dan a conocer, Novo y sus congéneres se vuelven blanco de la izquierda política. El Machete, la gran revista del Partido Comunista de México, hecha muy centralmente por artistas, Diego Rivera el más notorio, en el número del 28 de agosto al 4 de septiembre de 1924 publica una sátira, “Los rorros fachistas”, de subtítulo propio del teatro frívolo: “¡Mancebos eruditos y poetas, corresponsales de periódicos burgueses y comisionados por algunas Secretarías de Estado para agasajar a sus cuates de la Nave ‘Italia’, a su vuelta de Veracruz se reúnen para hacer añoranzas!” [...] Al texto lo preside el grabado de  [José Clemente] Orozco “Los Anales”.










El propio Novo, en la Consideración preliminar a su Antología personal. Poesía, 1915-1974 (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1991), precisa que entre 1925 y 1933 —más concretamente entre la publicación de XX poemas y Espejo y Nuevo amor—, “cultivó como una gimnasia y un juego el soneto satírico”.






Día de Muertos (1924)
Panel del Patio de las fiestas.
Planta baja de la Secretaría de Educación Pública.





Retomo a Monsiváis, quien contextualiza el origen de la obra que se ofrece en esta entrada (Op. cit., págs. 77-78):

En 1926, Novo inicia la serie de sonetos y décimas de “La Diegada”, una etapa del pleito entre Diego Rivera y los amigos del escritor Jorge Cuesta que se casa con la ex mujer de Diego, Lupe Marín. En su arrebato vindicativo, estos versos dan idea del sabido aprendizaje quevediano en la querella ad hominem. Frente a chistes, imitaciones, desprecios y rechazos, se levantan los sonetos que inundan de oprobio al Artista de la Revolución. En uno de los murales de la Secretaría de Educación Pública, Diego Rivera hace un retrato despiadado de Novo, y él responde con “La Diegada”, que expone las farsas involuntarias del pintor, y comenta el “adulterio” de la compañera de Diego, Lupe Marín, con Jorge Cuesta. [...] Tan impecable es la sátira, que se reproduce a mano o en copias mecanográficas, y aun quienes no soportan al autor festejan la voluntad de no dejarse y el talento. Novo se lanza contra los provincianos, contra los izquierdistas, contra los falsos prestigios, contra los machistas.






El que quiera comer que trabaje (1928)
Panel del Corrido de la Revolución Proletaria.
Segundo piso de la SEP.





Y continúa (págs. 82-83):

En los muros de la Secretaría de Educación Pública, Diego Rivera se burla de Antonieta Rivas Mercado, a quien una revolucionaria enérgica le entrega una escoba para que barra los restos de esa simbología de liras, paletas de pintor exánime, rosas blancas y un número de Contemporáneos de 1928. Con expresión desolada, la Rivas Mercado ve a un obrero revolucionario ponerle el pie a un poeta con orejas de burro.






Jorge Cuesta.





Gilberto Owen (Obras, Fondo de Cultura Económica, Primera reimpresión, 1996, pág. 269), en una carta que le remite a Xavier Villaurrutia desde Nueva York el 29 de noviembre de 1929:

Y Salvador me escribió al fin con un horrible chisme de la convivencia de Jorge [Cuesta] con Diego [Rivera] y con Lupe [Marín]. ¿Es verdad? ¿Y fuiste a esa merienda?










De acuerdo con Monsiváis, Novo y Rivera se reencuentran cuando el primero se desempeña en la comisión de Prensa del Partido Popular y el segundo ingresa, junto a otros izquierdistas, al organismo fundado en 1948.










Para la siguiente década, los otrora enemigos tienen un trato cordial (Op. cit., págs. 195-196):

ahora Novo encauza las pretensiones de aquellos que gracias a él vislumbran escenas de la élite del arte y del espectáculo, por ejemplo la entrega a una estrella de su retrato hecho por Diego Rivera:

Silvia Pinal vive muy adentro de los Jardines del Pedregal —en la avenida de las Fuentes. Cuando llegué, Diego y el Indio Fernández contemplaban el retrato, y se disponían a colocarlo donde se viera mejor. Diego me recibió muy afectuosamente. Está muy bien, muy bien de aspecto y de salud. (24 de noviembre de 1956)










Sin embargo, los fantasmas del pasado regresan para atormentar al Cronista  de la Ciudad de México (págs. 204-205):

Un incidente de 1967, Lupe Marín, la ex mujer de Diego Rivera y Jorge Cuesta, se entera muy tardíamente, o decide enterarse, de La Diegada, el muy injurioso envío de Novo, y le ofende en especial el soneto de comienzo tan exterminador:

Marchóse a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando —si podría
hijas llamarse a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y arpía.

Lupe no necesita más. Manda imprimir un volante donde de varias maneras señala “la mariconería de Novo”, y critica al gobierno que lo hizo Cronista capitalino. Y se presenta en el Museo de la Ciudad en el momento en que Novo termina una conferencia. Lupe distribuye el volante y Novo se resguarda en la Dirección hasta que le informan de la partida de la señora Marín.



















La Diegada (1926)

1.

Rafael querido, tu Canto a Rivera
porque decoró la sede de Cortés,
huele a mejor ana que la primavera
indiana que llega postrada a tus pies.

Pues ya sus cosechas hasta Cuernavaca
llenaron paredes con arte de ley,
celébrenlo todos, que en limpio se saca
que cuerna la vaca mientras pinta el buey.

A inmortalizarlo, tímido, me llego;
seremos en ello, padrinos, compadres.
Digamos su vida: llámaronle Diego
porque es de San Diego —pero de los Padres.

A veces suspira con hondas saudades
en su Edad de Oro por su Edad de Hierro
y mira el pasado, y en sus mocedades
ve cerro tan sólo, ve cerro tras cerro.

El genio en su frente brotaba pujante,
gallardo y enhiesto en forma de agujas;
pasó por Lovaina, detúvose en Gante
y puso pinceles al Puente de Brujas.

Por rara ocurrencia e insólito caso
en las novilladas del arte, el pintor
tropieza en el coso con Pablo Picasso
que en él se ejercita como picador.

Regresa oportuno con buena contrata
en la temporada del diestro Pepete;
danle el anfiteatro, del cual se si trata
recluta, retreta, retrata y retrete.

De Nueva Galicia con fresca Gorgona
—el traje de jockey, la voz de sargento,
modelo en el muro, tumulto en la zona—,
monstruoso celebra el carnal juntamiento.

Las furias asombra tamaño conjuro,
que aquél cuya panza tomaron por frente
no puede ante el muro lograr ponteduro
con mano que empuña pincel deficiente.

Catástrofe horrible que nada consuela;
deplórenlo todos por la Guada Lupe;
del pobre Juan Diego no prende la vela
y en seco se proyecta lo poco que escupe.

Subió la escalera. Y opina la gente
que nunca su genio más alto voló.
(Lo dijo Aristótil, varón omnisciente,
ya puede que sí, ya puede que no.)

Yo pongo en  veremos el caso dudoso,
pues no me parece bastante probado:
¿Volar, Aristótil? Pues ¿no hay en el coso
muchísimas veces un toro embolado?

Portento cornátil, la gente de Rusia
el grave le enseña pendón colorado.
Acude al reclamo, las patas se ensucia,
le cortan la oreja y el rabo colgado.

La estrella que roja sus rayos aduce,
la estrella que manda los ricos al diablo,
al astro leníneo, lumínico luce
allí donde siente calores de establo.

Aprende en la estepa las cosas que sepa:
de quien las trabaje son tierra y mujer.
¡Que cuanto le quepa se meta en la pepa,
pues él no la puede por cable joder!

Complazca en su ausencia su lóbrego abismo,
procure su esquila constante repique:
¡Salud, camaradas! ¡Esto es comunismo!
¡Dejádmela buena para el bolchevique!

Un crítico grácil, esbelto y albino,
de lánguido talle, los ojos asoma;
el diestro, siniestro, y el vuelo ladino
como una paloma.

Dejemos a Diego que Rusia registre,
dejemos a Diego que el dedo se chupe,
vengamos a Jorge, que lápiz en ristre,
en tanto, ministre sus jugos a Lupe1.

Su suerte cambiaron clarines famosos,
la gente a su paso se pone en cuclillas,
espera medallas, y aquellos tramposos
en cambio le quieren poner banderillas.

No tienen razón los que se violentan
antes de sus estampas, y dícenle agravios;
si cara de idiotas sus monos ostentan,
es que le disgusta pintar monosabios.

Regresa este genio grande entre los grandes,
tiene conquistada su gloria mejor.
Puso nuestra patria una pica en Flandes
—y otra le pusieron a nuestro pintor.

Hacia California, la Meca del cine,
sus pasos dirige en fecha nefasta
porque nadie piense ni nadie imagine
que él no es el primero que como cine-asta.

Allí los apuros para el desayuno,
que cuando su esposa pedía hot-cakes,
él, baja la testa, pedía el muy tuno
crujientes y frescos platos de corn-flakes.

Volvió —de la gloria más alta en la cima—
de Estados Unidos a fines de abril.
Le dieron los yanquis, la tierra y el clima
los ímpetus nuevos de un Búfalo Vil.

La buena costumbre se aprende en la escuela,
y aquella porcancia nutrida de ordure,
ya diario se baña, seguido se pela,
y cada semana se da cornicure.

Del año en la fértil saison esplendente
—mentido de Europa raptor, como dice
don Luis el de Argote—, la luna en la frente
se afirma en los patrios terrenos que pise.

Hasta un rascacielos enorme y derecho
lleva sus pinceles el hijo de puta.
Nueva York se asombra, porque se ejecuta
por la vez primera El buey sobre el techo.

La Plaza de Toros no es como el Estadio
y este buey no puede dar la vuelta al ruedo.
Su estampa disgusta, y a modo de pedo
nos lo reentorila la Ciudad del Radio.





__________
1 La versión que recoge la Antología personal de Salvador Novo, agrega la siguiente cuarteta. Frida supo de Diego cuando éste realizó su primer mural en el Anfiteatro Simón Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria en 1922, y no se reencontró con él, sino hasta 1928 —año en que se divorcia de la jalisciense Guadalupe Marín:

Repudia a la vaca jalisca y rabida
la deja en mano del crítico ralo
y va y le echa un palao a una que se Kahlo
apellida y se llama —cojitranca Frida.

Novo le dedicó un poema a la pintora en 1934 —publicado en 1935, según Monsiváis, quien lo califica de “asalto vanguardista”.










2.
[Sonetos a Diego]

La diestra mano sin querer se ha herido
el berrendo del muro decorado,
y por primera vez tiene vendado
lo que antes tuvo nada más vendido.

Un suceso espantable es lo ocurrido;
descendió del andamio tan cansado,
que al granero se fue, soltó un mugido
y púsose a roncar aletargado.

Y una mosca inexperta e inocente,
aficionada a mierda y a pantano,
vino a revolotear sobre su frente.

Despertó de su sueño soberano
y al querer aplastar —¡hado inclemente!—
se empitonó la palma de la mano.





Cuando no quede muro sin tu huella,
recinto ni salón sin tu pintura,
exposición que escape a tu censura,
libro sin tu martillo ni tu estrella,

dejarás las ciudades por aquella
suave, serena, mágica dulzura,
que el rastrojo te ofrece en su verdura
y en sus hojas la alfalfa que descuella.

Retirarás al campo tu cordura,
y allí te mostrará la naturaleza
un oficio mejor que la pintura.

Dispón el viaje ya. La lluvia empieza.
Tórnese tu agrarismo agricultura,
que ya puedes arar con la cabeza.





Marchóse a Rusia el genio pintoresco
a sus hijas dejando —si podría
hijas llamarse a quienes son grotesco
engendro de hipopótamo y harpía.

Ella necesitaba su refresco
y para procurárselo pedía
que le repiquetearan el gregüesco,
con dedo, poste, plátano o bujía.

Simbólicos tamales obsequiaba
en la cursi semanaria fiesta,
y en lúbricos deseos se desmayaba.

Pero bien pronto, al comprender que esta
consolación estéril resultaba,
le agarró la palabra a Jorge Cuesta.

__________
Cito al escritor veracruzano, Josué Castillo, ávido lector de la obra de Jorge Cuesta, quien en su artículo La diegada y sonetos a Diego por Salvador Novo (Blog de la Redacción Performance, septiembre de 2012), refiere que el químico y escritor presumía del enorme tamaño de su miembro:
 
Lupe y Cuesta se habían conocido en casa del matrimonio Rivera Marín, durante una de sus semanales fiestas. La costumbre era que los fines de semana —si no me equivoco— se realizaba una fiesta en la que se reunía toda la fauna intelectual de Coyoacán e invitados. Al lugar asistían Novo, Villaurrutia, Cuesta y Dolores del Río, entre otras glorias nacionales. Allí eran agasajados por Lupe Marín, conocida por sus dotes gastronómicas, quien les colmaba de delicias regionales.

Cuentan quienes vivieron el drama que fue un flechazo inminente. Había entrado Cuesta a la cocina a buscar vaya usted a saber qué y, allí, se encontraría con Lupe. Cruzaron miradas y el resto es historia. Muchas cosas tuvieron en común: amigos, gustos y una libido intensa y sin control. 





Pues Tina y Cuba sirven de trinchera
para huir de la cólera de Cuba,
Cuba a Tina cortó la regadera
de modo que ya no hay quién se le suba.

Se agotaron las flechas de su aljuba,
su vida terminó perecedera,
y lo llora la turba arrabalera
que comunismos pútridos incuba.

Y Diego, el comunista distinguido,
que maneja el pincel ultramoderno
y que es tan buen pintor como marido,

por el largo desfile hacia el infierno,
en homenaje al desaparecido,
aporta una corona en cada cuerno.





Pues la Revolución todo lo premia
con aproximaciones y reintegros,
y la cena fatídica de negros
está por terminar, y el tiempo apremia,

nombraron Director de la Academia,
a quien cambió una madre por dos suegros,
a quien con sus pinceles pelinegros
la pintura mural hizo espidemia.

Y hallando en mal estado el edificio,
lleno de cuarteaduras y de plastas,
púsose a meditar, con sano juicio.

Y le dijo al Rector: “Aquí no gastas,
que voy a aprovecharte de mi oficio.”
Y apuntaló los techos —con las astas.





Ya no nos pintes más hoz y martillo
ni mezcles agraristas con obrero;
guarde ya tu pincel aventurero
el depósito fiel de tu fundillo.

Ilustrador falaz del Laborillo,
vete por el camino verdadero,
y acude al que te atañe lastimero
virgiliano llamar del caramillo.

Luciente honor del cielo, y cuando vayas
a las exposiciones en que brillas,
paces, muges, decoras y atalayas,

los jurados harán, gente sencillas,
que te impongan en vez de medallas
unas decorativas banderillas.





El berrendo mural, Tauro eminente,
becerro babilonio, Apis moderno,
chivo de la expiación, hijo del cuerno
que las nubes abolla con la frente,

para darse renombre entre esta gente
de multidiversidad y desgobierno,
tiene pincel y mugimiento alterno
de rojo y de amarillo conveniente.

Consumado cabrón, buey sin arado,
habla de los burgueses, y alquilado
del Gobierno y de gringos se amamanta.

Para que no los llene de defectos,
le pondrán los muchachos arquitectos
un asta aquí —donde le crece tanta.





Cuando anuncie el clarín la última suerte
y enmudezca la gente suspendida,
sabrás que la faena por lucida
tiene forzoso término en la muerte.

Portes Gil, Garci-Téllez o Reverte,
¿qué te puede importar? Sirva tu vida,
mago de la pared desmadrecida,
de ejemplo burridiego y testuzfuerte.

No el más allá te llene de zozobras,
¡oh, inmortal!, ni los censos ganaderos,
puesto que ganas más de lo que cobras.

Y ha de quitarse el mundo los sombreros
ante los muros en que estén tus obras
—Digo tus astas, digo tus percheros.





Antílope, bisonte, cornucopia
—¡qué bonito principio de soneto!
Yo quiero terminarlo, y te prometo
enviarte cuando menos una copia.

Véndela si te encuentras en la inopia.
Hallarás, divulgándolo, el secreto
de subsistir, ¡oh, ser siempre sujeto
por coyunda cornélida e impropia!

Si no eres ya valido del Gobierno
que ello te importe un serenado cuerno,
que eres, de todos modos, un balido.

Con uno quedarás rinoceronte,
no habrá quién se te enfrente ni te afronte,
y hará temblar la tierra tu mugido.





Tanto al pintor le llegan primitivo,
pérfidas ondas, músicas danzantes,
como audiciones capta interesantes
un screengrid moderno y selectivo.

En uno y otro muro sucesivo
lo que vido pintó, y hoy como en antes,
múltiples veces sirve rumiantes
frutos de su aparato digestivo.

Fecundidad monótona de liebre
que admite y multiplica, a duras penas
algún gringo hallará que lo celebre.

Decídase por bulbos o galenas,
y vuelto hacia el pictórico pesebre,
procure derribarse las antenas.





Rival feliz de Giotto y Cimabue,
las horas de tu vida rutilante,
el Purgatorio nárranos de Dante:
Le prime eran cornute come bue.

Disfrute tu mujer y usufructúe,
que al propio tiempo en alto y adelante
lleves coyunda, riendas y pescante:
Simile mostro visto ancor non fue.

Tus hermanos, uncidos al dorado
carro, te abandonaron en el monte,
perdido todos, sólo tú ganado.

Míralos trasponer el horizonte;
quizá traigan el paso fatigado,
Ma le quattro un sol corno avean per fronte.





Querido Rafael, ese soneto
cuyo motivo sobrecoge y pasma,
me ha llenado de envidia pecho y asma,
como dará valor al cornupeto.

Tanto admiráis estampa en el sujeto
—sujeto, digo bien—, que su fantasma
hace que me levante de la casma
y que venga a confiaros un escreto.

Téngole envidia y miedo, y aturdido,
ni al revés sé si escribo ni al derecho,
y es mi mayor tortura y mi cuidido;

donde el lápiz grabó, “pase despecho”,
que un celoso tipógrafo entendido,
me vaya a corregir “pases de pecho”.





Un buey cansado, sucesor del Giotto,
enchicagó su carne enlatecida,
en andamios trepó, y en la Avenida
Quinta de Nueva York hizo alboroto.

Vacío de criadillas el escroto,
su mierda se borró porque despida
estableril aroma, y en su huida
se vino a hacer revistas para Soto.

A San Ángel volvióse con la mica
de su pinche mujer, porque lo arrope
y le prevenga alfalfa y bacinica.

Y ansioso de embestir, salta al galope
y con otros cornélidos publica
una revista que se llama El tope.










3.
[Décimas al mismo]

Décima
que resuelve un problema doméstico

—Me dicen que tu marido
es gente tan distraída,
que frecuentemente, vida,
suele dejarte en olvido;
¿es verdad, o me han mentido?
—Cierto, no te han engañado,
mas ya el remedio he encontrado.
—¿Y cómo le hallaste, dime?
—Si quiero que se me arrime
me visto de colorado.





Décima
que da máximas de limpieza

El pintor descomunal
no se enjabona en su casa
ni los umbrales traspasa
de público temascal.
Para su aseo anual
ni a su mujer, el infame,
por más que a su puerta llame,
quiere abrir el fementido,
que en la práctica ha aprendido
que el buey suelto bien se lame.





Décima
sobre su actividad acometiva

Sale furioso a la arena:
arte de las multitudes.
Porque los cuernos desnudes
se encuentra la plaza llena.
Se encabrita y desenfrena;
no hay nadie que le provoque
si no tiene buen estoque
frente a la furia dieguina;
y la crónica taurina
aparecerá en El Choque.





Décima
de cómo en el estreno de Maya
pudo otra obra maestra ganar renombre,
y pública admiración

Cuando dos genios, Ramón,
se juntan y ayuntamientan,
muchas cosas representan
en una sola ocasión.
Crommelynck y Gantillon;
y aun oro ejemplo te entrego,
que como asistió don Diego
desde su barrera o valla,
verse en una noche pudo
El Estupendo Cornudo
al propio tiempo que Maya.



 

Décima
enviándole un ever-sharp

En prueba de que te quiero
y como prenda evidente
de amistad, genio excelente,
yo te ofrezco un lapicero.
Acógelo lisonjero
y como  buena persona
con él pinta y encrayona,
pero antes, alma sencilla,
has de buscar a Gaona
porque te dé la puntilla.





Décima
que explica un suicidio

¿Por qué tremebunda historia
cometió negro delito
este pintor panzoncito
en lo mejor de su gloria?
—Pues hijo, se suicidó
porque ya no soportó
la grave occipital carga,
y a la corta o a la larga
porque su mujer lo astió.





Décima
sobre utilizar el oficio

Agora que he regañado
con casi toda la gente,
el gran pintor excelente
se encuentra desorientado.
Un pensamiento ha pensado
para conseguir dinero
—en su sentir lo primero—
y del fruto de su oficio
va a alquilar un edificio
y a instalar un astillero.





Quintilla
a lo mismo

Al ver to-da la moneda
pictórico-comunista
y para el caso en que embista,
prudente, toda de seda
tiene su capita lista.