Bitácora de literatura: traducción de poesía, sátiras, poemas, fábulas, epístolas, epigramas, aforismos, crónicas, antologías...

martes, 28 de enero de 2014

José Emilio Pacheco (1939-2014). Antología personal.

José Emilio Pacheco (1939-2014). Antología personal.






Fotografía: Rogelio Cuéllar.





Hace algunos días falleció en la Ciudad de México el escritor José Emilio Pacheco, quien, sobre todo, es conocido por Las batallas en el desierto, texto que infortunadamente forma parte de las lecturas de la mediocre educación básica de mi país —curiosamente dicho “reconocimiento” muchas veces no es gracias a la novela, sino a otras referencias tales como la película o a la canción que interpreta el grupo Café Tacuba.

Yo, ante todo, lo reconozco como poeta. Dicha concepción se debe a la edición que realizara el Fondo de Cultura Económica de su obra poética bajo el título de Tarde o temprano [Poemas 1958-2000] —este mismo sello editorial dispone de una recopilación más actualizada que abarca hasta el año de 2009.

En aquel entonces el autor difícilmente —por no decir que nunca— concedía entrevistas, aunque participaba de algunos eventos.

Acercarme directamente a su poesía me permitió descubrirlo sin intermediarios —a diferencia de otros, yo no tuve la fortuna de conocerlo personalmente—, y comulgué de inmediato con su visión crítica y pesimista respecto de la Humanidad. Además, la brevedad de sus poemas contribuyó aún más a granjearse mi admiración.

Como traductor que soy, Pacheco también influyó en mi formación —en particular estimo su traducción de los Cuatro cuartetos de T. S. Eliot, así como sus aproximaciones a la Antología Palatina.

Fue hasta hace poco, relativamente, que comenzó a recibir premios y distinciones dentro y fuera de México. Recuerdo en particular una declaración que realizó en este lapso, en la que argumentaba que debido a su deteriorada salud, el monto económico de los reconocimientos le resultaba provechoso para costear los gastos de sus enfermedades.

Concebí esta entrada como respuesta al manoseo que se ha hecho del poeta en estos días. No la tenía planeada. Por ejemplo, en las redes sociales, bajo el pretexto de rendirle homenaje, se banalizan tanto su nombre como su obra, en pos de figurar en la oportunista opinión pública.

Los homenajes oficiales que ya han comenzado —y seguramente se sucederán— son grotescos: a ellos comulgan políticos y funcionarios públicos para montar guardia alrededor del féretro y hablar frente el micrófono sobre el hombre —sin otro sustento que el del acto público— que siempre mantuvo una distancia prudente respecto del poder.

La paradoja de esta selección personal estriba en que es tan o más oportun(ist)a que los comportamientos descritos líneas arriba. A pesar de ello, aspiro a aprovecharme de esta funesta inercia, de esta efímera vehemencia pseudo-intelectual, para que aquellos que no conocen la poesía de José Emilio Pacheco experimenten un primer acercamiento que acaso los inspire a ahondar en su trabajo.

Estos treinta poemas son el recuerdo sincero, lleno de gratitud, de un lector hacia uno de sus escritores predilectos. A partir de ahora, ya sin el resguardo de su creador, comienza la lucha que entablarán sus poemas contra el tiempo, el juez cuyo veredicto importa en realidad —en oposición a la opinión de amigos, admiradores y villamelones contemporáneos.


César Abraham Navarrete Vázquez.










Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
—y tres o cuatro ríos.





Envidiosos

Levantas una piedra
y los encuentras:
ahítos de humedad,
pululando.





Envejecer

Sobre tu rostro
            crecerá otra cara
de cada surco en que la edad
            madura
y luego se consume
            y te enmascara
y hace que brote
            tu caricatura.





Autoanálisis

He cometido un error fatal
—y lo peor de todo
es que no sé cuál.





El espejo de los enigmas: los monos

Cuando el mono te clava la mirada
estremece pensar si no seremos
su espejito irrisorio y sus bufones.





Preguntas sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos

¿Existe otro animal que nos dé tanto?
JOVELLANOS

¿Por qué todos sus nombres son injurias?
Puerco/ marrano/ cerdo/ cochino/ chancho.
Viven de la inmundicia. Comen, tragan
(porque serán comidos y tragados).

De hinojos y de bruces roe el desprecio
por su aspecto risible, su lujuria,
su fundado temor de propietario.

Nadie llora al morir más lastimero,
interminablemente repitiendo:
—Y pensar que para esto me cebaron...
Qué marranos/ qué cerdos/ qué cochinos...





[De su Cancionero Apócrifo. I. Julián Hernández (1893-1955)]

Legítima defensa



9
(Arte poética II)

Escribe lo que quieras.
Di lo que se antoje:
de todas formas vas a ser condenado.
[1949]





Búho

El ojo inmóvil,
pez de tierra firme
encendido de noche en su fijeza.
Las garras que se adentran en la carne,
el pico curvo para el desgarramiento...
¿De cuál sabiduría puede ser símbolo
sino de la rapiña, el crimen, el desprecio:
todo lo que hizo tu venerada gloria,
Occidente?





Las manos

Viéndolo bien, son monstruosas las manos
y su extraño pulgar (rencoroso
servidor de los otros cuatro).
Pobre bufón que ignora su pasado:
Gracias a él, o por culpa suya,
hemos hecho la historia.





Enigmas

Como el pasado ya pasó
no sabes
qué ha sido en realidad
lo que ha pasado.





Mar eterno

Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.





Blasfemias de Don Juan en los infiernos



Hoy mismo

Mira las cosas que se van,
recuérdalas,
porque no volverás a verlas nunca.





Vidas de los poetas

En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras completas.





Sentido contrario



Ciudades

Las ciudades se hicieron de pocas cosas:
madera (y comenzó la destrucción),
lodo, piedra, agua, pieles
de las bestias cazadas y devoradas.

Toda ciudad se funda en la violencia
y en el crimen de hermano contra hermano.



Nombres

El planeta debió llamarse Mar:
es más agua que Tierra.



Antiguos compañeros se reúnen

Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.





Augurios

Hasta hace poco me despertaba un rumor de pájaros. Hoy ya no están. Han acabado estas señales de vida. Sin ellos todo parece más lúgubre. Me pregunto si los ha matado la contaminación o el hambre de los habitantes. O bien, quizá los pájaros comprendieron que la Ciudad de México se muere y alzaron el vuelo antes de la ruina final.





Certeza

Si vuelvo alguna vez por el camino andado
no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia.

Lo mejor es creer que pasó todo
como debía.
Y al final me queda
una sola certeza:
haber vivido.





El cobrador

Viene a cobrarme no sé qué.
Lo hago pasar a la sala.
Le muestro mis papeles.
Se hallan en orden.
Pero él insiste y amenaza y reclama.
Sólo saldrá de aquí cuando me muera.

Mientras tanto seguirá furibundo,
echándome la culpa del desastre mundial,
la contaminación, el desempleo, la miseria, el fracaso
del socialismo real, el capitalismo salvaje,
la deuda externa, el efecto de invernadero, la droga,
la violencia, el esmog, el nuevo racismo, el cáncer, el sida,
o la promiscuidad o la explosión demográfica
o cualquier otra cosa —con objeto
de cobrarme su pena de estar vivo.





A largo plazo

Valiente en la medida de su maldad,
la gota se arriesga
a perforar la montaña
en los próximos cien mil años.





Astillas



Retratos

Nada fija el instante:
en el retrato
se mueren más los muertos.



Dragones

El que derrota al monstruo
y ocupa su lugar
se vuelve el monstruo.



Posmodernidad

La supercarretera hacia la nada.
A la orilla
el cementerio de automóviles.





Aire oscuro



16

Por no saber qué decir
pagaré el haber callado.
Jamás perdona el silencio
a quien calla demasiado.





Próceres

Hicieron mal la guerra,
mal el amor,
mal el país que nos forjó malhechos.





Epitafio

La vida se me fue en abrir los ojos.
Morí antes de darme cuenta.





Amanecer

La luz dibuja el mundo en el rocío.
De las tinieblas brota el nuevo sol.
Es la hora en que se nace
y acaban su trabajo los mataderos.





La mosca juzga a miss Universo

Qué repugnantes los humanos.
Qué maldición
tener que compartir el aire nuestro con ellos.

Y lo más repulsivo es su fealdad.
Miren a ésta.
La consideran hermosísima.
Para nosotras es horrible.
Sus piernas no se curvan ni se erizan de vello.
Su vientre no es inmenso ni está abombado.

Su boca es una raya: no posee
nuestras protuberancias extensibles.
Parecen despreciables esos ojillos
en vez de nuestros ojos que lo ven todo.

Asco y dolor nos dan los indefensos.
Si hubiera Dios no existirían los humanos.
Viven tan sólo para hostilizarnos
con su odio impotente.

Pero los compadezco: no tienen alas
y por eso se arrastran en el infierno.





Moda

La moda pasa de moda.
La desnudez sigue intacta
como al principio del mundo.





Despedida

Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.



viernes, 17 de enero de 2014

Poemas de Efraín Huerta (1914-1982): 100 años después. Homenaje personal.

Poemas de Efraín Huerta (1914-1982): 100 años después. Homenaje personal.






Si bien son genuinas la admiración y la gratitud que profeso a poetas como César Vallejo, William Butler Yeats, Pedro Salinas, Arthur Rimbaud, Fernando Pessoa, Konstantínos Kaváfis, Salvatore Quasimodo, T. S. Eliot, Edgar Allan Poe, Cesare Pavese, Marco Valerio Marcial..., Huerta ocupa un lugar preponderante en mi obra; pero, ante todo, en mi existencia: Efraín, mi Efraín, es el poeta mexicano en cuya obra encuentro consuelo de este despreciable mundo —y no me refiero sólo al literario...


En el 2012, con motivo de su 30 aniversario luctuoso, conformé una selección de Poemínimos. Ahora me propongo compilar en esta Antología personal, los poemas de Efraín Huerta de los que disfruto más: aquellos que elegí para que me acompañen durante los días que me restan.


Que otros —sobre todo las instituciones gubernamentales— conmemoren el centenario del natalicio del gran poeta Octavio Paz en un homenaje nacional; yo, por mi parte, en tanto lector, me avocaré a celebrar la vida de Efraín Huerta más allá de fechas de nacimiento y muerte, en uno personal.


Tengo claro cuál le habría gustado más...



César Abraham Navarrete Vázquez.








 





Efrén Huerta Romo —su nombre de pila lo cambió por Efraín, persuadido por sus compañeros preparatorianos de San Ildefonso (concretamente por Rafael Solana), donde lo conocían como El flaco neuras— nació en Silao, Guanajuato.



Estudió en León y Querétaro. Después, se trasladó a la Ciudad de México para cursar la preparatoria. Este período lo trasciende, ya que se relaciona con autores como Octavio Paz y el referido Solana, junto a los cuales fundó posteriormente la revista Taller.







Foto: Archivo del periódico Excélsior.





De aquella época datan sus carpetas negras —llamadas por él mismo, Las damas negras— que contienen sus primeros escritos, así como transcripciones manuscritas —que realizaba en la Biblioteca de la Universidad— de los autores de los que gustaba.







Pesadilla de guerra y sueño de paz.
Diego Rivera. 1952.
Archivo del CENIDIAP del INBA.





Desde su juventud se comprometió con los desposeídos —aparece en el mural Pesadilla de guerra y sueño de paz (1952) de Diego Rivera, hoy perdido, recogiendo firmas, como lo expresa en su poema Hoy he dado mi firma para la paz:


Hoy he dado mi firma para la Paz.
Bajo los altos árboles de la Alameda
y a una joven con los ojos de esperanza.



Formó parte de la Federación de Estudiantes Revolucionarios y la Juventud Comunista, antes de afiliarse al partido.










Comenzó la carrera de Derecho, pero no la concluyó. Encontró en el periodismo y la literatura su vocación.






Foto: Archivo de la Coordinación Nacional de Literatura del INBA.





Como periodista  redactaba “artículos de primera necesidad”, con los que mantenía a su familia, bajo diversos seudónimos como Juanito Pegafuerte, El Periquillo Columnas del Periquillo y El Periquillo en su Balcón en el suplemento dominical de El Nacional— y Julián Sorel. Fungió como crítico de cine en revistas y periódicos: Celuloide y El Fígaro, respectivamente.







Máquina de escribir de Efraín Huerta.
Casa del Poeta Ramón López Velarde. Ciudad de México.





Escribía a máquina —nunca aprendió a mecanografiar por lo que lo hacía con dos dedos, rapidísimo, acompañado siempre por una copa—, corregía a mano, y reescribía a máquina nuevamente.










Aficionado del equipo Atlante y admirador de la belleza de las mujeres —además de las estrellas cinematográficas que lo acompañan en muchas fotografías, existe una caricatura en la que Huertadilo entrevista a una hermosa y joven actriz. Ella permanece sentada sobre un sillón, mientras él se encuentra a sus pies, demasiado cerca: “No, no soy casada... ni tengo novio pero, Señor Huerta: ¿No le parece que esto ya se está pasando de entrevista?”; y que inmediatamente remite a aquel poemínimo: 


Aclaro que...

No no
Bella
Y sexy
Doctora
Yo no aspiro
A ser
Nada más
Su paciente
Sino su
Pa’ siempre




Foto: Archivo del periódico La Jornada.





Huerta supo eternizar en sus poemas la metamorfosis que sufrió la Ciudad de México desde la década de los treinta hasta el día de su muerte —el 3 de febrero de 1982. Sin embargo, el eje que guía su obra es, ante todo, el amor.










En la primera parte del programa televisivo Luces de la ciudad, Efraín Huerta y la Ciudad de México (México, 1994) —idea original de Gerardo de la Torre—, realizado por Felipe Cazals, Edmundo Valadés (1915-1994) rememora la siguiente anécdota brevemente:


En ese tiempo el tuvo un infarto, ¿no?, muy grave. Me acuerdo de que mandó una tarjeta que decía “Querido Mundo” —él me decía Mundo—, tal y tal cosa, y firmaba “Infartín Huerta”. 











En la segunda parte de la emisión, Alejandro Aura (1944-2008), habla de su mentor y contextualiza un par de poemas del Cocodrilo:


Había una chica que trabajaba en la distribuidora de automóviles y taller mecánico y no sé qué, Morris, que está o estaba ahí junto a IBM, junto al edificio de IBM, y ahí trabajaba una chica grandota como tú [se refiere a la entrevistadora y conductora Perla de la Rosa], preciosa, nomás que rubia, y tenía unos muslos pero así fornidos [los evoca con las manos] y se usaban las minifaldas y entonces usaba la minifalda entalladita y aquellos piernones... Y venía, la veníamos venir y entonces Efraín decía: —¡Mira y... ésa es Afrodita! ¡Afrodita! Y entonces pasaba Afrodita —nunca le dijimos nada, nada más la mirábamos con arrobo—, pasaba... y entonces escribió el poema ese que se llama Afrodita Morris. Es un poema extraordinario. Y Afrodita Morris es esa Afrodita que trabajaba en la estación, en el taller Morris.



Afrodita Morris
(Ceremonial de las 13:30)

On ne mesure pas le désordre
Pourtant
C’est par la femme que l’homme dure
Paul Éluard

Causadora de secretos yerros
Enemiga de honestad
Ligera emerges de la malvada espuma
Y zahareña pasas bajo arcos triunfales
Traspasada de luces meridianas
Pirules, marquesinas, prósperas azaleas,
Sublimada como la gran cosa grandes muslos
Sintiéndote brutalmente soñada
Cual si fueras lo exclusivo y único mineral y eléctrico

Pero así eres pues
Y algo de tu mítica presencia
Explicaré en seguida
Con licencia de castos ojos castos oídos:

A los 200 metros advertimos olemos la chamusquina
Tu breve cabellera república de abejas
                 Dorado vellocino
Te acercas luego luego
Deseada y amada a todo vapor
Con tus brillantes incisivos de ardilla
El busto de amazona levemente anémica
Y todo lo animal y exuberante que te circunda
Laboriosa potranca gigante brizna
Abrasadora corza purpureante blasfemia
Amazona domadora del potrillo segundo
           Del minutero potro
Fulminadora de una vez por todas
Espejo espejito espejazo
De los hirientes azúcares del día
¿Quién más bella que tú?

Pasas rapiditamente por el abismo
           de mis tristezas
Irradiando cardillo suscitando guirnaldas
Malditamente becqueriana
Salvajemente nerudiana
Abruptamente rubendariana
Dueña y señora de las implacables exultaciones
Vegetal marmórea canela pura
Piel de adivinaciones
Pies tejedores de aullidos
Cuando un fregabundal de albañiles te miran
Y los andamios son ya castillos en ruinas
Los pasajeros de autobuses fallecen de escalofrío
Y los decesos (desexos) se suceden como un tropel de alfajores
Imposible sería, erectamente hablando,
Decir tu nombre porque nadie lo sabe y
Porque pocos conocen tu eminencia hipotenar
El aductor medio el definitivo sartorio
Los nombrados internos y externos
El crucial peroneo lateral largo
Y los delicados crural anterior, ah, y el sóleo

Después la asfáltica nube que discurre desde Morris Hnos.
(todo lo diagnosticas tú, todito, toditito,
doctora en almas herrumbrosas automóviles desbielados)
Hasta Masaryk, Horacio y Homero
Territorio de los rugidos las aromáticas mentadas de madre
Las sirenas de la Cruz Verde y la Cruz Roja
El claxon rencoroso de las damas liverpúlicas
Las solamente lindas propietarias de boutiques
(una shutique me hace merecedor de la locura)
Los vendedores de billetes de lotería
Los boleros sin ranita con mandolina,
Los vagos, los imbéciles gerentes de banco
Y sus medianamente guapotas secretarias
Las carrozas de Gayosso y Tangassi
(Cuando estrene mi pijama de madera estaré más triste)
Los camiones 60, 77, 85, 91, etcétera,
Que van y vienen como cangrejos locos
Y vas y vienes, Afrodita de tezontle,
Y entonces la avenida Mariano Escobedo
             (¡Ríndete, Maximiliano!)
Es el canal donde la sangre estalla y se desparrama
Y los cínicos sicofantes la recogen con cucharitas de plata

Pero cuando ayayay no pasas
Vario coraje nos enferma y
Por absoluta mayoría se resuelve
Que simplemente seas Afroda
Afroda Pérez López González o Martínez
Y no como te llamen en tu oficina en tu alcoba
O como se llamen tu espalda y tus riñones
Tus músculos ya escritos y descritos
La dulce miniatura de tus machupechos
Nuestros ojos muertos de pena
Nuestra boca muerta de sed
Nuestra poesía tan pobremente reiterativa

Todo viene a ser atrocísimo
Ominoso guillotinesco
Oh tú arrogante y bien plantada
Epicúreo y frutal teorema
Avara y generosa
Plácidamente paladeable
Para con “los llamados etceteristas
Y también los del así sucesivamente”

Y así
Así susexyvamente
Hasta la dulce muerte por enumeración
Y la despiadada caída
Del violáceo telón de la Impudicia

Enero de 1971












Continúa Aura:




Y luego otro día llegó con “la del piernón loco” [en realidad es “la del piernón bruto”], con el poema de Juárez-Loreto porque resulta que él tomaba el autobús Juárez-Loreto y se bajaba exactamente en el café, y yo solía estarlo esperando ya en el café, y ahí platicábamos pues de todo eso: hacíamos poemínimos, jugábamos, veíamos pasar a las muchachas, y muchos de sus poemas de esa parte de su obra, de ese momento en el que Efraín recuperó el aliento que había perdido durante mucho tiempo, en el momento en que recuperó ese aliento, eh, ese aliento festivo, gozoso, irónico, delicado, delicioso, lleno de humor, lo pasábamos en ése y en otros cafés, ¿no? Y en otros, pero principalmente ahí. 




Juárez-Loreto

Alabados sean los ladrones...
H.M.E.

La del piernón bruto me rebasó por la derecha:
rozóme las regiones sagradas, me vio de arriba abajo
y se detuvo en el aire viciado: cielo sucio
de la Ruta 85, donde los ladrones
me conocen porque me roban, me pisotean
y me humillan: seguramente saben
que escribo versos: ¿Pero ella? ¿Por qué
me faulea, madruga, tumba, habita, bebe?
Tiene el pelo dorado de la madrugada
que empuña su arma y dispara sus violines.
Tiene un extraño follaje azul-morado
en unos ojos como faroles y aguardiente.
Es un jazmín angelical, maligno,
arrancado del zarzal en ruinas.
A los rateros los detesto con todo el corazón,
pero a ella, que debe llamarse Ría, Napoleona,
Bárbara o Letra Muerta o Cosa Quemada,
empiezo a amarla en la diagonal de Euler
y en la parada de Petrarca ya soy un horno
pálido de codicia, de sueños de poder,
porque como amante siempre he sido pan comido,
migaja llorona (Ay de mí, Llorona), y si ayer pasadas las diez  de la noche
fui el vivo retrato de la Novena Maravilla,
ahora sólo soy la sombra de una séptima colina desyerbada.

Alabados sean los ladrones, dice Hans Magnus.
Pues que lo sean: los veo hurtar carteras, relojes, orejas,
pies, nalgas iridiscentes, bolígrafos, anteojos,
y ella, que debe llamarse Escaldada, ni se inmuta.
Vuelve al roce, al foul, al descaro;
se alisa la dorada cabellera
(¡Coño, carajo, caballero, qué cabellera de oro!),
se marea, se hegeliza, se newtoniza,
y pasamos por donde Maimónides y Hesíodo
¡y pone todavía más cara de estúpida
cuando Alejandro Dumas, Poe y Molière y los cines cercanos!
Malditilla, malditita, putilla camionera,
vergüenza seas para las anchas avenidas
que son Horacio, Homero y, caray (aguas, aguas), Ejército Nacional.
Rozadora, pescadora en el río revuelto
de las horas febriles; ladrona de mi mala suerte,
abyecta cómplice del “dos de bastos”, hembra de los flancos
como agua endemoniada;
cachondísima hasta la parada en seco
del autobús de la Muerte.
Alabada seas, bandida de mi lerda conmiseración.
Escorpiona te llamas, Cancerita, Cangreja,
amada hasta la terminal, hasta el infinito trasero
que me despertó imbecilizado en el boulevard
¡Miguel de Cervantes Saavedra y demás clásicos!
Porque luego de tus acuciosos frotamientos
y que cada quien llegó a donde quiso llegar
(para eso estamos y vivimos en un país libre)
hube de regresar al lugar del crimen
(así llamo a mi arruinado departamento de Lope de Vega),
y pues me vine, sí, me vine lo más pronto posible
en medio de una estruendosa rechifla celestial.

Adoro tu nalga derecha, tu pantorilla izquierda,
tus muslos enteritos, lo adivinable y calientito, tus pechitos pachones
y tu indigno, antideportivo comportamiento.
Que te asalten, te roben, burlen, violen,
Nariz de Colibrí, Doncella Serpentina,
Suripantita de Oro, Cabellitos de Elote,
porque te amo y alabo desde lo alto de mi aguda marchitez.

Hoy debo dormir como un bendito
y despertar clamando en el desierto de la ciudad
donde el Juárez-Loreto que algún día compraré
me espera, como un palacio espera, adormilado,
a su viejo-príncipe-poeta
                                        soberbiamente idiota.  

22 de octubre de 1970





Declaración de odio

¡Porque ha llegado la hora del odio y vamos a
caer, los unos al lado de los otros, muertos, confundidos!
Arturo Serrano Plaja.

La ville folle qui remet tous les jours ses souliers.
Paul Éluard.

Esto no es un poema, es casi una experiencia.
Raúl González Tuñón.

Estar simplemente como delgada carne ya sin piel,
como huesos y aire cabalgando en el alba,
como un pequeño y mustio tiempo
duradero entre penas y esperanzas perfectas.
Estar vilmente atado por absurdas cadenas
y escuchar con el viento los penetrantes gritos
que brotan del océano:
agonizantes pájaros cayendo en la cubierta
de los barcos oscuros y eternamente bellos,
o sobre largas playas ensordecidas, ciegas
de tanta fina espuma como miles de orquídeas.

Porque, ¡qué alto mar, sucio y maravilloso!
Hay olas como árboles difuntos,
hay una rara calma y una fresca dulzura,
hay horas grises, blancas y amarillas.
Y es el cielo del mar, alto cielo con vida
que nos entra en la sangre, dando luz y sustento
a lo que hubiera muerto en las traidoras calles,
en las habitaciones turbias de esta negra ciudad.
Esta ciudad de ceniza y tezontle cada día menos puro,
de acero, sangre y apagado sudor.

Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros,
la miseria y los homosexuales,
las prostitutas y la famosa melancolía de los poetas,
los rezos y las oraciones de los cristianos.
Sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son alimento diario
de los jovencitos alcahuetes de talles ondulantes,
de las mujeres asnas, de los hombres vacíos.

Ciudad negra o colérica o mansa o cruel,
o fastidiosa nada más: sencillamente tibia.
Pero valiente y vigorosa porque en sus calles viven los días rojos y azules
de cuando el pueblo se organiza en columnas,
los días y las noches de los militantes comunistas,
los días y las noches de las huelgas victoriosas,
los crudos días en que los desocupados adiestran su rencor
agazapados en los jardines o en los quicios dolientes.

¡Los días en la ciudad! Los días pesadísimos
como una cabeza cercenada con los ojos abiertos.
Estos días como frutas podridas
Días enturbiados por salvajes mentiras.
Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas
y los monumentos son más estériles que nunca.

Larga, larga ciudad con sus albas como vírgenes hipócritas,
con sus minutos como niños desnudos,
con sus bochornosos actos de vieja díscola y aparatosa,
con sus callejuelas donde mueren extenuados, al fin,
los roncos emboscados y los asesinos de la alegría.

Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,
criadero de virtudes deshechas al cabo de una hora,
páramo sofocante, nido blando en que somos
como palabra ardiente desoída,
superficie en que vamos como un tránsito oscuro,
desierto en que latimos y respiramos vicios,
ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,
lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes.

Te declaramos nuestro odio, magnífica ciudad.
A ti, a tus triste y vulgarísimos burgueses,
a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,
a tus juventudes ice cream rellenas de basura,
a tus desenfrenados maricones que devastan
las escuelas, la plaza Garibaldi,
la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.

Te declaramos nuestro odio perfeccionado a fuerza de sentirte cada día más inmensa,
cada hora más blanda, cada línea más brusca.
Y si te odiamos, linda, primorosa ciudad sin esqueleto,
no lo hacemos por chiste refinado, nunca por neurastenia,
sino por tu candor de virgen desvestida,
por tu mes de diciembre y tus pupilas secas,
por tu pequeña burguesía, por tus poetas publicistas,
¡por tus poetas, grandísima ciudad!, por ellos y su enfadosa categoría de descastados,
por sus flojas virtudes de ocho sonetos diarios,
por sus lamentos al crepúsculo y a la soledad interminable,
por sus retorcimientos histéricos de prometeos sin sexo
o estatuas del sollozo, por su ritmo de asnos en busca de una flauta.

Pero no es todo, ciudad de lenta vida.
Hay por ahí escondidos, asustados, acaso masturbándose,
varias docenas de cobardes, niños de la teoría,
de la envidia y el caos, jóvenes del “sentido práctico de la vida”,
ruines abandonados a sus propios orgasmos,
viles niños sin forma mascullando su tedio,
especulando en libros ajenos a lo nuestro.
¡A lo nuestro, ciudad!, lo que nos pertenece,
lo que vierte alegría y hace florecer júbilos,
risas, risas de gozo de unas bocas hambrientas,
hambrientas de trabajo,
de trabajo y orgullo de ser al fin varones
en un mundo distinto.

Así hemos visto limpias decisiones que saltan
paralizando el ruido mediocre de las calles,
puliendo caracteres, dando voces de alerta,
de esperanza y progreso.
Son rosas o geranios, claveles o palomas,
saludos de victoria y puños retadores.
Son las voces, los brazos y los pies decisivos,
y los rostros perfectos, y los ojos de fuego,
y la táctica en vilo de quienes hoy te odian
para amarte mañana cuando el alba sea alba
y no chorro de insultos, y no río de fatigas,
y no una puerta falsa para huir de rodillas.

1937





Declaración de amor

1

Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

Soy el llanto invisible
de millares de hombres.
Soy la ronca miseria,
la gris melancolía,
el fastidio hecho carne.
Yo soy mi corazón
desamparado y negro.

Ciudad, invernadero,
gruta despedazada.

2

Bajo tu sombra, el viento del invierno
es una lluvia triste, y los hombres, amor,
son cuerpos gemidores, olas
quebrándose a los pies de las mujeres
en un largo momento de abandono
—como nardos pudriéndose.
Es la hora del sueño, de los labios resecos,
de los cabellos lacios y el vivir sin remedio.

Pero si el viento norte una mañana,
una mañana larga, una selva,
me entregara el corazón desecho
del alba verdadera, ¿imaginas, ciudad,
el dolor de las manos y el grito brusco, inmenso,
de una tierra sin vida?
Porque yo creo que el corazón del alba
es un millón de flores,
el correr de la sangre
o tu cuerpo, ciudad, sin huesos ni miseria.

Los hombres que te odian no comprenden
cómo eres pura, amplia,
rojiza, cariñosa, ciudad mía;
cómo te entregas, lenta,
a los niños que ríen,
a los hombres que aman claras hembras
de sonrisa despierta y fresco pensamiento,
a los pájaros que viven limpiamente
en tus jardines como axilas,
a los perros nocturnos
cuyos ladridos son mares de fiebre,
a los gatos, tigrillos por el día,
serpientes en la noche,
blandos peces al alba;
cómo te das, mujer de mil abrazos,
a nosotros, tus tímidos amantes:
cuando te desnudamos, se diría
que una cascada nace del silencio
donde habitan la piel de los crepúsculos,
las tibias lágrimas de los relojes,
las monedas perdidas,
los días menos pensados
y las naranjas vírgenes.

Cuando llegas, rezumando delicia,
calles recién lavadas
y edificios-cristales,
pensamos en la recia tristeza del subsuelo,
en lo que tienen de agonía los lagos
y los ríos,
en los campos enfermos de amapolas,
en las montañas erizadas de espinas,
en esas playas largas
donde apenas la espuma
es un pobre animal inofensivo,
o en las costas de piedra
tan cínicas y bravas como leonas;
pensamos en el fondo del mar
y en sus bosques de helechos,
en la superficie del mar
con barcos casi locos,
en lo alto del mar
con pájaros idiotas.

Yo pienso en mi mujer:
en su sonrisa cuando duerme
y una luz misteriosa la protege,
en sus ojos curiosos cuando el día
es un mármol redondo.
Pienso en ella, ciudad,
y en el futuro nuestro:
en el hijo, en la espiga,
o menos, en el grano de trigo
que será también tuyo,
porque es de tu sangre,
de tus rumores,
de tu ancho corazón de piedra y aire,
de nuestros fríos o tibios,
o quemantes y helados pensamientos,
humildades y orgullo, mi ciudad,

Mi gran ciudad de México:
el fondo de tu sexo es un criadero
de claras fortalezas,
tu invierno es un engaño
de alfileres y leche,
tus chimeneas enormes
dedos llorando niebla,
tus jardines axilas la única verdad,
tus estaciones campos
de toros acerados,
tus calles cauces duros
para pies varoniles,
tus templos viejos frutos
alimento de ancianas,
tus horas como gritos
de monstruos invisibles,
¡tus rincones con llanto
son las marcas de odio y de saliva
carcomiendo tu pecho de dulzura!







Primera edición de Los hombres del alba.
México, 1944.

Imagen tomada de la página Galería de hallazgos.






Los hombres del alba

Y después, aquí, en el oscuro seno del río más oscuro,
en lo más hondo y verde de la vieja ciudad,
estos hombres tatuados: ojos como diamantes,
bruscas bocas de odio más insomnio,
algunas rosas o azucenas en las manos
y una desesperante ráfaga de sudor.

Son los que tienen en vez de corazón
un perro enloquecido
o una simple manzana luminosa
o un frasco con saliva y alcohol
o el murmullo de la una de la mañana
o un corazón como cualquiera otro.

Son los hombres del alba.
Los bandidos con la barba crecida
y el bendito cinismo endurecido,
los asesinos cautelosos
con la ferocidad sobre los hombros,
los maricas con fiebre en las orejas
y en los blandos riñones,
los violadores,
los profesionales del desprecio,
los del aguardiente en las arterias,
los que gritan, aúllan como lobos
con las patas heladas.
Los hombres más abandonados,
más locos, más valientes:
los más puros.

Ellos están caídos de sueño y esperanzas,
con los ojos en alto, la piel gris
y un eterno sollozo en la garganta.
Pero hablan. Al fin la noche es una misma
siempre, y siempre fugitiva:
es un dulce tormento, un consuelo sencillo,
una negra sonrisa de alegría,
un modo diferente de conspirar,
una corriente tibia temerosa
de conocer la vida un poco envenenada.
Ellos hablan del día. Del día,
que no les pertenece, en que no se pertenecen,
en que son más esclavos; del día,
en que no hay más camino
que un prolongado silencio
o una definitiva rebelión.

Pero yo sé que tienen miedo del alba.
Sé que aman la noche y sus lecciones escalofriantes.
Sé de la lluvia nocturna cayendo
como sobre cadáveres.
Sé que ellos construyen con sus huesos
un sereno monumento a la angustia.
Ellos y yo sabemos estas cosas:
que la gemidora metralla nocturna,
después de alborotar brazos y muertes,
después de oficiar apasionadamente
como madre del miedo,
se resuelve en rumor,
en penetrante ruido,
en cosa helada y acariciante,
en poderoso árbol con espinas plateadas,
en reseca alambrada:
en alba. En alba
con eficacia de pecho desafiante.

Entonces un dolor desnudo y terso
aparece en el mundo.
Y los hombres son pedazos de alba,
son tigres en guardia,
son pájaros entre hebras de plata,
son escombros de voces.
Y el alba negrera se mete en todas partes:
en las raíces torturadas,
en las botellas estallantes de rabia,
en las orejas amoratadas,
en el húmedo desconsuelo de los asesinos,
en la boca de los niños dormidos.

Pero los hombres del alba se repiten
en forma clamorosa,
y ríen y mueren como guitarras pisoteadas,
con la cabeza limpia
y el corazón blindado.





La muchacha ebria

Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.
Todo esto no es sino la noche,
sino la noche grávida de sangre y leche,
de niños que se asfixian,
de mujeres carbonizadas
y varones morenos de soledad
y misterioso, sofocante desgaste.
Sino la noche de la muchacha ebria
cuyos gritos de rabia y melancolía
me hirieron como el llanto purísimo,
como las náuseas y el rencor,
como el abandono y la voz de las mendigas.

Lo triste es este llanto, amigos, hecho de vidrio molido
y fúnebres gardenias despedazadas en el umbral de las cantinas,
llanto y sudor molidos, en que hombres desnudos, con sólo negra barba
y feas manos de miel se bañan sin angustia, sin tristeza:
llanto ebrio, lágrimas de claveles, de tabernas enmohecidas,
de la muchacha que se embriaga sin tedio ni pesadumbre,
de la muchacha que una noche —y era una santa noche—
me entregara su corazón derretido,
sus manos de agua caliente, césped, seda,
sus pensamientos tan parecidos a pájaros muertos,
sus torpes arrebatos de ternura,
su boca que sabía a taza mordida por dientes de borrachos,
su pecho suave como una mejilla con fiebre,
y sus brazos y piernas con tatuajes,
y su naciente tuberculosis,
y su dormido sexo de orquídea martirizada.

Ah la muchacha ebria, la muchacha del sonreír estúpido
y la generosidad en la punta de los dedos,
la muchacha de la confiada, inefable ternura para un hombre,
como yo, escapado apenas de la violencia amorosa.
Este tierno recuerdo siempre será una lámpara frente a mis ojos,
una fecha sangrienta y abatida.

¡Por la muchacha ebria, amigos míos!






Escultura realizada por Juan Manuel de la Rosa.
En ella figura los seis primeros versos del poema Avenida Juárez.
Avenida Juárez e Iturbide. Ciudad de México.

Imágenes tomadas del portal Caminando por la ciudad.





Avenida Juárez

Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria,
el cálido amor a la mujer cálidamente amada,
la voluntad de vivir, el sueño y el derecho a la ternura;
uno va por ahí, antorcha, paz, luminoso deseo,
deseos ocultos, lleno de locura y descubrimientos,
y uno no sabe nada, porque está dicho que uno no debe saber nada,
como si las palabras fuesen los pasos muertos del hambre
o el golpear en el oído de la espesa ola del vicio
o el brillo funeral de los fríos mármoles
o la desnudez angustiosa del árbol
o la inquietud sedosa del agua...

Hay en el aire un río de cristales y llamas,
un mar de voces huecas, un gemir de barbarie,
cosas y pensamientos que hieren;
hay el breve rumor del alba
y el grito de agonía de una noche, otra noche,
todas las noches del mundo
en el crispante vaho de las bocas amargas.

Se camina como entre cipreses,
bajo la larga sombra del miedo,
siempre al pie de la muerte.
Y uno no sabe nada,
porque está dicho que uno debe callar y no saber nada,
porque todo lo que se dice parecen órdenes,
ruegos, perdones, súplicas, consignas.
Uno debe ignorar la mirada de compasión,
caminar por esa selva con el paso del hombre
dueño apenas del cielo que lo ampara,
hablando el español con un temor de siglos,
triste bajo la ráfaga azul de los ojos ajenos,
enano ante las tribus espigadas,
vencido por el pavor del día y la miseria de la noche,
la hipocresía de todas las almas y, si acaso,
salvado por el ángel perverso del poema y sus alas.

Marchar hacia la condenación y el martirio,
atravesado por las espinas de la patria perdida,
ahogado por el sordo rumor de los hoteles
donde todo se pudre entre mares de whisky y de ginebra.

Marchar hacia ninguna parte, olvidado del mundo,
ciego al mármol de Juárez y su laurel escarnecido
por los pequeños y los grandes canallas;
perseguido por las tibias azaleas de Alabama,
las calientes magnolias de Mississippi,
las rosas salvajes de las praderas
y los políticos pelícanos de Louisiana,
las castas violetas de Illinois,
las bluebonnets de Texas...
y los millones de Biblias
como millones de palomas muertas.

Uno mira los árboles y la luz, y sueña
con la pureza de las cosas amadas
y la intocable bondad de las calles antiguas,
con las risas antiguas y el relámpago dorado
de la piel amorosamente dorada por un sol amorosos.
Saluda a los amigos, y los amigos
parecen la sombra de los amigos,
la sombra de la rosa y el geranio,
la desangrada sombra del laurel enlutado.

¿Qué país, qué territorio vive uno?
¿Dónde la magia del silencio, el llanto
del silencio en que todo se ama?
(¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?)
Uno se lo pregunta
y uno mismo se aleja de la misma pregunta
como de un clavo ardiendo.
Porque todo parece que arde
y todo es un montón de frías cenizas,
un hervidero de perfumados gusanos
en el andar sin danza de las jóvenes,
un sollozar por su destino
en el rostro apagado de los jóvenes,
y un juego con la tumba
en los ojos manchados del anciano.

Todo parece arder, como
una fortaleza tomada a sangre y fuego.
Huele el corazón del paisaje,
el aire huele a pensamientos muertos,
los poetas tienen el seco olor de las estatuas
—y todo arde lentamente
como en un ancho cementerio.

Todo parece morir, agonizar,
todo parece polvo mil veces pisado.
La patria es polvo y carne viva, la patria
debe ser, y no es, la patria
se la arrancan a uno del corazón
y el corazón se lo pisan sin ninguna piedad.

Entonces uno tiene que huir ante el acoso de los búfalos
que todo lo derrumban, ante la furia imperial
del becerro de oro que todo lo ha comprado
—la pequeña república, el pequeño tirano,
los ríos, la energía eléctrica y los bancos—,
y es inútil invocar el nombre de Lincoln
y es por demás volver los ojos a Juárez,
porque a los dos los ha decapitado el hacha
y no hay respeto para ninguna paz,
para ningún amor.

No se tiene respeto ni para el aire que se respira
ni para la mujer que se ama tan dulcemente,
ni siquiera para el poema que se escribe.
Pues no hay piedad para la patria,
que es polvo de oro y carne enriquecida
por la sangre sagrada del martirio.

Pues todo parece perdido, hermanos,
mientras amargamente, triunfalmente,
por la Avenida Juárez de la ciudad de México
—perdón, Mexico City
las tribus espigadas, la barbarie en persona,
los turistas adoradores de Lo que el viento se llevó,
las millonarias neuróticas cien veces divorciadas,
los gángsters y Miss Texas,
pisotean la belleza, envilecen el arte,
se tragan la Oración de Gettysburg y los poemas de Walt Whitman,
el pasaporte de Paul Robeson y las películas de Charles Chaplin,
y lo dejan a uno tirado a media calle
con los oídos despedazados
y una arrugada postal de Chapultepec
entre los dedos.

1956 






Durante el año de 2014, la Secretaría de Cultura del Distrito Federal
instaló carteles con obras del poeta en los andenes de las estaciones
y vagones del Metro, así como en las paradas de autobús. Metro Tacubaya.





¡Mi país, oh mi país!

Descenderá al sepulcro vuestra soberbia. Y echados seréis de él como troncos abominables, vestidos de muertos pasados a cuchillo, que descendieron al fondo de la sepultura. Y no seréis contados con ellos en la sepultura: porque destruisteis vuestra tierra, y arrasasteis vuestro pueblo. No será nombrada para siempre la simiente de los malignos.
Libro del profeta Isaías

Ardiente, amado, hambriento, desolado,
bello como la dura, la sagrada blasfemia;
país de oro y limosna, país y paraíso,
país-infierno, país de policías.
Largo río de llanto, ancha mar dolorosa,
república de ángeles, patria perdida.
País mío, nuestro, de todos y de nadie.
Adoro tu miseria de templo demolido
y la montaña de silencio que te mata.
Veo correr noches, morir los días, agonizar las tardes.
Morirse todo de terror y de angustia.
Porque ha vuelto a correr la sangre de los buenos
y las cárceles y las prisiones militares son para ellos.
Porque la sombra de los malignos es espesa y amarga
y hay miedo en los ojos y nadie habla
y nadie escribe y nadie quiere saber nada de nada,
porque el plomo de la mentira cae, hirviendo,
sobre el cuerpo del pueblo perseguido.
Porque hay engaño y miseria
y el territorio es un áspero edén de muerte cuartelaria.
Porque al granadero lo visten
de azul de funeraria y lo arrojan
lleno de asco y alcohol
contra el maestro, el petrolero, el ferroviario,
y así mutilan la esperanza
y le cortan el corazón y la palabra al hombre―
y la voz oficial, agria de hipocresía,
proclama que primero es el orden
y la sucia consigna la repiten
los micos de la Prensa,
los perros voz-de-su-amo de la televisión,
el asno en su curul,
el león y el rotario,
las secretarias y ujieres del Procurador
y el poeta callado en su muro de adobe,
mientras la dulce patria temblorosa
cae vencida en la calle y en la fábrica.
Éste es el panorama:
Botas, culatas, bayonetas, gases...
¡Viva la libertad!

Buenavista, Nonoalco, Pantaco, Veracruz…
todo el país amortajado, todo,
todo el país envilecido,
todo eso, hermanos míos,
¿no vale mil millones de dólares en préstamo?
¡Gracias, Becerro de oro! ¡Gracias, FBI!
¡Gracias, mil gracias, Dear Mister President!
Gracias, honorables banqueros, honestos industriales,
generosos monopolistas, dulces especuladores;
gracias, laboriosos latifundistas,
mil veces gracias, gloriosos vendepatrias,
gracias, gente de orden.
Demos gracias a todos
y rompamos
con un coro solemne de gracia y gratitud
el silencio espectral que todo lo mancilla.
¡Oh país mexicano, país mío y de nadie!
Pobre país de pobres. Pobre país de ricos.
¡Siempre más y más pobres!
¡Siempre menos, es cierto,
pero siempre más ricos!

Amoroso, anhelado, miserable, opulento,
país que no contesta, país de duelo.
Un niño que interroga parece un niño muerto.
Luego la madre pregunta por su hijo
y la respuesta es un mandato de aprehensión.
En los periódicos vemos bellas fotografías
de mujeres apaleadas y hombres nacidos en México
que sangran y su sangre
es la sangre de nuestra maldita conciencia
y de nuestra cobardía.
Y no hay respuesta nunca para nadie
porque todo se ha hundido en un dorado mar de dólares
y la patria deja de serlo
y la gente sueña en conjuras y conspiraciones
y la verdad es un sepulcro.
La verdad la detentan los secuestradores,
la verdad es el fantasma podrido de MacCarthy
y la jauría de turbios, torpes y mariguanos inquisidores de huaraches;
la verdad está en los asquerosos hocicos de los cazadores de brujas.
¡La grande y pura verdad patria la poseen,
oh país, país mío, los esbirros,
los soldadones, los delatores y los espías!
No, no, no. La verdad no es la dulce espiga
sino el nauseabundo coctel de barras y de estrellas.
La verdad, entonces, es una democracia nazi
en la que todo sufre, suda y se avergüenza.
Porque mañana, hoy mismo,
el padre denunciará al hijo
y el hijo denunciará a su padre y a sus hermanos.
Porque pensar que algo no es cierto
o que un boletín del gobierno
puede ser falso
querrá decir que uno es comunista
y entonces vendrán las botas de la Gestapo criolla,
vendrán los gases, los insultos,
las vejaciones y las calumnias
y todos dejaremos de ser menos que polvo,
mucho menos que aire o que ceniza,
porque todos habremos descendido
al fondo de la nada,
muertos sin ataúd,
soñando el sueño inmenso
de una patria sin crímenes,
y arderemos, impíos y despiadados,
tal vez rodeados de banderas y laureles,
tal vez, lo más seguro,
bajo la negra niebla
de las más negras maldiciones...

4 de abril de 1959




 El Tajín

A David Huerta
Pepe Gelada

...el nombre de El Tajín le fue dado por los indígenas totonacas de la región por la frecuencia con que caían rayos sobre la pirámide...

1

Andar así es andar a ciegas,
andar inmóvil en el aire inmóvil,
andar pasos de arena, ardiente césped.
Dar pasos sobre agua, sobre nada
—el agua que no existe, la nada de una astilla—,
dar pasos sobre muertes,
sobre un suelo de cráneos calcinados.

Andar así no es andar sino quedarse
sordo, ser ala fatigada o fruto sin aroma;
porque el andar es lento y apagado,
porque nada está vivo
en esta soledad de tibios ataúdes.
Muertos estamos, muertos
en el instante, en la hora canicular,
cuando el ave es vencida
y una dulce serpiente se desploma.

Ni un aura fugitiva habita este recinto
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada en la seca estela, nada en lo alto.
Todo se ha detenido, ciegamente,
como un fiero puñal de sacrificio.
Parece un mar de sangre
petrificada
a la mitad de su ascensión.
Sangre de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil. 

2

Todo es andar a ciegas, en la
fatiga del silencio, cuando ya nada nace
y nada vive y ya los muertos
dieron vida a sus muertos
y los vivos sepultura a los vivos.
Entonces cae una espada de este cielo metálico
y el paisaje se dora y endurece
o bien se ablanda como la miel
bajo un espeso sol de mariposas.

No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos
y las columnas rotas y las plumas agónicas.
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero,
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio.
Todo aquí tiene la piel
de los silencios, la húmeda soledad
del tiempo disecado; todo es dolor.
No hay un imperio, no hay un reino.
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra,
sobre el cadáver de uno mismo,
al tiempo que el tiempo se suspende
y una orquesta de fuego y aire herido
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan.

3

Entonces ellos —son mi hijo y mi amigo—
ascienden la colina
como en busca del trueno y el relámpago.
Yo descanso a la orilla del abismo,
al pie de un mar de vértigos, ahogado
en un inmenso río de helechos doloridos.
Puedo cortar el pensamiento con una espiga,
la voz con un sollozo, o una lágrima,
dormir un infinito dolor, pensar
un amor infinito, una tristeza divina;
mientras ellos, en la suave colina,
sólo encuentran
la dormida raíz de una columna rota
y el eco de un relámpago.

Oh Tajín, oh naufragio,
tormenta demolida,
piedra bajo la piedra;
cuando nadie sea nada y todo quede
mutilado, cuando ya nada sea
y sólo quedes tú, impuro templo desolado,  
cuando el país-serpiente sea la ruina y el polvo,
la pequeña pirámide podrá cerrar los ojos
para siempre, asfixiada,
muerta en todas las muertes,
ciega en todas las vidas,
bajo todo el silencio universal
y en todos los abismos.

Tajín, el trueno, el mito, el sacrificio.
Y después, nada.

Junio de 1963





Elegía a la policía montada

Tienen: por eso no lloran
de plomo las calaveras.

F. García Lorca

Habría que nombrarlos con una palabra ciega.
porque son mudos como gusanos enloquecidos,
porque tienen manos de plomo, pies y alma de plomo,
porque nombrarlos trae mala suerte y mala muerte.

Decir su nombre de uniforme de canallas,
decirlo, maldecirlo,
es como vomitar de miedo
y sentir en la piel el fulgor de agonía.

Un militar de caballos, negros y horribles animales
como ruiseñores cancerosos,
un millar de piedras que no hablan,
dos millares de negras botas,
un millar de sucios relámpagos
que golpean la espalda del pobre.

Negros. negros caballos, negros hombres,
negra y nutrida mariguana para la policía montada.
Toda la triste ciudad se ennegrece de pavor
y la sangre es amarilla
y los niños se pegan a los muros
y las mujeres murmuran que malditos sean.

Los verdaderos hombres dicen:
este día siete de noviembre
los hombres se adueñan del alba
y caminan lentamente hacía la Virgen:
llevan rosas y palabras escritas,
palabras poderosas de libertad.

Van a ver a la Virgen,
y a cubrirla de flores y de llanto.

Caminan entre un amargo paisaje de sables,
de amargas espinas metálicas,
y la oración es maldición
y ya nunca se sabe cuándo los labios dicen
un dulce Ave María
o una dolorida y fecunda mentada de madre.

Porque todo se vuelve turbio
cuando los cuervos a caballo
cabalgan
sombríos
sombras de asesinato
matando todo lo que pisan;
porque los limpios y despiadados llegan
porque son silenciosos
y sólo beben la sangre del crimen
porque nada los detiene
y tienen la piel gruesa de las bestias
porque van a lo suyo y lo suyo es la muerte
y los sables parecen hablar de ruinas
y opacas y melancólicas orgías cuartelarias.

La policía montada no tiene madre.
Es hija del veneno y de la mariguana.

Tienen voz y no hablan.
Pies, pero no caminan.

Feroces y grotescos, sordos y endemoniados,
alcoholizados y apocalípticos,
quiebran la paz del alba
rompen la luz del alma
con sus ojos de lumbre.
Nunca en su vida vieron la llama de una lágrima.
Cabalgan con la muerte, rumbo a los cementerios,
siempre rumbo a la muerte,
al pie del crimen...

Porque no hay odio para ellos
malditos sean
porque no hay miedo para ellos
malditos sean
Porque no tienen sangre ni amor
malditos sean
porque no tienen ni huesos ni calavera
malditos sean
porque son negros como una noche de plomo
malditos sean
porque son sucios y mariguanos
malditos sean
porque no creen en los ángeles ni en la vida
malditos sean
porque sólo tienen dientes y sables
malditos sean
porque son muertos sin sepultura
malditos sean
porque la palabra se mancha con su nombre
malditos sean
porque sacrifican la libertad
¡malditos sean!

8 de noviembre de 1959










El poeta David Huerta, hijo del autor, en el Prólogo de la Poesía Completa editada por el Fondo de Cultura Económica (págs. XII-XIII) —cito por la segunda edición:



Amor, patria mía fue publicado originalmente en Ediciones de Cultura Popular —casa editorial, durante muchos años, del Partido Comunista Mexicano, organización a la que siempre estuvo cercano Efraín Huerta [...] en Amor, patria mía, el escenario es una cama donde los amantes, conversan; o mejor dicho, donde el amante le dice a su compañera de lecho cuánto la quiere y cómo la historia nacional es como es, a sus ojos de poeta y amante. Efraín practicó con plenitud y confianza una de las libertades que consiguieron y legitimaron algunos poetas de nuestro siglo (Ezra Pound y T. S. Eliot, por ejemplo): la toma de textos ajenos —ni un préstamo ni un robo, en estricto sentido—, no poéticos a veces, y su incorporación o integración orgánica en el cuerpo del canto. Impresionan en verdad, entre otras cosas, las citas del atroz documento de excomunión de Miguel Hidalgo y la descripción de su fusilamiento. Conmueve hondamente por otras razones, en cambio, hasta la sonrisa del lector, el pequeño concierto de nombres tarascos que Efraín transcribe para trazar la ruta de José María Morelos en viaje hacia su encuentro con el Padre Hidalgo. Todo esto es, no lo olvidemos, una conversación en la cama: nunca antes se había contado así, con esa emoción jaspeada de erotismo, la historia nacional, varios de sus episodios culminantes; nunca antes se había subvertido con tanta gracia y talo desenfado el sacralizado saber de los textos oficiales, que aburren a los niños en la escuela primaria y en la escuela secundaria. El acierto de Efraín fue múltiple: escribió un poema patriótico que no se abisma en el patetismo declamatorio y, al lado de La Suave Patria —junto a la cual puede colocarse sin desdoro—, nos ofreció un paisaje histórico nacional enormemente legible, divertido, recorrido de punta a punta por una diamantina tensión dramática; redactó un poema amoroso y erótico que en todo momento juega con las emociones y los cuerpos, en una batalla del corazón y de la piel en la que sólo hay vencedores; consiguió concertar —en el sentido musical del término— ambos temas, hacerlos sonar y armonizar sin desafinaciones: la doble melodía logra momentos de auténtico esplendor, acordes hermosos. Es un poema único porque está construido sobre una tradición muy clara y, sin embargo, se sitúa por encima de ella, enriqueciéndola con nuevos ritmos e imágenes al tiempo que la niega.





Amor, patria mía

En un lugar de tu vientre
de cuyo nombre no quiero acordarme,
deposité la seca perla de la demencia.

Como era natural,
ya había perdido todo lo deseable
y realizado trabajosamente
los más feroces estudios obscenográficos

(Amó tanto, el pobre,
que ni perdón de Dios alcanzó.)

No hizo llorar a los muertos ni a los vivos
ni utilizó el cuchillito filoso que siempre cargaba
como si fuera el libro del más maldito amor.
Vio muertos y heridos pero a él nada le pasó.
Y en tu oreja derecha, que es mi biografía,
murmuré en desolada piedad:
¡Desnúdate, que yo te ayudaré!
Te desnudaste con sol y agua
y el siniestrado pudo escalar los muros
con sentido de río, árboles y luna.
Fue cuando me extravié en tu selva oscura
y hube de perder toda verde esperanza
pues no hay dulzura ni piedad para los afligidos.
Por eso tropecé entre los linderos de las mariposas.
(Hablé en mexicano, lloré en portugués y en chichimeca
y en mazahua y en otomí.
Me detuve a cavar mi fosa en San José Atlán,
al pie del sabino fieramente hendido por un rayo.
Callé las miserias de este mundo, las del otro,
las de siempre, las de toda la carne
y todo color y todo aroma.)

Ocurrió en medio del camino de la Poesía
a la hora en que me tropecé con doscientos cadáveres
de poetitas marxianos;
‘tonces tomé mi quinto aire
cogí las curvas como un loco
y como un loco me reí de aquellos
que llegaron a la estación de Finlandia
y se regresaron como peces embrutecidos.

(Era el tiempo del poeta que dijo:
Tú eres más deseable que la guerra de los cien años,
y luego se escuchó, como el primer eco del planeta:
Adoro tu pecho cercenado,
la mútila sonrisa de piadoso ardor,
porque eres bella, con la belleza total de ciertos asesinatos
la hermosura de los ahorcamientos
el inminente vaso vacío del suicida
y la dulce entrega
sobre diamantes y musgo.)

Escribió su Poema del Bajío
(ah, su primer poema)
y en él estaba la tierra negra
y relampaguearon los ojos de Hidalgo.

Los ciclos finales de su larga vida
se los pasó causando lástimas
en las antesalas de los cardiólogos y otorrinos.
Olía a hospital de mala muerte
y a veces a persona mal educada
a poeta despaciosamente exterminado.
Su mujer y sus hijos lo cobijaron
como a una gallina mojada
o el último cisne con el cuello torcido.

Resulta pues
que el orgullosamente marginado,
el proscrito,
hubo de meterle mano a la Historia
y releer que un obispo
y decenas de frailes y tenientes
humillaron universalmente
al hombre de los ojos jade-jadeantes:
Anatema y excomunión
para el Padre frenético.
Tormento, despojo y entrega a Datán y Abirán.
Maldición para él en nombre de todas
—sin faltar una— las huestes celestiales.
Persecución total, santísima condenación
para el Padre alfarero
en donde quiera que esté,
ya sea en la casa, en el campo,
en el bosque, en el agua o en la iglesia.
(Era el 27 de Septiembre de 1810)
Sea maldito en vida y muerte.
Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo.
Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento,
sediento, ayunando, durmiendo,
sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando.
Sea maldito interior y exteriormente;
sea maldito en su pelo,
sea maldito en su cerebro y en sus vértebras;
en sus sienes, en sus hombros,
en sus manos y en sus dedos.

(Dígote, amor mío,
que al cura párroco de Dolores
le siguieron dos capitanes
un bachiller cinco sargentos
un granadero tres presbíteros
dos serenos cuatro correos
un herrero cuatro músicos
y veinticinco vecinos, mi amor, tú que eres
adorable paloma como una patria.)

Pero espera —descansemos—: mis labios
no pueden más y tu piel toda es
una magnolia de dorada y celestial bendición.
Espera que te cuente
sobre alguien que una vez dijo:
Donde yo nací
fue el jardín de Nueva España
—y hablaba de Valladolid, la que hoy
tiene su nombre suave y varonil
como una fruta madura terracalenteña.
Te hablo del Señor Morelos, que bajaba
por Pátzcuaro, Santa Clara del Cobre,
llegaba y descansaba en un mesón
de Tacámbaro
y luego seguía por Loma Larga
y San Antonio de las Huertas
hasta sus terrenos de Nocupétaro
y Carácuaro.
En Nocupétaro verás un día un púlpito
hecho por él mismo con madera
del frondoso árbol llamado parota,
pues era hombre dedicado a la arriería
y fue maestro de primeras letras
a orillas del Cupatitzio y sus orquídeas
y era ingenioso arquitecto
y un minucioso tenedor de libros
hasta que un día en Carácuaro oyó decir
que su maestro de San Nicolás
el Padre Hidalgo
andaba metido en fiera lucha
contra los gachupines
y montó a caballo, cabalgó
hasta Valladolid
pero ya el Padre y sus hombres
iban rumbo al Monte de las Cruces.
El Señor Morelos corrió
alcanzándolo en Charo
y juntos anduvieron
hasta Indaparapeo.
Aquí pues se despidieron
en un estrecho abrazo de Padre e Hijo
para no verse nunca más
pero ya el Señor Morelos llevaba
el nombre nombramiento
de Lugarteniente Brigadier
y Jefe de las Operaciones Militares del Sur.

Ahora voy a poner, oh tú la mi dulzura,
miel y aroma, en líneas de manso prosaísmo
lo que fue y es poesía altamente heroica.
El 5 de diciembre de 1810
el Padre Hidalgo dictó lo siguiente:
Por el presente mando a los Jueces y Justicias
del distrito de esta capital
(el Padre estaba en Guadalajara)
que inmediatamente procedan a la
recaudación de las rentas vencidas
hasta el día por los arrendatarios de las
tierras pertenecientes
a las Comunidades de los Naturales, para que
enterándolas en la Caja Nacional,
se entreguen a los Naturales
las tierras para su cultivo,
para que en los sucesivo [no]
puedan arrendarse,
pues es mi voluntad que su goce
sea únicamente de los Naturales
en sus respectivos pueblos.

Cuatro años más tarde, con mayor energía,
el Señor Morelos dijo lo que ahora escucharás:
Deben inutilizarse todas las haciendas grandes
cuyas tierras laborales pasen de dos leguas
cuando mucho, porque el beneficio
de la agricultura consiste
en que muchos se dediquen
con separación a beneficiar
un corto terreno que puedan asistir
con su trabajo e industria,
y no en que un solo particular
tenga mucha extensión de tierras infructíferas,
esclavizando a millares de gentes
para que cultiven por fuerza
en la clase de gañanes o esclavos,
cuando pueden hacerlo como
propietarios de un terreno limitado,
con libertad
y beneficio suyo
y del pueblo.

(El Señor Morelos murió fusilado
en San Cristóbal Ecatepec
el 22 de diciembre de 1815.
Emiliano Zapata nació en 1873
en el pueblo de Anenecuilco
del estado de Morelos.)

Sigamos ahora con la pestilente
palabra de la excomunión del Padre:

Sea condenado en su boca
en su pecho, en su corazón, en sus entrañas,
y hasta en su mismo estómago.
Sea maldito en sus riñones,
en sus ingles, en sus muslos,
en sus genitales, en sus caderas,
en sus piernas, sus pies y sus uñas.
Sea maldito en todas sus coyunturas
y articulaciones de todos sus miembros;
desde la corona de su cabeza
hasta la planta de sus pies,
no tenga un puntito bueno...
(Y así llegó su aprehensión,
y en Monclova lo ataron a un nogal.)

Pero ahora recuerdo: déjame buscar
el texto de un sinsonte cubano
llamado José Martí. Aquí está, en su afamado
Discurso sobre México, de 1891, y haciendo
la dramática historia desde la Conquista:
Trescientos años después, un cura,
ayudado de una mujer y de unos cuantos locos,
citó su aldea a guerra contra los padres
que negaban la vida de alma a sus propios hijos;
era la hora del Sol, cuando clareaban
por entre las moreras las chozas de adobe
de la pobre indiada; ¡y nunca, aunque velado
cien veces por la sangre, ha dejado desde entonces
el sol de Hidalgo de lucir!

(Porque, amor mío, el ave a punto de morir
en la batalla, en su país, supo de nuestros
héroes, de todos lo héroes.
Supo de sí mismo.)

Y así mira José Martí a Hidalgo,
en Dolores:
Vio maltratar a los indios,
que son tan mansos y generosos,
y se sentó entre ellos como un hermano viejo,
a enseñarles las artes finas que el indio aprende bien:
la música que consuela; la cría del gusano, que da la seda;
la cría de la abeja, que da miel. Tenía fuego en sí,
y le gustaba fabricar: creó hornos para cocer ladrillos.
Le veían lucir mucho de cuando en cuando
los ojos verdes...

Veo a Martí melancólico, escribiendo poemas,
manifiestos. ¿Puedes verlos a los dos, al sacerdote
que leía a los filósofos del siglo XVIII
y al poeta que amó y fue amado? Los junta
una palma real, una morera, un mezquite del Bajío
y un huizache para perfumar el ensangrentado paisaje.

Te decía pues que en Chihuahua,
un día de horrores... Pero no, si lo dejamos
atado a un nogal, comenzando a padecer.
Y en Chihuahua, un día horroroso,
lo sacaron de su celda para ser degradado.
Luego doce soldados lo condujeron a un corral.
Alguien dijo que el Padre nuestro
llegó al cadalso como a un acto ordinario,
sin significación, como quien se dirige
a una ventana de su recámara
para ver si lloverá...

¡Pero si ya estaba destazado!
Si te cuento, dulce mía,
que disparó la primera fila y tres de las balas
                                               le dieron en el vientre
y la otra en un brazo que le quebró.
El dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo,
por lo que le safó la venda de la cabeza
y nos clavó aquellos sus hermosos ojos que tenía.
Las balas de la segunda fila
le dieron todas en el vientre...
Pero estremo hizo, sólo sí
le rodaron unas lágrimas muy gruesas.
Pero nada hizo desmerecer su hermosa vista.
La tercera fila de soldados lo despedazó.
... después se metió adentro,
le cortaron  la cabeza, que se saló,
y el cuerpo se enterró en el camposanto.

No cuento más, porque es mucho amor
y muchísima la resignación
y excesiva la pasión
y desbordada la demencia.

¿Termino? ¿Así lo quieres tú, encendida
y desnuda como el sol y su silencio?

Don Miguel Hidalgo y Costilla murió
a los cincuenta y ocho años dos meses
y veintidós días de edad y al cabo
de tres meses y siete días de prisión,
el día treinta de julio de 1811.

Luego, las cabezas de los héroes se  apilaron,
fueron conservadas en sal para después...
Eran las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez.
Como cabezas asesinas, guardadas en unos cajones,
fueron escoltadas por los realistas de Chihuahua a Zacatecas,
de Zacatecas a Lagos,
de Lagos a León
y de León a Guanajuato,
hasta que al mediar el mes de octubre
aparecieron colocadas en los cuatro ángulos
de la Alhóndiga de Granaditas,
teatro de sus primeras expediciones y sanguinarios proyectos.

La proclama así decía:
Las cabezas: de Miguel Hidalgo,
Ignacio Allende, Juan Aldama
y Mariano Jiménez:
—insignes facinerosos y primeros
caudillos de la revolución.
Que saquearon y robaron
los bienes del culto de Dios
y del Real Erario. Derramaron
con la mayor atrocidad la inocente sangre
de sacerdotes fieles y magistrados justos
y fueron causa de todos los desastres,
desgracias y calamidades que experimentamos
y que afligen y deploran los habitantes todos
de esta parte tan integrante
de la Nación Española,
aquí clavadas por orden
del Sr. Brigadier
D. Félix María Calleja del Rey,
Ilustre vencedor
De Aculco, Guanajuato y Calderón
y restaurador de la paz de esta América.

Oh cómo arden esas cabezas, esos
garfios hoy solitarios: míralos
en este recio arte de subir y bajar,
bordear la siniestra Alhóndiga,
memorizar cabellos, frentes, ojos,
orejas, narices y bocas pendientes
del atrocísimo cielo de la real venganza.

1810 ardió y 1811 fue la humareda final
de la insurgencia primera,
Ay, amor, oh tú, que llegaste como un aire
despacioso pero firme y oloroso a clavel:
ya parece que llego al final, a mi propio fin,
al definitivo hospital, a un quirófano
de olas amargas; acaso a un bosquecillo
como el que ahora beso en este sitio exacto
de tu vientre cuyo nombre he olvidado.

Mi amor por ti es una brizna purísima,
una luz interminable como la muerte,
como esta dolencia en toda mi cabeza y en mis uñas.
 Te doy las gracias que no necesitas por comprender
el silencio que me rodea y mis sílabas apenas perceptibles.
Mil gracias pongo aquí, en tu pecho, en tu cabellera,
en el inminente adiós de tus resecos labios,
en la tibia humedad de tus ojos,
por cuanto has escuchado,
por la heroicidad y el martirio
y porque quiero que sepas, amor y oleaje,
que las cabezas de los héroes
permanecieron en Granaditas hasta 1821,
¡once años allí, cabecitas de patriotas,
mi Mariano Jiménez, mi Juan Aldama,
mi capitán Allende y mi padrecito
de las vides y del barro cocido
y de las moreras y la campanada a la hora precisa!

Once años, pues, hasta que fueron trasladadas
a la ermita de San Sebastián,
que no sé dónde está ni me importa,
porque más que la ceniza me importa la sangre,
y la sangre, oh limpitamente desnuda,
amada de todo mi corazón,
está más un poco más cerca
de esta milagrosa vida mía
que de la muerte de los míos
y la temerosa y vibrante
llanura de sombras que es
nuestra patria.

México-Tenochtitlan, 1973-1978






Manifiesto Nalgaísta
Aleluya cocodrilos sexuales aleluya

Para ella, que me mira morir...

El gran río penetró la roca viva
y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo
se hizo rayo se hizo ruina se hizo tonto esqueleto
y hoy padece a lo largo de las pieles de tigre
a la orilla del cocodrilo que me sueña
y me hunde en el naufragio
de su carne tan blanca
oh carne nacarada en medio
de la arena
                  como tú
y estas dos medallas de oro que muerdo
dalias de vida y de martirio
y en ellas me retrato y consigo el descenso
al dulce infierno de tu vientre
y de nuevo los dientes
                                  ah malditos
ah maldita tú también
larga bestia ululante despierta lengua
en aquel círculo de asesinos
(Pierde toda esperanza
                                  amor mío)
de almas danzantes albas
cool cool cool cool jazz
                        ¡Bríndamelo por fin!
Aleluya aleluya magnífico Grijalva
muerto de frío de rocas y pañuelos rojos
Piérdete
adelgázate hasta la soledad
de los cocodrilos que agonizan
al pie de mi medio siglo
                                  y de mi alcohol
cohol cohol cohol cohol jazz
cool cool cool cool jazz
marinera manía
de pintar escribir declamar pagar impuestos
luz renta etcétera
                          y luego abrazarte
bajo el diluvio de sones antillanos y misas lubas
y volver a abrazarte hasta el arte y el hartazgo
y aleluyarte hasta no sé cuándo
dormida y abrumada purificada
                                              putificada
¡Aleluya! ¡Aleluya!
poetas elotes tiernos calaveritas apaleadas
poetas inmensos reyes del eliotazgo
baratarios y pancistas
grandísimos quijotes de su tiznadísima chingamusa
perdónenme grandes y pequeños pequeñísimos poetas
(Soy acaso el hijo de Sánchez de la poesía
¿Peralvillo Tepito Incorporated?
Alors los invito a discurrir
pespunte limpio
por el nuevo Paseo la Anti-Reforma)


Nacimiento y apoteosis del nalgaísmo


Oh Fuensanta ¿no hacemos cuchi-cuchi
a la orilla del mar?
                             Porque el mar...
Aguárdame Grijalva
permíteme ser sueño y ser la vida—
lo derecho es lo derecho
y los sueños sueños son
y la vida
¿vale acaso la pena de vivirla?
          Ahora verás río de sublime dorso
encañonado como yo encoñado
río maldiciente como águila maldita
yo con cara de yerba
herbazal sin origen
territorio cavado
                          hijo desobediente
triste y amarga paternidad de más de cuatro
ésta mi escuela
                       la acabo de fundar fundillar
erigir erectamente sin cimientos
con el semen simiente
del verso verso verso versus
contra mi propia voluntad pero a mi gusto
Hoy nace (digamos y cantemos aleluyas de espanto)


El nalgaísmo

Nalgaístas de todos los países subyugados
¡OEA OEA OEA OEA, uníos!
Así pues como los cocodrilos empantanados
alma mía de cocodrilo
—claro está que soy hijo de una paloma azul
y un ancho saurio de dorado sexo
Nalgaísta hasta la médula de los huesos
                                                              (dije huesos)
hasta la marchita desesperación
hasta los hígados
                           Así me tienes
A tus pies rendido
pequeñamente de ladito como el oficiante
de los fracasos rey amargo
pero no lo digáis
                          no digáis
que agotado mi tesoro...
                                       tampoco
tampoco la toquéis
ni con el pétalo de un maguey
                                               Dejadla
                                                          qué demonios
así es la rosa así es la cosa
así son redondas y luminosas
y así es
... bastará citar el caso de mi tía la segunda. Visiblemente
dotada de un trasero de imponentes dimensiones, jamás nos
hubiéramos permitido ceder a la fácil tentación de los sobre-
nombres habituales; así, en vez de darle al apodo brutal de
Ánfora Etrusca, estuvimos de acuerdo en el más decente y
familiar de la Culona. Siempre procedemos con el mismo
 tacto...

Una nalga  es una nalga una nalga una nalga una nalga
No voy al paraíso ni al infierno
yo voy directamente al Nalgatorio
                                                     oh cielos
Oh vértigo estridente ladrido
largo mugido verde penetrante zurear
lanza oh lanza tu lancetazo
                                          lengua
víbora viborilla de la mar
benditísima fuente de milagros
ultimadamadremente
Fuensanta
                ¿Hacemos cuchi-cuchi?
Verde es el color de la esperanza
                 por arriba
sabrosa la entrepierna de la amada
                 por abajo
veo negro veo violetas en tu axila
                 por arriba
cervatillos tus dedos en mi espalda
                  por abajo
por arriba carajo por atrás
(salomónico estás
Es que no cojo...)
por delante por atrás  retrasados
emputecidos nalgaístas
                                    ya lo saben
al que no le parezca
                                    por arriba
que se vista y se vaya o que se venga
                                    por abajo
Río arriba río abajo a todas horas
mi carcajada es homérica y casi montesdeóquica
y después oh después al ratito
voy a decirlo en paz
                                   secretamente:
Me duele el pensamiento coño
cuando pienso
y cuando quiero coger
                                   no cojo
¡y a veces cojo sin querer!
Agonía agonía Hermana Agonía
Hermano Leche Hermano Asno Hermana Agua
... y cerrando los ojos
                                  le di
                                        ¡por detrás!
Pues las hay de diversa categoría diversas luces
imágenes metáforas
—mentáfora callada,
ensimismada, ay, mamada mía,
nálguida perla de dolor—;
hay la que nos duele con sólo mirarla
la que nos arde hasta el grito
la que nos llama como cadencia-espuma-esperma
la que nos roza el alma
y nos acuchilla la respiración
la vibrante infinita
                            frutal
manglar con mil raíces
metidas hasta la entraña del río;
la dulce nalga que murmura y canta
la que nos huele a leguas
la que es ancha y ajena
Hoy vi una
                 nostálgica
que arrastraba miradas como violines
(en realidad no era una nalga sino una guitarra
de redondos acordes canallescos y cínicos)
y vi otra que parecía un mundo
de odas un horizonte de sonetos
un par de enardecidos endecasílabos
dos piedras de sol agobiadoras
y feroces
              De verdadera orgía palabra
de rebelión y carajazo y medio
de entrada por salida
         por arriba
de aturdirse y venirse
       por abajo
de ardiente arremetida
         por arriba
de llegar y no irse
       por abajo
Algo así como una nalga constelada  de estrellas
para escribir en ella los versos más tristes esta noche

Las hay para cegarse
y andar a tientas
                         (¿voy bien o me devuelvo?)
como el bosque más oscuro
allí donde la orquídea negra
se dispone a mordernos la boca
y hacernos polvo de amor esta maldita lengua.
Otra que semejaba el fin del mundo
el origen de sus hermanas
                                        el Culismo en persona
la diafanidad de un crepúsculo
y la secreta voluptuosidad de la lluvia en el alba
Era soberbia como una espada de pie
—espada como labios—
como el perfil de los orgasmos
como la punzante melancolía
melanculía melanculía
                                     melancúlico estoy
Fuensanta mía
Venía de otro país
                            de una lejana esencia
y clamaba en el desierto
pidiendo a versos ay gimiendo
llorando a besos ay chillando
por un esbelto arado y dos espesos bueyes
que la dejaran para siempre muerta
de un millón de agonías...
Hubieron de cogerla (cogérsela) a tiro limpio
y exprimir como a un mar de lujuria
y darle darle darle
                           y aniquilarla
y romperle el alma
                             contra
                                 los horizontes
                                        de la vida

Las hay también:
Arrebatadoras, tocando arrebato
    esquilas, esquilones, esculonas—,
a tambor batiente, marciales,
para desfilar, heroicas
(creo que hasta les debo la costumbre
culonamente insana de hablar solo),
rugidoras, apocalípticas
como alas de águila
como leonas en celo
como osas tragadoras de carne
como tigresas de cuatro ojos
con cuernos, con garras,
desgarradoramente selváticas
como helechos de húmeda dolencia
por el río lejano
                         hastiado
(Estoy cansado de ser río,
sucede que me canso de ser río...)
Las hay también
anaberthaléperas
como la desmadreporización del mundo
inmensamente yogas
hijas del ensueño
carne color del sueño
perfil alado de la carne
(Veinte, veinte kilos de amor
y una canción desesperada...)


Clímax lúbrico para pobres de espíritu 

Ahora muévete
amargamente blanca ola
despacio anhelo mío piel y palabra
dorso rotundo y musical
como quien musitara
                                 la primera oración
Crucificado estoy muslos de leche
vientre de furia y lluvia
trasero de penumbra
                                   —beso beso—
nuca de plata cabellera sombría
Crucificado
                 así como tú quieras
pero despacio amor amor despacio
duele el alma duelen las uñas y los dientes
y arde todo a lo largo
y a lo ancho deste vencido
y ebrio y estremecido culo
                                         Ay amor
                                         ay amor
Hendidura de mármol mar y miel
mirífica agua dulce
río brillo de luna en dos partido
oh divino antisexo
                           sexy sexy
¡excítame! ¡delírame!
sube y encima exprímeme
o divi divi divi
                       libi libi libi
libidinosamente
                         absurdamente
        (digo es un decir)
a tu coral
              inclínase el rosal
del agapando recio tallo
precipicio de sangre
marasmo y páramo
oveja y rayo trigo y relámpago
alma y acantilado
coral-rosal
                   escúrreme de rabia
Baal Baal ¿por qué me has abandonado?

Los ángeles no tienen espalda
no no que no la tienen
Pero a cambio
qué trasero de nubes
qué dos liras qué melodías que melolías
—cristalinas de azúcar mermelada divina—
se poseen en el vuelo de una guarda a otra guarda
Ángel mío de mi guarda
          hoy me tocas
                              Pero
amigos: Tuérzanle el cuello al ángel
de engañoso trasero
                              porque al fin...
Sabedlo nalgaístas próceres y mendigos
                       por abajo
nadie tendrá derecho a lo superfluo
                     por arriba
mientras alguien carezca de lo estricto
                     por abajo...

1965







El poeta y periodista andaluz, Juan Cervera Sanchís Jiménez y Rueda (1933), quien radicó en México por más de cuarenta años, entrevistó a Efraín Huerta en su domicilio. El texto apareció originalmente en el Suplemento Dominical, El Nacional, Revista Mexicana de Cultura, VI época, número 39, 26 de octubre de 1981, página 3.

He aquí la conversación que ambos sostuvieron, y que habría sido imposible de reproducir sin la generosidad de Abraham Peralta Vélez, Alonso Marroquín Ibarra Chobojos (m. en 2013) —sobrenombre que también intitula al portal donde se publicó virtualmente por primera vez este valiosísimo testimonio— y el entrevistador:










Efraín Huerta. El gran cocodrilo.

Efraín Huerta nació en Silao, Guanajuato, el 18 de junio de 1914. Desde muy joven vive en la ciudad de México. Junto con Octavio Paz y otros poetas de su generación fundó la revista Taller. En 1945 el gobierno francés le otorgó las palmas académicas. Su primer libro apareció en 1935 y desde entonces no ha cesado de escribir. Sus poemas han sido traducidos a más de siete lenguas. Al decir de Rafael Solana: “Efraín Huerta es uno de los poetas más puros, más finos, más elevados, y de calidad más exquisita entre todos los mexicanos, y quedará clasificado como uno de los espíritus poéticos más delicados de nuestro tiempo”.

Con Efraín Huerta, con este poeta que nos dice que “los hombres van cantando”, hemos platicado hoy interrumpiendo su soledad, esa soledad suya “que se queda sólo con su poesía y que, levantada sobre el mundo, respirando un aire de intelectualidad refinada y de sentimientos más delicados y altos que los de la superficie de la tierra, adquiere una calidad más distinguida y más pura que la de los poetas que se dejan arrastrar por los torrentes sensoriales”.

—¿Cómo se despertó su vocación poética?

—Yo tuve mucha suerte en mis tiempos de estudiante, pues el grupo que me tocó en la Preparatoria A-1, estaba integrado por muchachos con grandes inquietudes literarias. Ahí precisamente conocí a Rafael Solana, y bajo aquella misma atmósfera, también establecí contacto con Octavio Paz, Rafael López Malo, José Alvarado, Enrique Ramírez y Ramírez. Todos ellos, poco después de yo conocerlos, comenzaron a publicar la revista Barandal y, luego, Cuadernos del valle de México. Bajo aquel clima se despertó mi vocación. Recuerdo que Paz publicó su primer libro, Luna silvestre, en 1933, y Rafael Solana, al mismo tiempo, publicaba también su primer libro, titulado Ladera.






Revista Taller.
Octubre de 1939.





Y es curioso pues el último libro de Octavio Paz se titula Ladera este. Por aquel tiempo Solana fundó la revista Taller Poético, madre legítima de Taller, revista esta última que perteneció a la generación a que yo pertenezco. Los títulos de Taller  Poético y Taller fueron inspirados por Carmen Toscano, que un día llegó y nos dijo: “Acabo de ver una tienda que se llama Taller de Lunas”. Antes de todo esto, yo había empezado a publicar mis primeros poemas en periódicos de provincia. Mi primer libro, Absoluto amor, no apareció hasta 1935. Al año siguiente, publiqué Línea del alba. Ah, quiero decirle algo sobre mi primer libro. La edición la pude costear gracias a Carmen Toscano, quien disponía de un dinero, ciento cincuenta pesos, para comprarse unos zapatos y no sé qué más. Le había dado yo el libro a leer, y vino y me dijo: “Mejor nos gastamos el dinero que tengo en publicar tu libro”. Me pareció muy bien e hicimos una edición de ciento cincuenta ejemplares.









Los hombres del alba.
Géminis. México, 1944.











—Muy bien, y de entre todos sus libros ¿cuál aprecia más?

—El que más me gusta es Los hombres del alba.

Efraín Huerta fuma mucho, toma café y se levanta con frecuencia. Más tarde, sabremos por qué, nos ha dejado sólo un momento. De nuevo vuelve.

—¿Cómo ve la joven poesía mexicana?

—Muy buena, extraordinariamente buena.

—¿Qué jóvenes poetas destaca?

—Yo destacaría a Xorge del Campo. No sé dónde se ha metido este muchacho. ¿Usted lo conoce?

—Sí, lo veo con frecuencia.

—Pues dígale que me gustaría verlo.

—Se lo diré.

—Gracias. Bien. Íbamos a destacar a algunos jóvenes. Junto al ya nombrado, están también Raúl Garduño, Gerardo Ciper, Alejandro Aura, Dionisio Morales y David Huerta, mi hijo.

—¿Qué línea siguen estos jóvenes poetas?

—Creo que hacen de todo. No se podrían clasificar en una línea determinada. Escriben tanto poesía social como amorosa, aunque con frecuencia demasiado objetiva. Pero todos ellos escriben muy bien, y yo creo que, dentro de diez años, más o menos, harán la mejor poesía de México.






Detalles de la Biblioteca Efraín Huerta.
Casa del Poeta Ramón López Velarde. Ciudad de México.





—¿Cree usted que superarán a los poetas de su generación?

—Ya los superaron en muchos aspectos.

—Háblenos de su generación un poco más.

—Nuestra generación nació al impacto de la Guerra Civil Española.

—¿Qué significó para ustedes aquella guerra?

—Significó abrir los ojos a una realidad que se nos había cerrado en los castillitos universitarios.

—¿En qué países de lengua española se está escribiendo hoy la mejor poesía?

—En México, en España, en Cuba, El Salvador, Colombia, Venezuela, Perú, Chile, Argentina y Puerto Rico se está escribiendo hoy muy bien, y en todos estos países hay estupendos poetas jóvenes.

—¿Qué poetas jóvenes de los mentados países considera usted más importantes?

—A mí me gustan mucho Roque Dalton, de El Salvador, y Antonio Cisneros, del Perú. Estos dos jóvenes son dos grandes poetas ya.

—A su juicio, ¿cuál es la misión del poeta?

—Uno de mis grandes maestros, el argentino Raúl González Tuñón, dijo que la poesía era el perfecto equilibrio entre la armonía y el caos. Para hablar de este equilibrio, el poeta debe ser un testimonio vivo y activo de su tiempo.

—¿Qué piensa de la poesía llamada de protesta?

—Yo no creo mucho en la poesía de protesta; yo creo en la poesía testimonial.

—¿Cree usted que nuestro mundo tecnológico tiende a destruir la poesía?

—No, primero se destruirá a sí misma la tecnología. La poesía no podrá nunca ser destruida por nada ni por nadie.

—¿A quiénes considera usted sus maestros?

—Hay una línea española que viene de Góngora a Bécquer, y hay un Vicente Aleixandre, un Rafael Alberti, un González Tuñón y un Carlos Pellicer. Recuerdo ahora que Octavio Paz hizo un estudio sobre mi poesía hace años, y dijo algo que no había dicho nadie antes, en donde se aclara lo dicho más arriba por mí.

—¿Ser poeta qué implica para usted?

—Implica un compromiso permanente con la expresión lírica. Aunque ahora el compromiso es menor debido a la edad. Es decir, que escribo menos, pero con mayor fuerza. Ahora mi máximo placer es ver qué escriben los demás.

—Hemos hablado de la poesía social. Bien. ¿Qué opina de la poesía amorosa? ¿Cree usted que en nuestro tiempo es lícito seguir escribiendo ese tipo de poesía?

—Toda la vida, pues el poeta es amor, es lícito y legítimo y necesario escribir poesía amorosa. El más grande poeta de los últimos tiempos, Paul Éluard, es esencialmente político.

—¿Qué es la libertad del poeta?

—El poeta debe respirar vida; no creo en la libertad que tiene cara de perro. El poeta está siempre con los encendidos, con los dueños de la calle y los dueños del amor.

—¿Qué papel cree usted que tiene la poesía en el presente y futuro del hombre?

—La poesía tiene una proyección que nada ni nadie podrá liquidar. Es el segundo esqueleto del ser humano y la víscera esencial del hombre.

—¿Por qué razón cree usted que la mayoría de las gentes desdeña la lectura de los libros de poesía?

—Porque la poesía es Arte Mayor y a la mayoría de las gentes les resulta asustante leer versos y, sobre todo, versos modernos. Mire usted, el poeta que más se vende en México se llama Antonio Plaza y murió hace un siglo. Además, hay un culto a él en México. Bueno, yo creo que es el único poeta que tiene un culto aquí.






Retrato de Efraín Huerta.
Casa del Poeta Ramón López Velarde. Ciudad de México.





—¿Qué piensa de nuestro mundo actual?

—Que es un mundo desquiciado, como todos sabemos. Aunque considero que Ho Chi Minh estará vivo todavía durante mucho tiempo.

—¿Qué piensa de usted mismo como poeta?

—Qué soy el poeta más desordenado y más mal educado, retóricamente hablando  de todo México. Sin embargo, creo que hay algunos poemas míos, que medio se salvan. Por ejemplo, los titulados Avenida Juárez, El Tajín, La raíz amarga y Los responsos.

—De  no haber sido poeta ¿qué le hubiera gustado ser?

—Futbolista o editorialista político.






50 Poemínimos.
Taller Martín Pescador. México, 1978.





—¿Qué prepara actualmente?

—Preparo una colección de poemas que se llamará Cuba revolución y otra colección que se titulará Poemínimos y también la edición privada de los Poemas prohibidos.

Efraín Huerta, que no deja de estar inquieto se levanta de nuevo y desaparece durante unos minutos. Vuelve y le preguntamos.






50 Poemínimos.
Autógrafo del autor.





—¿Qué piensa del amor?

—Le voy a decir un poemínimo que se llama Tótem: “Siempre amé con la furia silenciosa de cocodrilo aletargado”.

—¿Cómo nacen estos poemínimos?

—Nacen en cualquier parte; en un automóvil, en el baño… Si quiere copiar alguno aquí tiene los originales.

Efraín Huerta se va de nuevo, y al poco rato vuelve; su cara da muestras de preocupación. Nosotros, sin embargo, no queremos preguntarle nada, por no parecer indiscretos. Sí queremos preguntarle sobre lo que fue El Periquillo cuando estuvo en sus manos en estas mismas páginas.

—¿Podría usted hablarnos de El Periquillo?

—Claro que sí —Efraín sonríe y cambia su aspecto. El Periquillo en el Balcón, era una sección que hacíamos todo un equipo formado por Antonio Acevedo Escobedo, Raúl Ortiz Ávila, Juan Rejano, Héctor Pérez Martínez, Antonio Magaña Esquivel, Luis Cardoza y Aragón, Ricardo Cortés Tamayo y otros más. En su última época era una página satírica, aunque bien intencionada, que hacía vibrar a muchos escritores. Recuerdo que con mucha frecuencia nos llamaban voces desconocidas, o conocidas, por teléfono, para insultarnos. Esto era muy frecuente, y tal vez los autores de las llamadas tenían buenas intenciones, así como nosotros.

Efraín Huerta se levanta de nuevo, dizque va por unos libros para regalárnoslos. Tarda más de la cuenta esta vez. Retorna con los libros, pero en su cara se muestra disgustado. Y mientras nos dedica los libros, nos dice de pronto.

—No voy a poder seguir atendiéndolo. He estado, mientras usted ha estado aquí, pendiente de una llamada telefónica. Me acaba de llamar mi hermana y me ha dicho que mi madre se encuentra muy grave.

—No se preocupe por mí. Creemos que la entrevista ya está terminada.

—Gracias. Bueno, voy a preparar las maletas. Ella está en provincia y… Es ya muy grande, pero…

—Lo entiendo.

—Tome, tome los libros. No se vaya sin ellos. Espero verlo de nuevo.

—Nos veremos.










Feria Internacional del Libro en el Zócalo 2014.
















































Ofrendas de Día de muertos
(Casa Frissac y Plaza de la Constitución)


















Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2014











Más homenajes








Pongo a su disposición un par de vínculos en línea donde se recopilan más poemas del autor: http://www.materialdelectura.unam.mx/images/stories/pdf2/efrain-huerta.pdf y http://amediavoz.com/huerta.htm; así como La Gaceta No. 522 del Fondo de Cultura Económica, dedicada a Efraín Huerta: http://www.fondodeculturaeconomica.com/subdirectorios_site/gacetas/jun_2014.pdf.