“Afortunadamente,
como algunos saben, soy un escritor breve y eso casi lo tomo yo como una indulgencia, que espero me sea
concedida porque no le quito mucho tiempo a la gente por una parte, y por otra,
siempre he tenido la idea de que no quiero llenar el mundo de más basura
literaria; bastante hay ya en circulación...”
Programa televisivo Creadores
eméritos, Augusto Monterroso, en su
jardín (2002).
“Palabras
de viento” estaba incompleto hasta el día de hoy en que, finalmente, Augusto
Monterroso se incorpora a este espacio.
Tito
cultivó el humor, la sátira, la brevedad... con maestría; todos ellos elementos
que esta bitácora ha preponderado desde su creación.
Ojalá
este homenaje sea digno del “escritor fundamental, formidablemente inteligente
y misericordiosamente breve” que fue Augusto Monterroso, en palabras de Carlos
Monsiváis.
La referencia más remota que
guardo de la obra monterroseana, me remite a la universidad, donde conocí y me
amisté con un par de jóvenes hondureños: José Manuel —¡cuyo apelativo también
era “Tito”!— y Ariel Torres Funes.
Cuando les compartí que acababa
de conocer a un escritor llamado Augusto Monterroso, y que me había gustado, ellos
hacían muecas porque éste, aun habiendo nacido en Tegucigalpa, se asumía como
guatemalteco, lo que generaba su antipatía.
No recuerdo qué libro ni qué
títulos leí en aquella primera etapa, sólo sé que simpaticé inmediatamente con
el tono y la brevedad del autor. Años después, durante un período de lecturas
relacionadas con el apólogo, di con La
oveja negra y demás fábulas, y mi afición
universitaria se convirtió en admiración sincera.
El pasado 7 de febrero se
conmemoró su décimo aniversario luctuoso. En el Palacio de Bellas Artes se
congregaron amigos y familiares para evocarlo.
El poeta Eduardo Lizalde
compartió: “Ya que estamos en las anécdotas. Sus desplantes eran, por supuesto,
de un ingenio impresionante. Era famoso por su pequeña estatura, y alguna vez
en una reunión —que nos ha tocado muchas veces tener junto a suecos,
finlandeses y personas que miden dos metros y medio de estatura, verdad—, se
acercó un escritor sueco y le dijo: —Bueno, ¿y en su país —tratando de bromear
con él— todos son de su misma estatura? Y le dijo: —No, también hay chaparros.”
Al realizar la investigación videográfica
correspondiente a la entrada, me encontré con Luz verde (Año 1: número 26): “La vaca verde, 80 aniversario de Tito
Monterroso”, conducido por José Gordon en Canal 22 durante el año 2001.
Además de disponer de fragmentos
de un programa que le dedicó TV UNAM, esta “revista electrónica de difusión y
crítica cultural” realizó diversas entrevistas, de las que transcribo dos
comentarios puntuales: “Quetzal de una línea” (Carlos Monsiváis), y “La prosa
más breve que nos acompaña más extensamente” (Alberto Ruy Sánchez).
Sin lugar a dudas, su cuento
“El dinosaurio”, sobre el cual alguna vez señaló que “sus interpretaciones eran
tan infinitas como el universo mismo”, también lo hizo declarar que “le había
hecho mucho daño”. Fue gracias a este microrrelato que el escritor Italo
Calvino escribió en sus Seis
propuestas para el próximo milenio:
Borges y Bioy Casares recopilaron una
antología de Cuentos breves y extraordinarios.
Yo quisiera preparar una colección de cuentos de una sola frase, o de una sola
línea, si fuera posible. Pero hasta ahora no he encontrado ninguno que supere
el del escritor guatemalteco Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el
dinosaurio todavía estaba allí.”
Durante la entrevista que Monterroso
concedió a la periodista mexicana, Silvia Lemus, esposa del finado Carlos
Fuentes, para Tratos
y Retratos —o como se le conoce
despectivamente en el medio: “Trastos y retretes”; yo, por mi parte, disfruto particularmente la emisión—, relata que
conoció a Calvino en París, por iniciativa de un amigo común, quien los convidó
a cenar a su casa. Sin embargo, la timidez de ambos les impidió entablar una
conversación. En otra parte, refiere que nunca se atrevió a acercarse a Borges
porque lo intimidaba; no así a Cortázar, de quien fue amigo.
También trabó amistad con
Neruda durante su exilio en Chile, una vez que el gobierno guatemalteco de
Jacobo Árbenz que lo nombró diplomático en Bolivia, cayera por el golpe de
estado de Carlos Alberto Castillo Armas —“Caca”,
por las primeras letras de su nombre.
“El dinosaurio” inspiró a su
vez otros textos mínimos. A decir, “La culta dama” de José de la Colina:
Le pregunté a la culta dama si conocía el
cuento de Augusto Monterroso titulado “El dinosaurio”.
—Ah, es una delicia —me respondió— ya estoy
leyéndolo.
Y el poenimio de Efraín Huerta:
Monterroseana
Cuando
Desperté
La
Putosauria
Todavía
Estaba
Allí
Incluso yo, a raíz de que el
Partido Revolucionario Institucional (PRI) regresara al poder en México, después
de 12 años, en el 2012, lo tomé como modelo para la siguiente parodia en uno de
mis poenimios —como nota para los hispanohablantes que leen esta bitácora y no
están familiarizados con la política de mi país, dicho partido político gobernó
México desde 1929 hasta el 2000, de ahí aquella declaración de Mario Vargas
Llosa en una emisión televisiva de la que participaba Octavio Paz, quien
definió al PRI como la “dictadura perfecta”. A los antiguos políticos, cuyos
hijos y nietos hoy no sólo figuran en las filas del partido y el gobierno sino también
en las de organismos privados, se les denominaba peyorativamente “dinosaurios”:
Pesadilla
(Monterroseana)
Y cuando
Despertó
El PRInosaurio
Todavía
Estaba allí
El propio Monterroso en “La
brevedad” (Movimiento
perpetuo), reflexiona sobre uno de los
rasgos característicos de su obra:
Con frecuencia escucho elogiar la brevedad
y, provisionalmente, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno,
si breve, dos veces bueno.
Sin embargo, en la sátira 1, i, Horacio se
pregunta, o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento
con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader.
Recuerdan, ¿verdad?
Lo cierto es que el escritor de brevedades
nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos,
largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos,
cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se
amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.
A ese punto que en este instante me ha sido
impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio.
Finalmente, transcribo un texto
exquisito de Lo
demás es silencio, “Fragmentos (1)”, sobre
los fragmentos antiguos que tanto influyeron al joven autodidacta, acaso
inspirado en aquella época en que Monterroso se encerraba en la Biblioteca
Nacional de Guatemala —algunos días antes del aniversario luctuoso de Tito, su
amigo entrañable, el poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño, humanista y traductor
de los clásicos grecolatinos, fallecía:
Un fragmento es a veces más pensamiento que
todo un libro moderno. En su afán de síntesis, la Antigüedad llegó a cultivar
mucho el fragmento.
El autor antiguo que escribió los mejores fragmentos, ya fuera por disciplina o porque así lo había dispuesto, fue Heráclito.
Es fama que todas las noches, antes de acostarse, escribía el correspondiente a esa noche. Algunos le salieron tan pequeños que se han perdido.
Ofrezco
el vínculo de una interesante entrevista realizada por Claudia Posadas: http://librinsula.bnjm.cu/1-205/2004/mayo/18/entrevistas/entrevistas43.htm
Augusto
Monterroso (1921-2003). Escritor guatemalteco autodidacta que radicó gran parte de su vida
en México, debido a que tuvo que abandonar su país por motivos políticos.
Fue célebre por sus relatos breves. También fue un destacado dibujante.
Su primer trabajo fue en una carnicería, como asistente de contador, donde su jefe fomentó su curiosidad literaria.
Fue célebre por sus relatos breves. También fue un destacado dibujante.
Su primer trabajo fue en una carnicería, como asistente de contador, donde su jefe fomentó su curiosidad literaria.
Al llegar a México, trabajó
como corrector de pruebas en la Editorial Séneca, creada por José Bergamín.
Posteriormente se incorporó a la Imprenta Universitaria (UNAM), donde se amistó
con Rubén Bonifaz Nuño y los hermanos González Casanova.
Se casó con la escritora Bárbara Jacobs.
Se casó con la escritora Bárbara Jacobs.
Se
le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en reconocimiento a su
carrera en el año 2000.
Decálogo
del escritor
Primero. Cuando
tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.
Segundo. No
escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para
tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso,
pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.
Tercero. En
ninguna circunstancia olvides el célebre dictum: “En literatura no hay nada
escrito.”
Cuarto. Lo que
puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una.
No emplees el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Quinto. Aunque
no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el
artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el
lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.
Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el
primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos
escritores; evita, pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o
ganar tanto como Bloy.
Séptimo. No
persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el
Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de
vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los
poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que
emana de esas dos únicas fuentes.
Noveno. Cree
en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree;
cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede
acompañar a un escritor.
Décimo. Trata
de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es
tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo
sea: pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.
Undécimo. No
olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que
tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías
meterte en este oficio.
Duodécimo. Otra
vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des
obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus
creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie
tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el
supermercado.
(De Lo demás es silencio, México, Joaquín Mortiz, 1978.)
Aforismos
Los enanos tienen una especie
de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista.
Eduardo Torres
(De Lo demás es silencio, México, Joaquín Mortiz, 1978.)
Te
conozco mascarita
El humor la timidez
generalmente se dan juntos. Tú no eres una excepción. El humor es una máscara y
la timidez otra. No dejes que te quiten las dos al mismo tiempo.
(De Movimiento perpetuo, México, Joaquín Mortiz, 1972.)
El
dinosaurio
Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí.
(De La oveja negra y demás fábulas, México, Era, 1969.)
Fecundidad
Hoy me siento bien, un Balzac;
estoy terminando esta línea.
(De Movimiento perpetuo, México, Joaquín Mortiz, 1972.)
La
oveja negra
En un lejano país existió hace
muchos años una Oveja negra. Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez
que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las
futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse
también en la escultura.
El
Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio
Hubo una vez un Rayo que cayó
dos veces en el mismo sitio; pero encontró que ya la primera había hecho
suficiente daño, que ya no era necesario, y se deprimió mucho.
El
burro y la flauta
Tirada en el campo estaba desde
hacía tiempo una Flauta que ya nadie tocaba, hasta que un día un Burro que
paseaba por ahí resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el sonido más
dulce de su vida, es decir, de la vida del Burro y de la Flauta.
Incapaces de comprender lo que
había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la
racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el
otro habían hecho durante su triste existencia.
La
tortuga y Aquiles
Por fin, según el cable, la
semana pasada la tortuga llegó a la meta.
En rueda de prensa declaró modestamente que siempre temió perder, pues su contrincante le pisó todo el tiempo los talones.
En efecto, una
diezmiltrillonésima de segundo después, como una flecha y maldiciendo a Zenón
de Elea, llegó Aquiles.
La
Cucaracha soñadora
Era una vez una Cucaracha
llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que
soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio
Samsa que soñaba que era una Cucaracha.
La
rana que quería ser una rana auténtica
Había una vez una rana que
quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un
espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad. Unas
veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora,
hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única
forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a
peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para
saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más
admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se
dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y
sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos
hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana
auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella
todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena rana, que
parecía pollo.
La
fe y las montañas
Al principio la Fe movía
montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje
permanecía igual a sí mismo durante milenios. Pero cuando la Fe comenzó a
propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas
no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el
lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto
creaba más dificultades que las que resolvía.
La buena gente prefirió
entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su
sitio. Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios
viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de
fe.
(De La oveja negra y demás fábulas, México, Era, 1969.)
Sobre
la traducción de algunos títulos
Cuando
yo era chico, ignorar el francés era ser
casi
analfabeto. Con el decurso de los años
pasamos
del francés al inglés y del inglés a la
ignorancia,
sin excluir la del propio castellano.
Jorge Luis Borges, Prólogos
En ninguna forma el tema de
estas líneas serán las divertidas equivocaciones en que con frecuencia incurren
los traductores. Se ha escrito ya tanto sobre esto que ese mismo hecho
demuestra la inutilidad de hacerlo de nuevo. La experiencia humana no es
acumulativa. Cada dos generaciones se plantearán y discutirán los mismos
problemas y teorías, y siempre habrá tontos que traduzcan bien y sabios que de
vez en cuando metan la pata.
Desde que por primera vez traté
de traducir algo me convencí de que si con alguien hay que ser paciente y
comprensivo es con los traductores, seres por lo general más bien melancólicos
y dubitativos. Cuando digamos en media página me encontré consultando el
diccionario en no menos de cinco ocasiones, sentí tanta compasión por quienes
viven de ese trabajo que juré no ser nunca uno de ellos, a pesar de que
finalmente he terminado traduciendo más de un libro.
Estamos en un mundo de
traducciones del que hoy ya no podemos escapar. Lo que para Boscán era un pasatiempo
cortesano, para Unamuno resultaba un imperativo ineludible. En el siglo xvi
Boscán se afanaba en dar a conocer a los españoles las leyes que dictan los
buenos modales, puestas en orden por Baltasar Castiglione; Unamuno, en el xx,
las que rigen el comportamiento humano, según Arturo Schopenhauer. O sea la
diferencia que va de moverse en un salón de baile a hacerlo en el Universo.
Hay errores de traducción que
enriquecen momentáneamente una obra mala. Es casi imposible encontrar los que
puedan empobrecer una de genio: ni el más torpe traductor logrará estropear del
todo una página de Cervantes, de Dante o de Montaigne. Por otra parte, si
determinado texto es incapaz de resistir erratas o errores de traducción, ese
texto no vale gran cosa. Los ripios con que el argentino Bartolomé Mitre se
ayudó no enriquecen la Divina comedia,
pero tampoco la echan a perder. No se puede.
En todo caso, es mejor leer a
un autor importante mal traducido que no leerlo en absoluto. ¿Qué le va a
suceder a Shakespeare si su traductor se salta una palabra difícil? Pero
existen los que no lo leen porque alguien les dijo que estaba mal traducido. Y los
que esperan aprender bien el francés para leer a Rabelais. Ridículo. Da igual
leerlo en español. No se vale despreciar las traducciones de Chaucer cuando uno
apenas puede con el Arcipreste de Hita. Por principio, toda traducción es
buena. En cualquier caso, pasa con ellas lo que con las mujeres: de alguna
manera son necesarias, aunque no todas sean perfectas.
La traducción de títulos es
cosa aparte. Los cambios que algunos experimentan al pasar de una lengua a otra
generalmente no son errores del traductor. En ningún país de lengua española
habrá quien ponga por título Odiseo
al Ulysses de Joyce. Alguien de la
editorial no se lo permitiría. Digan lo que digan sus críticos, excepto cuando
se descuidan es difícil que los editores se equivoquen. Si un título
contemporáneo cambia totalmente, lo normal es que haya habido un acuerdo entre
autor y editor. El gusto de verse traducido hace que al primero le importe muy
poco cómo se llame su libro en otro idioma.
Podría dar ahora una larga
lista de títulos curiosamente traducidos; pero como sé que están en la mente de
todos no lo voy a hacer y me concretaré a los siguientes:
1) La importancia de llamarse Ernesto. En este momento no recuerdo
quién lo tradujo así, pero quienquiera que haya sido merece un premio a la
traición. Traducir The Importance of
Being Earnest por La importancia de
ser honrado hubiera sido realmente honesto; pero, por la misma razón, un
tanto insípido, cosa que no va con la idea que uno tiene de Óscar Wilde. Claro
que todo está implícito, pero se necesitaba cierto talento y malicia para
cambiar being (ser) earnest (honrado) por “llamarse
Ernesto”. Es posible que la popularidad de Wilde en español comenzara por la
extravagancia de ese título.
2) El otro día me acordaba de La piel de nuestros dientes, de Thornton
Wilder. Cuando vi ese título por primera vez admiré como de costumbre a los
norteamericanos por esa facultad tan suya de estar siempre inventando algo.
¿Cuándo tendríamos nosotros la audacia de titular así ya no digamos una obra de
teatro, pero ni siquiera una clínica dental? Título original: The Skin of our Teeth. Palabra por
palabra: La piel de nuestros dientes, nombre que en México llevó al teatro a
miles de personas. Imposible no acudir al diccionario. En inglés, encontré con
alegría, “to scape with the skin of our
teeth” significa, sencillamente, escapar por poquito, salvarse por un pelo.
Pero es evidente que si el traductor hubiera escogido algo como Por un pelito ni él mismo hubiera ido a
ver la puesta en escena.
3) Uno siente también cierta
atracción irresistible hacia cualquier novela que se llame Otra vuelta de
tuerca, como José Bianco tituló su excelente traducción de The Turn of the Screw de Henry James. En lugar de La vuelta del tornillo, que no quiere
decir nada en español, Bianco cambió sabiamente “la” por “otra” y “tornillo” (screw) por “tuerca”, con lo que Otra vuelta de tuerca quiere decir aún
mucho menos, pero suena tan bien que nuestros intelectuales usan ya esa extraña
expresión como si todo el mundo (y ellos mismos) supieran su significado. Si
Bianco hubiera querido dar el equivalente exacto habría puesto algo tan vulgar
como La coacción, lo que convertiría el título de una novela de fantasmas en
algo vagamente gansteril o forense. No cabe duda: el mejor amigo del traductor
es el Diccionario, siempre que éste no se halle en manos del lector. Según mi Oxford
Advanced Learner’s Dictionary of Current English, “to give somebody another
turn of the screw” significa “to
force somebody to do something”: “forzar a alguien a hacer algo”,
coaccionarlo, conminarlo, pues. ¿Pero quién iba a ser tan poco
sutil o poético como para poner en español La conminación a una novela de Henry
James? Aunque no diga nada en nuestro idioma, Otra vuelta de tuerca y se acabó.
Y uno se lo agradece a Bianco. Y otros cometen el disparate de soltar ese dicho
en contextos que no tienen nada que ver.
4) Por un morboso deseo de
molestar a mis amigos (estímulo sin el cual prácticamente nadie escribiría) he
dejado para el final la traducción del título de los títulos, el que con más
entusiasmo han recibido, aceptado, adoptado y usado nuestros buenos poetas,
novelistas, ensayistas, simples aficionados y. ay, genios a la altura de Jorge
Luis Borges (lo que absuelve a todos los anteriores); el título más sonoro y el
que denota más enojo cuando hay que enojarse: El sonido y la furia de William Faulkner, que suena tan bien y
sugiere tanto desde que alguien sin mucho amor al Diccionario tradujo
literalmente el pasaje de Macbeth en que éste propone que la vida es un cuento
contado por un idiota, pero a quien jamás se le ocurrió que las palabras
siguientes en que se apoya: “full of
sound and fury”, iban a ser traducidas por otro quizá no tan idiota pero
quien ni de broma intentó preguntarse qué cosa fuera eso de un idiota “lleno de
sonido y furia”.
De las frases hechas puestas en
circulación por escritores, pocas he visto tan usadas como esa de “el sonido y
la furia” que sean más la piel de sus dientes cuando se ven apurados o su otra
vuelta de tuerca cuando quieren ser enfáticos; pocas tan repetidas como ese
sonido y esa furia que nunca estuvieron en la mente de Macbeth, o de
Shakespeare (quien incluso añade signifying
nothing) cuando las introdujo en contexto tan dramático; y que al mismo
tiempo recuerden más la importancia de ser curioso cuando de traducir títulos
se trata.
Como en los casos de Wilde,
James y Wilder, Faulkner fue afortunado al usar una frase hecha, casi un refrán
para titular uno de sus libros. No así quienes usan pomposamente la traducción
literal del título del mismo. ¿Pero cómo no ser indulgentes con los amigos o
meros mortales cuando el propio Borges, quien ha gastado cuarenta años
estudiando el inglés y aún el celta, repite la misma distracción en el prólogo
a su libro Prólogos (“los concretos
cielos de Swedenborg, el sonido y la
furia de Macbeth, la sonriente música de Macedonio Fernández”, p. 8, Torres
Agüero Editor, Buenos Aires, 1975) y Antonio Machado (Dios me perdone) en el
mismo tono (“un cuento lleno de estruendo y furia”, p. 250, Juan de Mairena, Clásicos Castalia,
Madrid, 1971) y a Astrana Marín le da miedo ser literal y en vez del “sonido y
la furia” pone “con gran aparato” (p. 1625, W. Shakespeare, Obras completas, 10a. ed., Aguilar,
Madrid, 1951) y últimamente alguien convierte sound en “rumor” y fury
en “cólera”, en algo ya no tan tremendo sino apenas en eso: ese suave “rumor” y
esa “cólera” un tanto mansa.
Por ahora yo sólo me atrevo a
proponer a ustedes que vean en su Concise
Oxford Dictionary lo que “sound and
fury” quiere decir en el texto de Shakespeare: únicamente “bla, bla, bla”.
¿Lo sabía Faulkner? Por supuesto, pues quien habla en su libro es efectivamente
un idiota. En todo caso, es de suponer que el Diccionario lo sabe bien. Ábranlo
y encontrarán (algunos con cierto sonrojo, espero) en la p. 1203, 2a. columna,
línea 4, bajo la entrada sound: mere words (sound & fury). Esto es “meras palabras”, que nosotros decimos
“bla, bla, bla”, o sea lo que en definitiva dice un idiota.
Y, probable y tristemente, la literatura
en general.
(De La palabra mágica, México, Era, 1983.)
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