Hace
tiempo, mientras realizaba una investigación sobre el son veracruzano, di con
la bitácora Tierra
Húmeda de Abraham Peralta Vélez, de la que
gusté mucho. Localicé al autor en Facebook y aceptó mi invitación.
En
el decurso interactuamos virtualmente, y me percaté de Abraham tenía amistad
con el poeta sevillano, Juan Cervera, quien me resultaba familiar... ¡Finalmente
recordé por qué! Mi tío Héctor Aguilar Padilla, otrora director general de la
Escuela Nacional de Maestros, me obsequió con algunos ejemplares de La Barranca, hoja de poesía, que editaba y publicaba junto a un amigo
poeta. Y así se lo hice saber a Abraham.
Posteriormente
le planteé que, ya que conocía profundamente la obra de Cervera, conformara una
entrada.
He aquí el homenaje que este joven y talentoso poeta y editor mexicano
le rinde al maestro y amigo que recientemente regresó a su patria.
Abraham Peralta Vélez nació en México
D.F. el 8 de julio de 1989. Creció en la provincia de Córdoba, Veracruz.
Regresó al Distrito Federal en su juventud y estudió Letras Hispánicas en la
UAM Iztapalapa. Ha publicado el libro de poesía Metamar y el marinero, 2011. Desde el 2010 hasta la fecha decidió
compartir su poesía en el blog Tierra Húmeda, poesía para que florezca el alma.
Es director editorial, desde el 2012, de la revista literaria Hojas al aire.
Asimismo, dirige la editorial de poesía artesanal Tierra Húmeda. Ha publicado su poesía en diversas revistas
literarias de México, así como en diversos medios electrónicos y fue ganador
del concurso de Creación Literaria del XIV CECIL en la UAM-I. Ha escrito
guiones de radio para el IMER e impartido clases de poesía para niños.
(Para
quien desee contactar y/o conocer el trabajo de Abraham basta con que presione en
las palabras que se encuentran en otro color, y esto los enviará directamente a
la página indicada.)
Juan Cervera Sanchís Jiménez y Rueda,
un perfil, expreso de café cortado
Aún lo
veo en la mesa del café. Inquieto, espontáneo y alegre, tomaba un expreso
cortado y no más. A los setenta años, solo el alma le dolía. Por sus hábitos
sencillos, gozaba. Juan Cervera Sanchís Jiménez y Rueda tenía salud y parecía
que acababa de nacer. Puntual, constante, nos esperaba tras la mesa del café,
con su libreta, su periódico, algún libro, alguna revista y sus poemas en hojas
sueltas y sus poemas que pronto, con regocijo, nos leía y nos regalaba una
copia. Centrípeto, atraía la vitalidad de la tertulia.
Claro en su vestir, no traía una
rosa en el ojal, sino al río Guadalquivir, a las nubes, al amor, y a la herida
de ser hombre. Sus zapatos cafés, con minúsculos resquicios de polvareda y
cielo, lo contenían, eran ya su alma. Caminaba, siempre, caminaba, negado desde
siempre a tener un automóvil, a no ir con los de a pie y a no vivir las
derrotas del transporte público. Con su guayabera, recordaba “a la calor” de la
Giralda y la Giraldilla, a las palmeras de su Lora del Río. Pasaba el pañuelo por
su cuello, sudaba. Su ropa era prestada, porque de paso andaba. Sus pantalones
a veces le quedaban grandes, porque de prestado andaba. Con miras al más allá,
la vanidad no le vestía, sino la pulcritud del cielo.
Y así como su indumentaria, jamás
poseyó un palmo de tierra. Vino a México por amor a su amadísima Axaí y se fue
dejando ideas y versos, belleza y pensamiento; se fue quedando, en este México
de nadie suyo; se fue dejando por aquí y por allá rastros de vocación y se fue
liberado de sus pertenencias, más que poseedor de algo. Vino a México
fundamentalmente por amor y en consecuencia cantó, escribió poesía, e intentó
compartirse por cualquier medio, como ediciones de libros, revistas, trípticos,
presentaciones, tertulias... Dos grandes amores, por tanto, le dieron vida a su
rebeldía: Axaí y la poesía. Juan Cervera Sanchís ha sido un poeta del amor. Su
vida lo testimonia y su obra lo canta. Un amor que lo trascendía y eternizaba.
A veces llegaba vociferando al café:
“nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir”. Y no
sólo eso, sino afirmaba que caminaba entre muertos vivos y entre vivos muertos.
Jamás supimos bien a qué se refería, saquen sus conclusiones. Convivíamos, en
efecto, con el autor de A orillas de un
río, de los Sonetos Vegetales, de
Silencios, de Carcajadas, y de Visión de la
ebriedad. Vivía sus ideas, si se me permite decirlo, de manera natural,
espontánea. Tenía, no un credo, sino una vibrante homilía. Verlo cada fin
semana era no sólo rememorar, sino revitalizar lo dicho. Hacía sin decirlo y al
decirlo, lo rehacía.
Aún lo veo, sí, aún lo veo,
platicando de su ración de papaya, de su jícama, de su sopa de verduras y, con
algarabía, de las manzanas. A cuenta gotas, comía. Y bebía el agua simple,
superior a cualquier otra bebida. “Tomar el alimento necesario, no lo que el
paladar os pida o lo que la costumbre impone”, decía Krishnamurti, y parece que
escucho a Juan. “Jamás descuides la salud del cuerpo. Dale con mesura comida,
bebida, ejercicio y descanso, ya que armonía es todo aquello que no perjudica”,
Pitágoras en sus Versos Áureos, y
parece que escucho Juan.
Juan Cervera Sanchís Jiménez y
Rueda, lleno de memoria por sus antepasados, antes que poeta, ha sido un sabio
o su vocación como poeta ha sido la de sabio. De esos que, antes que decir
palabra, la viven, y al vivir en la flama de su destino no pueden helar su
saber. Entonces lo cantan, estremecidos llevan la verdad al canto,
imposibilitados en su fervor a la verdad abstracta, entumecida y teórica. En la
máximas de Confucio se lee: “Tsé-Kung preguntó: ¿A quién llamas sabio? Le
respondió el maestro: A aquel que primero convierte sus palabras en actos y
después enseña”. Aunque a Juan, si le preguntara, allende mi opinión,
contestaría a la manera Sufi y también Socrática: “Yo soy un idiota, que nada
sabe”.
Así nos hablaba, con su breve café,
expreso cortado. Eran sus aulas, los cafés: el Jekemir, el Emyr, el Gran
Premio, el café del museo Franz Mayer, o en los años setenta, el clásico café
La Habana. La calles eran los pasillos de su institución, las de la colonia San
Rafael, Bucareli, Independencia, Artículo 123, Juárez... las calles del centro
de la ciudad de México. Caminar con él, que iba con sus lentes oscuros, a
prisa, era vivir su enérgico camino, perseguir sus ideas a un paso nervioso,
cuidadoso, y verlo, sea dicho, mentar algunas madres para cruzar la calle.
Cuestionaba y apuntalaba, reiterativo. Entre anécdotas aconsejaba al despedirse
aprisa: “¡No te pierdas!”
A cualquiera le tenía una labor, una
idea, una inquietud, un golpazo. Mientras lo conocí, no dejó de impulsar
pequeñas ediciones, de escribir y de platicar. Tenía muy claro que la vida se
nos iba. Había que aprovechar nuestro minuto fugaz. Bromista, encabronado,
alegre, platicaba con los meseros, sus grandes amigos, y por su puesto perdía
el tiempo con su caterva de amigos.
Tuvo destino y lo mantuvo marcado en
esa mano huidiza que a hurtadillas revoloteaba. Sus ojos grises, negros,
verdes, azules, se perdían sorprendidos de estar vivo. A Juan Cervera le
bastaba cualquier sitio para conocer el mundo. Así como al conocerse a sí mismo
descubría el universo. Creía, como pocos, en la fidelidad, en la contención de
los deseos, que para él significaba libertad y liberación amorosa,
descubrimiento inacabable de la amada. Hombre solitario, de pocos amigos, hacía
amistad con cualquiera en su alegría. Su charla era veloz y gorrioncilla.
Escribía sus versos en una
caligrafía apenas legible para el extraño, inquieto en el sillón, ante la mesa
del café, con su libreta barata tamaño francesa, con su mano izquierda,
recóndita, huidiza, y con una pluma Bic. Uno se iba acostumbrando a los surcos
inquietos de su pluma, como quien aprecia, de a poco, la prisa de un gorrión
enredado en sus sueños. Ya su caligrafía era un sello innegable. Solía escribir
diario, como quien sabe que pronto terminará su camino, bajo la máxima: “Lo que
vayas hacer, hacerlo presto”; asimismo, escribir para él significaba vivir,
vivir, ¡vivir!, de manera auténtica, en la verdad de la poesía, en “el momento
poético que nos ofrece la iluminación cósmica”.
Aún lo veo. Sí, hoy, como domingo de
aquellos, que vine al café Emyr y no hay nadie. Estoy solo. Sin embargo, mucho
inquieta Juan Cervera Sanchís J. y R. el vacío de estas mesas, porque tanto río
era este hombre caminante, que permanece el eco de su cauce. Puedo afirmar, por
último, que Juan era un expreso cortado: puntual, despierto, vital y breve como
un haikú, una fuente inagotable de asombro y armonía.
Abraham Peralta Vélez
8 de octubre de 2013.
Poesía
reciente y dispersa de Juan Cervera Sanchís Jiménez y Rueda
Victoria
Te vi
débil, fracasada,
sola y
triste, y te amé
como de
verdad se ama.
Te amé
y amé en la derrota
e hice
mía tu derrota
y de la
derrota hicimos,
beso a
beso, una victoria.
Lora del Río 23 agosto 2020.
Haikús
El
puente viejo
cruje
de noche herido
de
hondos recuerdos.
La
hoja, dorada,
se
desprende del árbol.
Cruje
la rama.
En el
espejo
un rayo
del sol grita
gritos
de fuego.
Huele a
café
la raya
de la aurora
hoy
como ayer.
Árbol
Se
desgajaban las ramas,
se iban
cayendo las hojas
y las
raíces lloraban.
Aquel
árbol de mi calle
sabía
tanto, que callaba
y,
rotundo, nos decía
que no
hacen falta palabras
para
decir la verdad
y, en
silencio, reafirmarla.
De Caprichos (2014).
Traje
Traje
lo que me llevé,
mi
corazón y mi alma
y la
ilusión de estar vivo
porque
a Dios le da la gana.
Esa es
toda mi fortuna
y a mí
con eso me basta.
Nací
Nací
lleno de vida.
Nací
lleno de amor.
Nací
lleno de luz
y,
entre unos y otros,
me
llenaron de muerte,
me
llenaron de ira,
me
llenaron de sombras
y heme
aquí todavía, y pese a todo,
creyendo
en la poesía,
creyendo
en la belleza
y, al
margen de las casas de bolsa
y de
los bancos,
dándole
vuelo al aire de una vieja,
y a la
vez siempre niña,
canción,
una canción
donde
cabe la vida a plena vida;
donde
cabe el amor y la luz cabe
y no
hay el menor sitio para el odio.
Autobús
rumbo al Zócalo, transitando por la Avenida de Reforma a la altura del diario Excélsior. 18 de abril de 2013. Ciudad de México.
Soneto
Viajo
por el soneto de la vida.
Viajo
de verso en verso y rima a rima.
Viajo
sin que el espacio me deprima
y viajo
por un tiempo sin medida.
Huyo
por el soneto de la huida.
Huyo y
huyo y mi huida se sublima.
Huyo y
huyo en mi huir con sed de cima
y huyo
herido de ti y a toda herida.
Viajo
herido de mí. Soy el viajero
que a
toda prisa huye de sus pasos.
Soy el
polvo doliente del camino.
Soy el
arco, la flecha y el arquero.
Soy un
sol que agoniza en flor de ocasos
y una
sangrante aurora sin destino.
Colonia San Rafael. México D. F. 22 de marzo
de 2013.
Habito
Habito
en la Ciudad de México,
hombre
de a pie,
hombre
de camión y Metro.
Soy uno
más de tantos
entre
tantos y tantos
como
venimos y vamos
por el
viejo Centro Histórico,
poblado
de fantasmales indigentes,
tristes
y pobres gentes sin trabajo
y
ladronzuelos y burócratas.
Habito,
pues, en la Ciudad de México,
ciudad
poblada hasta el colmo de locos,
de
ángeles delirantes y demonios astutos.
Ciudad
en verdad única
y
sorprendente manicomio.
Habito
aquí y vivo y muero aquí;
y aquí
canto y lloro
y aquí
amo y sueño.
Aquí,
en la Ciudad de México,
entre
perros sin amo,
manifestantes
sumidos en la inopia,
mariposas
sonámbulas, aviadores sin alas,
policías
y payasos callejeros.
Aquí te
digo, aquí habito
y vivo
y muero aquí.
Aquí,
en esta gran ciudad,
nuestra
Ciudad de México,
y a la
vez nunca nuestra,
pero
siempre amadísima
contra
viento y marea y pese a todo.
Colonia, San Rafael, México, D. F. 9,
febrero, 2013.
Becerro
de oro
Para
ellos no hay más dios
que el
dios dinero. Serviles
-¡Viva
el Becerro de Oro!-
ante el
dinero se rinden
y, por
dinero, deifican
la
traición, el robo, el crimen.
Mosca
Una
mosca en la alcoba.
Una
mosca. Una mosca.
No sé
de dónde vino.
Sólo sé
que está aquí
volando,
revolando,
chocando,
una y
otra vez,
contra
el duro cristal
de la
ventana,
y
buscando
y
buscando
una
rendija
que le
permita huir
y volar
libremente
por los
cielos más libres.
La
observo. Me conmueve.
Me
pregunto:
-¿Soy
acaso esa mosca?
Sí, esa
mosca soy yo.
Soy yo
esa mosca.
Soy esa
pobre mosca
y no
encuentro
por más
y más que busco
-¡desesperadamente!-
una
salida.
México D. F., Colonia San Rafael, 26 de septiembre
de 2012.
ALGUNA
VEZ mi gato callejero
conoció
las delicias de la vida doméstica,
disfruto
de escudillas de blanca y tibia leche
y
durmió entre mullidos edredones.
La vida
de los gatos, como todas las vidas,
es un
ir y venir entre altibajos.
Yo,
gato callejero, también tuve
días al
calor del fuego y alimento seguro.
Sin
embargo, la vida regalada
y la
seguridad, no me hacían feliz.
Algo,
desde muy dentro de mi mismo,
me
invitaba a la vida sin techo,
que
algo hay en la sangre de los gatos
que a
buscar los impulsa el riesgo y la aventura
contra
el supuesto encanto de la vida doméstica,
y es
que el gato, mi gata, tú lo sabes muy bien,
al
igual que el poeta, y Dios sabrá por qué,
tiene
mucho de instinto loco y desenfrenado.
De El gato que yo fui, ediciones Tierra Húmeda, 2011.
Ideal
La
porcelana azul
fue mi
ideal,
la
vida, sin embargo,
sólo me
dejó ser
miserable
hojalata.
Inédito: Porque me da la gana.
Creía
Creía
yo en los canarios enjaulados.
Creía
yo en la casa en que vivía,
en el
pozo del patio, en la alegría
del
agua y de los cubos desbordados.
Creía
yo en increíbles increados
y creía
embelesado en la armonía.
En la
mujer y el hombre yo creía
y en
los encantamientos encantados.
Creía
en los naranjales encendidos
y en la
noches de mayo yo creía.
Creía
en la cal azul y en los poetas.
Creía
yo en los bosques y en los nidos
y creía
en el amor y en la poesía;
y creía
en el azar y en las veletas.
México D. F., 26 de agosto de 2011.
Localicé
en la red algunos vínculos donde figuran tanto la biografía como la poesía de Juan
Cervera Sanchís, por si gustan ahondar en su obra:
No hay comentarios:
Publicar un comentario