José
Emilio Pacheco (1939-2014). Antología personal.
Fotografía: Rogelio Cuéllar. |
Hace
algunos días falleció en la Ciudad de México el escritor José Emilio Pacheco, quien,
sobre todo, es conocido por Las batallas
en el desierto, texto que infortunadamente forma parte de las lecturas de
la mediocre educación básica de mi país —curiosamente dicho “reconocimiento” muchas
veces no es gracias a la novela, sino a otras referencias tales como la
película o a la canción que interpreta el grupo Café Tacuba.
Yo,
ante todo, lo reconozco como poeta. Dicha concepción se debe a la edición que
realizara el Fondo de Cultura Económica de su obra poética bajo el título de Tarde o temprano [Poemas 1958-2000] —este
mismo sello editorial dispone de una recopilación más actualizada que abarca
hasta el año de 2009.
En
aquel entonces el autor difícilmente —por no decir que nunca— concedía
entrevistas, aunque participaba de algunos eventos.
Acercarme
directamente a su poesía me permitió descubrirlo sin intermediarios —a
diferencia de otros, yo no tuve la fortuna de conocerlo personalmente—, y
comulgué de inmediato con su visión crítica y pesimista respecto de la
Humanidad. Además, la brevedad de sus poemas contribuyó aún más a granjearse mi
admiración.
Como
traductor que soy, Pacheco también influyó en mi formación —en particular
estimo su traducción de los Cuatro
cuartetos de T. S. Eliot, así como sus aproximaciones a la Antología Palatina.
Fue hasta
hace poco, relativamente, que comenzó a recibir premios y distinciones dentro y
fuera de México. Recuerdo en particular una declaración que realizó en este
lapso, en la que argumentaba que debido a su deteriorada salud, el monto
económico de los reconocimientos le resultaba provechoso para costear los
gastos de sus enfermedades.
Concebí
esta entrada como respuesta al manoseo que se ha hecho del poeta en estos días.
No la tenía planeada. Por ejemplo, en las redes sociales, bajo el pretexto de
rendirle homenaje, se banalizan tanto su nombre como su obra, en pos de figurar
en la oportunista opinión pública.
Los
homenajes oficiales que ya han comenzado —y seguramente se sucederán— son
grotescos: a ellos comulgan políticos y funcionarios públicos para montar
guardia alrededor del féretro y hablar frente el micrófono sobre el hombre —sin
otro sustento que el del acto público— que siempre mantuvo una distancia
prudente respecto del poder.
La
paradoja de esta selección personal estriba en que es tan o más oportun(ist)a
que los comportamientos descritos líneas arriba. A pesar de ello, aspiro a
aprovecharme de esta funesta inercia, de esta efímera vehemencia
pseudo-intelectual, para que aquellos que no conocen la poesía de José Emilio
Pacheco experimenten un primer acercamiento que acaso los inspire a ahondar en
su trabajo.
Estos
treinta poemas son el recuerdo sincero, lleno de gratitud, de un lector hacia
uno de sus escritores predilectos. A partir de ahora, ya sin el resguardo de su
creador, comienza la lucha que entablarán sus poemas contra el tiempo, el juez
cuyo veredicto importa en realidad —en oposición a la opinión de amigos, admiradores
y villamelones contemporáneos.
César Abraham Navarrete Vázquez.
Alta
traición
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
—y tres o cuatro ríos.
Envidiosos
Levantas una piedra
y los encuentras:
ahítos de humedad,
pululando.
Envejecer
Sobre tu rostro
crecerá
otra cara
de cada surco en que la edad
madura
y luego se consume
y te
enmascara
y hace que brote
tu
caricatura.
Autoanálisis
He cometido un error fatal
—y lo peor de todo
es que no sé cuál.
El
espejo de los enigmas: los monos
Cuando el mono te clava la mirada
estremece pensar si no seremos
su espejito irrisorio y sus bufones.
Preguntas
sobre los cerdos e imprecaciones de los mismos
¿Existe otro animal que nos dé tanto?
JOVELLANOS
¿Por qué todos sus nombres son injurias?
Puerco/ marrano/ cerdo/ cochino/ chancho.
Viven de la inmundicia. Comen, tragan
(porque serán comidos y tragados).
De hinojos y de bruces roe el desprecio
por su aspecto risible, su lujuria,
su fundado temor de propietario.
Nadie llora al morir más lastimero,
interminablemente repitiendo:
—Y pensar que para esto me cebaron...
Qué marranos/ qué cerdos/ qué cochinos...
[De su Cancionero
Apócrifo. I. Julián Hernández (1893-1955)]
Legítima
defensa
9
(Arte
poética II)
Escribe lo que quieras.
Di lo que se antoje:
de todas formas vas a ser condenado.
[1949]
Búho
El ojo inmóvil,
pez de tierra firme
encendido de noche en su fijeza.
Las garras que se adentran en la carne,
el pico curvo para el desgarramiento...
¿De cuál sabiduría puede ser símbolo
sino de la rapiña, el crimen, el desprecio:
todo lo que hizo tu venerada gloria,
Occidente?
Las
manos
Viéndolo bien, son monstruosas las manos
y su extraño pulgar (rencoroso
servidor de los otros cuatro).
Pobre bufón que ignora su pasado:
Gracias a él, o por culpa suya,
hemos hecho la historia.
Enigmas
Como el pasado ya pasó
no sabes
qué ha sido en realidad
lo que ha pasado.
Mar
eterno
Digamos que no tiene comienzo el mar:
empieza en donde lo hallas por vez primera
y te sale al encuentro por todas partes.
Blasfemias
de Don Juan en los infiernos
Hoy
mismo
Mira las cosas que se van,
recuérdalas,
porque no volverás a verlas nunca.
Vidas
de los poetas
En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrojándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras completas.
Sentido
contrario
Ciudades
Las ciudades se hicieron de pocas cosas:
madera (y comenzó la destrucción),
lodo, piedra, agua, pieles
de las bestias cazadas y devoradas.
Toda ciudad se funda en la violencia
y en el crimen de hermano contra hermano.
Nombres
El planeta debió llamarse Mar:
es más agua que Tierra.
Antiguos
compañeros se reúnen
Ya somos todo aquello
contra lo que luchamos a los veinte años.
Augurios
Hasta hace poco me despertaba un rumor de pájaros. Hoy ya no
están. Han acabado estas señales de vida. Sin ellos todo parece más lúgubre. Me
pregunto si los ha matado la contaminación o el hambre de los habitantes. O
bien, quizá los pájaros comprendieron que la Ciudad de México se muere y
alzaron el vuelo antes de la ruina final.
Certeza
Si vuelvo alguna vez por el camino andado
no quiero hallar ni ruinas ni nostalgia.
Lo mejor es creer que pasó todo
como debía.
Y al final me queda
una sola certeza:
haber vivido.
El
cobrador
Viene a cobrarme no sé qué.
Lo hago pasar a la sala.
Le muestro mis papeles.
Se hallan en orden.
Pero él insiste y amenaza y reclama.
Sólo saldrá de aquí cuando me muera.
Mientras tanto seguirá furibundo,
echándome la culpa del desastre mundial,
la contaminación, el desempleo, la miseria, el fracaso
del socialismo real, el capitalismo salvaje,
la deuda externa, el efecto de invernadero, la droga,
la violencia, el esmog, el nuevo racismo, el cáncer, el
sida,
o la promiscuidad o la explosión demográfica
o cualquier otra cosa —con objeto
de cobrarme su pena de estar vivo.
A largo
plazo
Valiente en la medida de su maldad,
la gota se arriesga
a perforar la montaña
en los próximos cien mil años.
Astillas
Retratos
Nada fija el instante:
en el retrato
se mueren más los muertos.
Dragones
El que derrota al monstruo
y ocupa su lugar
se vuelve el monstruo.
Posmodernidad
La supercarretera hacia la nada.
A la orilla
el cementerio de automóviles.
Aire
oscuro
16
Por no saber qué decir
pagaré el haber callado.
Jamás perdona el silencio
a quien calla demasiado.
Próceres
Hicieron mal la guerra,
mal el amor,
mal el país que nos forjó malhechos.
Epitafio
La vida se me fue en abrir los ojos.
Morí antes de darme cuenta.
Amanecer
La luz dibuja el mundo en el rocío.
De las tinieblas brota el nuevo sol.
Es la hora en que se nace
y acaban su trabajo los mataderos.
La
mosca juzga a miss Universo
Qué repugnantes los humanos.
Qué maldición
tener que compartir el aire nuestro con ellos.
Y lo más repulsivo es su fealdad.
Miren a ésta.
La consideran hermosísima.
Para nosotras es horrible.
Sus piernas no se curvan ni se erizan de vello.
Su vientre no es inmenso ni está abombado.
Su boca es una raya: no posee
nuestras protuberancias extensibles.
Parecen despreciables esos ojillos
en vez de nuestros ojos que lo ven todo.
Asco y dolor nos dan los indefensos.
Si hubiera Dios no existirían los humanos.
Viven tan sólo para hostilizarnos
con su odio impotente.
Pero los compadezco: no tienen alas
y por eso se arrastran en el infierno.
Moda
La moda pasa de moda.
La desnudez sigue intacta
como al principio del mundo.
Despedida
Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.
Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:
Eso me pasa por intentar lo imposible.
César, mil gracias por esta recopilación y, sobre todo por tus oportunos comentarios. Procedo a deleitarme con los poemas de Pacheco y espero animarme a profundizar en su obra.
ResponderEliminarAbrazo
—Muchas gracias por disponer de su tiempo para escribirme. A decir verdad, la obra poética de Pacheco merece ser conocida —del mismo modo en que ha sido difundida su narrativa. Yo seleccioné, preferentemente, poemas breves, que sirvieran para captar a los lectores que se acercaban por primera vez a su sensibilidad. Sin embargo, el autor tiene poemas largos que son dignos de leer. Le mando un saludo cordial.
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