Bitácora de literatura: traducción de poesía, sátiras, poemas, fábulas, epístolas, epigramas, aforismos, crónicas, antologías...

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Poemas de Virgilio Piñera (1912-1979). Primera parte.



Para Beatriz Estrada,
de quien escuché por primera vez
el nombre del poeta.



Tal como ha quedado demostrado en esta bitácora, no soy afecto a la poesía “de largo aliento”. Sin embargo, cuando un autor me cautiva, no reparo en nimiedades como la extensión de sus versos o poemas.

Virgilio Piñera, aquel que escribiera en el poema La sustitución: “en el mundo, despierto, estoy vencido, / en el sueño, dormido, estoy despierto”, fue un sobreviviente del mundo.

El autor de la La isla en peso, texto indispensable de la poesía en lengua española que, debido a su extensión, publicaré en otra entrada en lo por venir, siempre encaró con entereza su condición de poeta, isleño y homosexual.









Virgilio Piñera (1912-1979). Nació en Cárdenas, y murió en La Habana. Poeta, narrador, dramaturgo y traductor cubano. Radicó en Argentina durante un período de su vida. En 1958 regresó a Cuba, donde fue relegado por el régimen debido tanto a su ideología como a su sexualidad. 






La gran puta

Para Oscar Hurtado

Cuando en 1937 mi familia llegó a La Habana
—uno de (los) tantos éxodos a que estábamos
acostumbrados—
mi padre —como tenía por costumbre sanguínea—
se dio de galletas y se puso a echar carajos.
Llegaron exactamente a las diez de la mañana
de un día de agosto mojado con vinagre;
antes de ir a esperar el Santiago-Habana
tomé un jugo de papaya en Lagunas y Galiano,
y como el deber se impone al deseo
perdí a un negro que me hacía señas con la mano.
Por esa época yo tenía veinticinco años
y toda la vida resumida en la mirada;
años mal llevados porque el hambre no paga:
“Virgilio —me decía Oscar Zaldívar—,
no te alimentas lo suficiente. Hay que comer carne...”
De vez en cuando me llevaba a La Genovesa
en la esquina atormentada de Virtudes y Prado,
donde Panchita, una italiana operática(,)
le decía doctor a Oscar y a mí no me decía nada.
Las calles eran vahídos y las aceras desmayos:
En la cabeza los versos y en el estómago cranque.
Corría a la casa de empeños sita en Amistad y Ánimas
buscando que me colgaran entre docenas de
guitarras(,)
yo, empeñado, yo empeñando un saco viejo de Osvaldo
para trepar jadeante la cazuela del Auditorium
a ver El Avaro de Molière que Luis Jouvet presentaba.
Era La Habana con tranvías y con soldados
de kaki amarillo, haciendo el fin de mes
con los pesos de los homosexuales;
entre los cuales, en cierta manera, me cuento, es
decir, en mi humilde escala: no osaría ponerme
a la altura de La Marquesa Eulalia, del Pájaro Verde,
de Jarroncito Chino, de la Pulga Lírica y del Marqués
de Pinar del Río, y aunque una noche, en el Don Quijote(,)
bailé sobre una mesa disfrazado de maja,
mi alarde palidece ante la magnificencia
del Pájaro Verde dejándose degollar en el baño.
Según se mire eran tiempos heroicos, tiempos
que fueran cantados por guitarras alcoholizadas(,)
palabras tremendas que eran pronunciadas
con el filo de un cuchillo, mientras allá,
en Marte y Belona, los bailadores realizaban
la confusa gesta del danzón ensangrentado.
Esta gesta alcanzaba proporciones épicas
en el Cuchillo de San Miguel: allí Panchitín Díaz
le decía con su voz aflautada a la putica debutante:
“Muchacha, tienes toda la vida por delante...”,
y dando dos pasos se metía en la barbería de Neptuno
para entablar un diálogo funambulesco
con la corpulenta Albertino, que se hacía afeitar
una barba imaginaria.
Una noche en El Prado, con su pedazo de cielo
particularmente convulso sobre leones de bronce verde,
sobre leones que temblaban al paso del
Emperador del Mundo —un negro tuberculoso con
el pecho constelado de chapitas de Coca Cola—,
se comentaba con terror manifiesto
la frase ciceroniana de la mujer que se tiró
bajo las ruedas del automóvil de Lily Hidalgo de Conill:
“¡Habana, ábrete y trágame!”
Pero La Habana se hizo aún más rígida
para que ella pudiera ir hasta Colón sin baches,
para que esa noche las putas chancrosas
hicieran buenos pesos y para que lloraran los
sentimentales, entre los cuales también me cuento,
al extremo que podría ser nombrado presidente de
los sentimentales, y ahora precisamente recuerdo
al hombre que vi matar junto a la estatua de Zenea
con su mano convulsa aferrada al seno de mármol
de la mujer que eternamente lo acompaña.
Me pareció que llegaba el Apocalipsis,
pero justo en ese momento oí: “¡Maní tostao, maní!”
y metían por mis ojos anegados en lágrimas
un cucurucho de voluptuosidad cubana.
Mi amiga, la Muerta Viva, una puta francesa
que recaló en Sagua allá por el veinticuatro,
compraba todos los días el periódico para
ver si en la Crónica Roja aparecía muerto
el cabrón, decía ella, que la dejó plantada en Sagua.
Pero como la vida manda, seguía abriendo las piernas
sin sentimentalismo de ninguna clase.
Yo, que mi destino de poeta me impidió la putería,
soñaba persistentemente con abrir las mías:
cuando el hambre aprieta, sueños monstruosos
se perfilaban en cada esquina, monedas del tamaño de
una casa me caían encima, y todo terminaba
en una frita deglutida al compás de
“Bigote de Gato es un gran sujeto...”
Sin embargo, pensaba en la inmortalidad
con la misma persistencia con que me acosaba
la mortalidad, porque aun cuando viéndome
forzado a escuchar “la inmortalidad del cangrejo”
y ver al tipo pálido sentado en el café de
los bajos de mi casa, con un palillo en los
dientes y un vaso de agua sobre la mesa
pensando en las musarañas, yo me aferraba
a la mentira piadosa siguiendo al mismo
tiempo con la vista los sandwiches de pierna
que rechinaban en mis tripas.
Suaritos anunciaba a Ñico Saquito,
Toña La Negra quebraba la luna con su voz
de tortillera mejicana, Batista daba golpetazos
en Columbia, Patricia la Americana se momificaba
en un disco y Daniel Santos galvanizaba los solares.
Claro está, en la ciudad del sol constante
los fantasmas acostumbraban salir a plena luz:
los he visto acompañándome por Monte y Cárdenas
el día del entierro de Menocal, con ron peleón,
porque de eso el general prodigó, enchumbó, anestesió
y el champán para él y Marianita en París.
“Querida, me dijo Jarroncito Chino, hoy todo el mundo
está jalao, haremos ranfla moñuda,
ya el General templó lo suyo y nosotras moriremos
con un troyó papá bien grande adentro.”
Así murió efectivamente. Destino cumplido,
vida realizada, strip-tease de pelo en pecho,
sacando palanganas de agua de culo(.)
Cuando se la llevaron había un Norte de
tres pares de cojones.
Estos son los monumentos que nunca veremos en
nuestras plazas, amorfa, sí, amorfa cantidad
de donde extraigo el canto, en cualquier parte,
bajando por Carlos III que entonces tenía bancos(,)
escuálido, tembloroso, con mi amorosa Habana
siguiéndome los pasos como perro dócil
entre años caídos retumbando como cañones
dejando la peseta en casa de la barajera
para saber (—)¿para saber?(—) si mañana entraré
en la papa... Un pelado en el Mercado Único,
un guarapo en el Mercado del Polvorín,
siempre avanzando, en brecha mortal,
buscando la completa como se busca un verso(,)
¡oh inacabables calles, oh aceras perfumadas
con orine! ¡Oh hacendados con pañuelos
imprendados de Guerlain, que nunca
me pusieron casa!
Sólo en mi accesoria haciendo mis versitos
veía pasar La Habana como un río de sangre:
y como una puta más del barrio de Colón
los contaba de madrugada como si fueran pesos.

1960





Testamento

Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan estatua;
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser mármol.

Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles…

En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.

Y todos entenderán
el yo no lloro, mi hermano...
Así fui, así viví,
así soñé y pasé el trance.

1967





Mi padre

Dice mi padre que es inútil la despedida:
no tiene la esperanza de un retorno.
Mi padre, cuya partida es inminente,
con su equipaje a la puerta,
en el helado aire de la mañana,
rechaza nuestros abrazos y nuestras lágrimas:
“Será inútil dejar las puertas abiertas”.






Si muero en la carretera

I

Si muero en la carretera no me pongan flores.
Si en la carretera muero no me pongan flores.
En la carretera no me pongan flores si muero.
No me pongan sin muero flores en la carretera.
No me pongan en la carretera flores si muero.
No flores en la carretera si muero me pongan.
No flores en la carretera me pongan si muero.
Si muero no flores en la carretera me pongan.
Si flores me muero en la carretera no me pongan.
Flores si muero no en la carretera me pongan.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
La muero en si pongan no me carretera.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores sin pongan muero me en no la carretera.
Si muero en las flores no me pongan en la carretera.
Si flores muero no me pongan en la carretera.
Si en la carretera flores no me pongan si muero.
Si en el muero no me pongan en la carretera flores.





II

Voy en cacharrito, en una cafetera,
yo voy por la carretera;
yo voy, voy yendo en la carretera.
Yo voy a un jardín de flores que está por la carretera,
yo voy en un cacharrito, en una cafetera,
voy a comprarle flores a mis muertos,
pero no me pongan flores si muero en la carretera.





III

Si muero en la carretera me entierran en el jardín
que está por la carretera, pero no me pongan flores,
cuando uno tiene su fin yendo por la carretera
a uno no le ponen flores de ese ni de otro jardín.





IV

Si muero, si no muero,
si muero porque no muero
si no muero porque muero.
Si muero en la carretera.
Si  no muero pero en la carretera si muero.
Si muero porque no muero en la carretera.
Si no muero porque muero en la carretera,
no me pongan f, no me pongan l, no me pongan o,
no me pongan r, no me pongan e, no me pongan s,
no me pongan flo, no me pongan res
si muero en la c.

1970





Alocución contra los necrófilos

De una vez y por todas: ¡a la mierda la muerte!
Mientras más me acerco a ella o ella a mí,
ni yo sé quién soy ni qué soy, le digo,
pero tú tampoco sabes quién ni qué eres.
El hombre te inventó o te dio nombre al menos,
tan sólo eso, que apenas si es algo,
una manera como tantas de infundir terror.
Pero conmigo eso no va, mi hermana.
Y menos, hacerle el juego a tus ritos.
Con los miles de millones de muertos
que conocemos, nuestra visión de ti
tendría que ser más bien risueña
o tan mecánica como la que ponemos
por ejemplo en el papel higiénico.
Si alguien osara en una noche
poblada de relámpagos, ululante el viento,
y todo el decorado de muerte chopiniana,
si alguien osara, digo, en medio de los suspiros,
coger al muerto por los cabellos
igual que a una peluca inservible,
y decir, con voz muy natural:
ya no es como nosotros, y aquí, señores,
no ha pasado nada, ¡y siga la fiesta!
De modo que en vista de la muerte,
de la muerte natural por supuesto,
mucha naturalidad, tanta
que hasta el muerto se vuelva natural,
tan natural que se entierre o se queme
sin derramar una lágrima.
Tenemos que reservarlas
para cuando nos duelan las muelas.
Y si digo la muerte natural
es porque las provocadas
por la mano del hombre contra otro,
no han de ser lloradas por muerte
sino por vida que la vida
no segó a su hora.
No practiquemos el culto de los muertos,
¿acaso podemos pedirles
que practiquen el culto de los vivos?
La comunicación se ha cortado:
ni nos hablan ni nos oyen.
Hablemos pues con los vivos,
hasta que podamos.

1974






Reversibilidad

Rodeado de un bobo, un mudo y un ciego
—adornos monstruosos del negocio—,
esperas tu turno en la barbería.
Ellos te llevan la ventaja
de estar fuera del tiempo.
Sagrados y consagrados
por una muerte en vida,
nada podría herirlos.
Pero tú existes, existes a medias,
en una extraña manera de existir.
De los muchos paraísos de este mundo,
ninguno te tocó en suerte.
Tu papel es testificar
el tremendo gozar de los otros,
y mediante la palabra, convertir
ese gozo en algo más sublime.

Y mientras embellezco al prójimo,
me voy afeando hasta adquirir la máscara grotesca
de quien existe a medias, sufre en el cepo de sus días
imaginarios, y su máscara corroe su cara verdadera.

De niño ya simulabas ser otro.
Tú no podías ser tú.

Si veías un árbol no era un árbol,
era algo indescifrable.
Algo que, indescriptible, venía a ser tu otro yo.
Entretanto los frutos del paraíso terrenal
se alejaban de ti en una barca negra
construida con palabras herméticas,
tan indescifrables como tú mismo.

Ahora el barbero esgrime la navaja,
y se dispone a afeitar al cliente ciego,
quien experimenta casi el orgasmo
cuando la navaja le roza la nuez.
Pero es un cliente, y la navaja es inofensiva.
No se abatirá en la yugular ni segará su vida.
Pero yo veo ríos de sangre,
al barbero convertido en Jack el destripador,
al ciego, como una mujer fatal, recibiendo su merecido.
La escena es tan perfecta, tan propicia.
Acá el espejo multiplica las pasiones,
un asiento es la cama de la concupiscencia,
y esta toalla un raudal de lágrimas.
El amante traicionado esgrime la navaja.
Hay que ver cómo se superpone un barbero
a un hombre loco de pasión,
y un cliente ciego, a una cortesana degollada.
Lo irreal es realidad, lo minúsculo, grandioso.
Y aunque nadie se percate, acabo de transformar el mundo.
Mío tan sólo, intemporal. Ellos siguen intactos.

—Gracias —dice el ciego—. ¿Cuánto le debo?
Y el bobo repite: ¿Cuánto le debo?
Y se ríe sin saber de qué se ríe.
No lo ven. No pueden verlo.
Pero todos, ya fuera del tiempo, son figuras yacentes.
Las animo a medida que desarrollo la trama.
—Señor —me dice el barbero—. Es su turno.
—Señora —me dice el amante traicionado—, encomienda tu alma.
—Señor —me dice el barbero—, ¿lo afeito?
—Señora —me dice el amante traicionado—, voy a degollarla.
Brota la sangre de mi carótida, tiemblo como un poseso.
—¿Se siente mal, señor?, me pregunta el barbero inocente.

Perfectamente afeitado abandono la barbería,
y perfectamente degollado me llevan a la morgue.
Un mundo gelatinoso en el que resbalo a cada paso
me envuelve en sus oleadas de realidad luminosas.
El tiempo deja de transcurrir, aunque el sol
se ha ocultado, y la noche no existe.
El barbero lee en su casa el periódico,
el mudo traga su bocado, el ciego se sumerge en el sueño,
con sus alaridos puebla el idiota la plaza desierta.
Pero todos ellos, sin saberlo siquiera,
siguen por una avenida mi cortejo fúnebre:
soy una puta famosa que acaba de ser degollada.

1978

2 comentarios:

  1. —Gracias, Félix. ¡Tremendo poeta: de esos que se te meten en los huesos! Mi favorito es Testamento, porque es una declaración valiente de asumirse ante la vida. Ojalá leamos mucho más sobre él en el taller. Un saludo.

    ResponderEliminar