Para Beatriz Estrada,
de quien escuché por primera
vez
el nombre del poeta.
el nombre del poeta.
Tal como ha quedado demostrado
en esta bitácora, no soy afecto a la poesía “de largo aliento”. Sin embargo,
cuando un autor me cautiva, no reparo en nimiedades como la extensión de sus
versos o poemas.
Virgilio Piñera, aquel que
escribiera en el poema La
sustitución: “en el mundo, despierto,
estoy vencido, / en el sueño, dormido, estoy despierto”, fue un sobreviviente
del mundo.
El autor de la La isla en peso, texto indispensable de la poesía en lengua española que, debido a su
extensión, publicaré en otra entrada en lo por venir, siempre encaró con
entereza su condición de poeta, isleño y homosexual.
Virgilio Piñera (1912-1979). Nació en Cárdenas, y murió en La Habana. Poeta, narrador,
dramaturgo y traductor cubano. Radicó en Argentina durante un período de su
vida. En 1958 regresó a Cuba, donde fue relegado por el régimen debido tanto a
su ideología como a su sexualidad.
La
gran puta
Para
Oscar Hurtado
Cuando en 1937 mi familia llegó
a La Habana
—uno de (los) tantos éxodos a que
estábamos
acostumbrados—
mi padre —como tenía por
costumbre sanguínea—
se dio de galletas y se puso a
echar carajos.
Llegaron exactamente a las diez
de la mañana
de un día de agosto mojado con
vinagre;
antes de ir a esperar el
Santiago-Habana
tomé un jugo de papaya en
Lagunas y Galiano,
y como el deber se impone al
deseo
perdí a un negro que me hacía
señas con la mano.
Por esa época yo tenía
veinticinco años
y toda la vida resumida en la
mirada;
años mal llevados porque el
hambre no paga:
“Virgilio —me decía Oscar
Zaldívar—,
no te alimentas lo suficiente.
Hay que comer carne...”
De vez en cuando me llevaba a
La Genovesa
en la esquina atormentada de
Virtudes y Prado,
donde Panchita, una italiana
operática(,)
le decía doctor a Oscar y a mí
no me decía nada.
Las calles eran vahídos y las
aceras desmayos:
En la cabeza los versos y en el
estómago cranque.
Corría a la casa de empeños
sita en Amistad y Ánimas
buscando que me colgaran entre
docenas de
guitarras(,)
yo, empeñado, yo empeñando un
saco viejo de Osvaldo
para trepar jadeante la cazuela
del Auditorium
a ver El Avaro de Molière que Luis Jouvet presentaba.
Era La Habana con tranvías y
con soldados
de kaki amarillo, haciendo el
fin de mes
con los pesos de los
homosexuales;
entre los cuales, en cierta
manera, me cuento, es
decir, en mi humilde escala: no
osaría ponerme
a la altura de La Marquesa
Eulalia, del Pájaro Verde,
de Jarroncito Chino, de la
Pulga Lírica y del Marqués
de Pinar del Río, y aunque una
noche, en el Don Quijote(,)
bailé sobre una mesa disfrazado
de maja,
mi alarde palidece ante la
magnificencia
del Pájaro Verde dejándose
degollar en el baño.
Según se mire eran tiempos
heroicos, tiempos
que fueran cantados por
guitarras alcoholizadas(,)
palabras tremendas que eran
pronunciadas
con el filo de un cuchillo,
mientras allá,
en Marte y Belona, los
bailadores realizaban
la confusa gesta del danzón
ensangrentado.
Esta gesta alcanzaba
proporciones épicas
en el Cuchillo de San Miguel:
allí Panchitín Díaz
le decía con su voz aflautada a
la putica debutante:
“Muchacha, tienes toda la vida
por delante...”,
y dando dos pasos se metía en
la barbería de Neptuno
para entablar un diálogo
funambulesco
con la corpulenta Albertino,
que se hacía afeitar
una barba imaginaria.
Una noche en El Prado, con su
pedazo de cielo
particularmente convulso sobre
leones de bronce verde,
sobre leones que temblaban al
paso del
Emperador del Mundo —un negro
tuberculoso con
el pecho constelado de chapitas
de Coca Cola—,
se comentaba con terror
manifiesto
la frase ciceroniana de la
mujer que se tiró
bajo las ruedas del automóvil
de Lily Hidalgo de Conill:
“¡Habana, ábrete y trágame!”
Pero La Habana se hizo aún más
rígida
para que ella pudiera ir hasta
Colón sin baches,
para que esa noche las putas
chancrosas
hicieran buenos pesos y para
que lloraran los
sentimentales, entre los cuales
también me cuento,
al extremo que podría ser
nombrado presidente de
los sentimentales, y ahora
precisamente recuerdo
al hombre que vi matar junto a
la estatua de Zenea
con su mano convulsa aferrada
al seno de mármol
de la mujer que eternamente lo
acompaña.
Me pareció que llegaba el
Apocalipsis,
pero justo en ese momento oí:
“¡Maní tostao, maní!”
y metían por mis ojos anegados
en lágrimas
un cucurucho de voluptuosidad
cubana.
Mi amiga, la Muerta Viva, una
puta francesa
que recaló en Sagua allá por el
veinticuatro,
compraba todos los días el
periódico para
ver si en la Crónica Roja
aparecía muerto
el cabrón, decía ella, que la
dejó plantada en Sagua.
Pero como la vida manda, seguía
abriendo las piernas
sin sentimentalismo de ninguna
clase.
Yo, que mi destino de poeta me
impidió la putería,
soñaba persistentemente con
abrir las mías:
cuando el hambre aprieta,
sueños monstruosos
se perfilaban en cada esquina,
monedas del tamaño de
una casa me caían encima, y
todo terminaba
en una frita deglutida al
compás de
“Bigote de Gato es un gran
sujeto...”
Sin embargo, pensaba en la
inmortalidad
con la misma persistencia con
que me acosaba
la mortalidad, porque aun
cuando viéndome
forzado a escuchar “la
inmortalidad del cangrejo”
y ver al tipo pálido sentado en
el café de
los bajos de mi casa, con un
palillo en los
dientes y un vaso de agua sobre
la mesa
pensando en las musarañas, yo
me aferraba
a la mentira piadosa siguiendo
al mismo
tiempo con la vista los sandwiches
de pierna
que rechinaban en mis tripas.
Suaritos anunciaba a Ñico
Saquito,
Toña La Negra quebraba la luna
con su voz
de tortillera mejicana, Batista
daba golpetazos
en Columbia, Patricia la
Americana se momificaba
en un disco y Daniel Santos
galvanizaba los solares.
Claro está, en la ciudad del
sol constante
los fantasmas acostumbraban
salir a plena luz:
los he visto acompañándome por
Monte y Cárdenas
el día del entierro de Menocal,
con ron peleón,
porque de eso el general
prodigó, enchumbó, anestesió
y el champán para él y
Marianita en París.
“Querida, me dijo Jarroncito
Chino, hoy todo el mundo
está jalao, haremos ranfla
moñuda,
ya el General templó lo suyo y
nosotras moriremos
con un troyó papá bien grande
adentro.”
Así murió efectivamente.
Destino cumplido,
vida realizada, strip-tease de pelo en pecho,
sacando palanganas de agua de
culo(.)
Cuando se la llevaron había un
Norte de
tres pares de cojones.
Estos son los monumentos que
nunca veremos en
nuestras plazas, amorfa, sí,
amorfa cantidad
de donde extraigo el canto, en
cualquier parte,
bajando por Carlos III que
entonces tenía bancos(,)
escuálido, tembloroso, con mi
amorosa Habana
siguiéndome los pasos como
perro dócil
entre años caídos retumbando
como cañones
dejando la peseta en casa de la
barajera
para saber (—)¿para saber?(—) si
mañana entraré
en la papa... Un pelado en el
Mercado Único,
un guarapo en el Mercado del
Polvorín,
siempre avanzando, en brecha
mortal,
buscando la completa como se busca un verso(,)
¡oh inacabables calles, oh
aceras perfumadas
con orine! ¡Oh hacendados con
pañuelos
imprendados de Guerlain, que
nunca
me pusieron casa!
Sólo en mi accesoria haciendo
mis versitos
veía pasar La Habana como un
río de sangre:
y como una puta más del barrio
de Colón
los contaba de madrugada como
si fueran pesos.
1960
Testamento
Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan
estatua;
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser
mármol.
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles…
En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.
Y todos entenderán
el yo no lloro, mi hermano ...
Así fui, así viví,
así soñé y pasé el trance.
1967
Mi
padre
Dice mi padre que es inútil la
despedida:
no tiene la esperanza de un
retorno.
Mi padre, cuya partida es
inminente,
con su equipaje a la puerta,
en el helado aire de la mañana,
rechaza nuestros abrazos y
nuestras lágrimas:
“Será inútil dejar las puertas
abiertas”.
Si muero en la carretera
I
Si muero en la carretera no me pongan flores.
Si en la carretera muero no me pongan flores.
En la carretera no me pongan flores si muero.
No me pongan sin muero flores en la carretera.
No me pongan en la carretera flores si muero.
No flores en la carretera si muero me pongan.
No flores en la carretera me pongan si muero.
Si muero no flores en la carretera me pongan.
Si flores me muero en la carretera no me pongan.
Flores si muero no en la carretera me pongan.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores si pongan muero me en no la carretera.
La muero en si pongan no me carretera.
Si flores muero pongan en me la no carretera.
Flores sin pongan muero me en no la carretera.
Si muero en las flores no me pongan en la carretera.
Si flores muero no me pongan en la carretera.
Si en la carretera flores no me pongan si muero.
Si en el muero no me pongan en la carretera flores.
II
Voy en cacharrito, en una cafetera,
yo voy por la carretera;
yo voy, voy yendo en la carretera.
Yo voy a un jardín de flores que está por la carretera,
yo voy en un cacharrito, en una cafetera,
voy a comprarle flores a mis muertos,
pero no me pongan flores si muero en la carretera.
III
Si muero en la carretera me entierran en el jardín
que está por la carretera, pero no me pongan flores,
cuando uno tiene su fin yendo por la carretera
a uno no le ponen flores de ese ni de otro jardín.
IV
Si muero, si no muero,
si muero porque no muero
si no muero porque muero.
Si muero en la carretera.
Si no muero pero en la carretera si muero.
Si muero porque no muero en la carretera.
Si no muero porque muero en la carretera,
no me pongan f, no me pongan l, no me pongan o,
no me pongan r, no me pongan e, no me pongan s,
no me pongan flo, no me pongan res
si muero en la c.
Alocución
contra los necrófilos
De una vez y por todas: ¡a la
mierda la muerte!
Mientras más me acerco a ella o
ella a mí,
ni yo sé quién soy ni qué soy,
le digo,
pero tú tampoco sabes quién ni
qué eres.
El hombre te inventó o te dio
nombre al menos,
tan sólo eso, que apenas si es
algo,
una manera como tantas de
infundir terror.
Pero conmigo eso no va, mi
hermana.
Y menos, hacerle el juego a tus
ritos.
Con los miles de millones de
muertos
que conocemos, nuestra visión
de ti
tendría que ser más bien
risueña
o tan mecánica como la que
ponemos
por ejemplo en el papel
higiénico.
Si alguien osara en una noche
poblada de relámpagos, ululante
el viento,
y todo el decorado de muerte
chopiniana,
si alguien osara, digo, en
medio de los suspiros,
coger al muerto por los
cabellos
igual que a una peluca
inservible,
y decir, con voz muy natural:
ya no es como nosotros, y aquí,
señores,
no ha pasado nada, ¡y siga la
fiesta!
De modo que en vista de la
muerte,
de la muerte natural por
supuesto,
mucha naturalidad, tanta
que hasta el muerto se vuelva
natural,
tan natural que se entierre o
se queme
sin derramar una lágrima.
Tenemos que reservarlas
para cuando nos duelan las
muelas.
Y si digo la muerte natural
es porque las provocadas
por la mano del hombre contra
otro,
no han de ser lloradas por
muerte
sino por vida que la vida
no segó a su hora.
No practiquemos el culto de los
muertos,
¿acaso podemos pedirles
que practiquen el culto de los
vivos?
La comunicación se ha cortado:
ni nos hablan ni nos oyen.
Hablemos pues con los vivos,
hasta que podamos.
1974
Reversibilidad
Rodeado de un bobo, un mudo y
un ciego
—adornos monstruosos del
negocio—,
esperas tu turno en la
barbería.
Ellos te llevan la ventaja
de estar fuera del tiempo.
Sagrados y consagrados
por una muerte en vida,
nada podría herirlos.
Pero tú existes, existes a
medias,
en una extraña manera de
existir.
De los muchos paraísos de este
mundo,
ninguno te tocó en suerte.
Tu papel es testificar
el tremendo gozar de los otros,
y mediante la palabra,
convertir
ese gozo en algo más sublime.
Y mientras embellezco al
prójimo,
me voy afeando hasta adquirir
la máscara grotesca
de quien existe a medias, sufre
en el cepo de sus días
imaginarios, y su máscara
corroe su cara verdadera.
De niño ya simulabas ser otro.
Tú no podías ser tú.
Si veías un árbol no era un
árbol,
era algo indescifrable.
Algo que, indescriptible, venía
a ser tu otro yo.
Entretanto los frutos del
paraíso terrenal
se alejaban de ti en una barca
negra
construida con palabras
herméticas,
tan indescifrables como tú
mismo.
Ahora el barbero esgrime la
navaja,
y se dispone a afeitar al
cliente ciego,
quien experimenta casi el
orgasmo
cuando la navaja le roza la
nuez.
Pero es un cliente, y la navaja
es inofensiva.
No se abatirá en la yugular ni
segará su vida.
Pero yo veo ríos de sangre,
al barbero convertido en Jack
el destripador,
al ciego, como una mujer fatal,
recibiendo su merecido.
La escena es tan perfecta, tan
propicia.
Acá el espejo multiplica las
pasiones,
un asiento es la cama de la
concupiscencia,
y esta toalla un raudal de
lágrimas.
El amante traicionado esgrime
la navaja.
Hay que ver cómo se superpone
un barbero
a un hombre loco de pasión,
y un cliente ciego, a una
cortesana degollada.
Lo irreal es realidad, lo
minúsculo, grandioso.
Y aunque nadie se percate,
acabo de transformar el mundo.
Mío tan sólo, intemporal. Ellos
siguen intactos.
—Gracias —dice el ciego—.
¿Cuánto le debo?
Y el bobo repite: ¿Cuánto le
debo?
Y se ríe sin saber de qué se
ríe.
No lo ven. No pueden verlo.
Pero todos, ya fuera del
tiempo, son figuras yacentes.
Las animo a medida que
desarrollo la trama.
—Señor —me dice el barbero—. Es
su turno.
—Señora —me dice el amante
traicionado—, encomienda tu alma.
—Señor —me dice el barbero—,
¿lo afeito?
—Señora —me dice el amante traicionado—,
voy a degollarla.
Brota la sangre de mi carótida,
tiemblo como un poseso.
—¿Se siente mal, señor?, me
pregunta el barbero inocente.
Perfectamente afeitado abandono
la barbería,
y perfectamente degollado me
llevan a la morgue.
Un mundo gelatinoso en el que
resbalo a cada paso
me envuelve en sus oleadas de
realidad luminosas.
El tiempo deja de transcurrir,
aunque el sol
se ha ocultado, y la noche no
existe.
El barbero lee en su casa el
periódico,
el mudo traga su bocado, el
ciego se sumerge en el sueño,
con sus alaridos puebla el
idiota la plaza desierta.
Pero todos ellos, sin saberlo
siquiera,
siguen por una avenida mi
cortejo fúnebre:
soy una puta famosa que acaba
de ser degollada.
1978
Muy buena elección, muy buena selección. Felicidades.
ResponderEliminar—Gracias, Félix. ¡Tremendo poeta: de esos que se te meten en los huesos! Mi favorito es Testamento, porque es una declaración valiente de asumirse ante la vida. Ojalá leamos mucho más sobre él en el taller. Un saludo.
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