Con esta entrada de Palabras de viento retomo uno de los propósitos originales de la bitácora: devolverle la
voz a esos autores olvidados consciente
o inconscientemente.
Ya en otra parte publiqué
algunos textos de un poeta apellidado Ledesma —Tilo, de nombre—, y aunque Margarito no sea sino un personaje creado por otro autor, me llama
sobremanera la atención que los tres poetas Ledesma que conozco —el nombre del
tercero queda pendiente para una selección futura— compartan características
tan definidas. A decir, el humor y la escasa difusión de su obra.
La poesía de Margarito Ledesma
habla de nuestra sociedad: a partir de su pueblo comprende al mundo.
Muchos puristas quizá critiquen
que su lenguaje es “incorrecto”. Lo cierto es que, para emularlo, en dicha “transgiversación”
—tergiversación— de las palabras hay una riqueza que se expresa, por ejemplo, gracias
a los modismos. Recoge fielmente el habla de sus paisanos y contemporáneos.
Además de sus textos humorísticos,
el lector encontrará poemas en que se alude a capítulos de nuestra historia tan
importantes como la Revolución Mexicana.
Es una poesía sencilla, sin
afectaciones; pero no por ello menos entrañable, que simplemente hay que
disfrutar.
Deseo externar mi deuda, así como mi gratitud respecto de Félix Francisco Martínez Rodríguez —el verdadero artífice de esta publicación—, quien generosamente compartió conmigo algunos textos del “poeta de Chamacuero”, los cuales fueron el punto de partida de esta selección.
Margarito
Ledesma fue el seudónimo —o acaso sea más acertado decir, el heterónimo— de Leobino
Zavala (1887-1974), quien nació en Uriangato, y murió en San Miguel de Allende,
Guanajuato, y fungió como diputado federal y, más tarde, como diputado de su
estado.
Zavala
es el autor de Poesías, de Margarito
Ledesma (humorista involuntario), publicada en 1950.
En
el prólogo a la primera edición se lee:
Mi compadre Margarito es de lo mejorcito
que tenemos por estos rumbos para eso de hacer versos. Mucho que le intelige a
eso y es rete estudioso y es un hombre de muy buena voluntad y muy caritativo y
muy alegador, que desfiende mucho al pueblo desvalido y quiere mucho a esta
población y, además, es mi compadre muy estimado y por eso no puedo negarme en
hacerle este Prólogo, pues él porfió mucho que se lo hiciera y que se lo
hiciera, y lo hago con mucho cariño, aunque salga mal, solamente por darte
gusto a mi señor compadre y fiel amigo.
Su inútil y S.S.
MELITÓN
PALOMARES.
Una rúbrica.
Asimismo,
en “Tres poetas de humor”, publicado en Alforja,
Revista de poesía, XI, Invierno 1999-2000, Eduardo Casar escribe:
Sin embargo, si hablamos de poesía
deliberadamente humorística, nuestro gran poeta en México es Margarito Ledesma,
calificado en su propio libro, Poesías,
como “humorista involuntario”. La contradicción entre “deliberadamente” e
“involuntario” es una más de las paradojas que rodean a esta obra cuya prólogo,
fechado en San Miguel de Allende en 1920, está firmado por el licenciado
Leobino Zavala, quien se supone que es el autor de las poesías y el creador de
la personalidad de Margarito Ledesma. [...] El humor de Ledesma afecta la
forma, creando frecuentemente equívocos por el imperativo de la rima consonante.
Otro de sus recursos es el empleo de notas aclaratorias a pie de página y, por
supuesto, la parodia de la propia personalidad del poeta Margarito.
Ahí
mismo aparece un comentario bajo el nombre de Guillermo Sheridan donde se sugiere
—quien desee leer todo el comentario, le recomiendo acudir a la página
directamente:
Es gracioso que don Margarito haya escrito
unos “Orillejos” que comienzan [...] Desde luego, don Margarito quiso decir “Ovillejos”,
como se llama en poética a esta estrofa (aa bb cc cddc) desde Cervantes [...] Obviamente
a don Margarito le sonó más “orillejos”...
En
las páginas 21 y 22 de Norte, Revistahispano-americana, Año XXXVIII, Número 219, correspondiente a los meses de
Septiembre-Octubre, aparecen una breve presentación, así como algunos poemas de
“Margarito Ledesma”, entre los que se incluye el referido “Orillejos”
acompañado por una nota: “Ya se entiende que se quiere decir ‘ovillejos’....”
Orillejos
¿Quién me llama la atención?
—El
Estación.
¿Quién hay que mis pesares
calme?
—El
Empalme.
¿Y quién sofoca mis males?
—De
González.
Por eso mi pobre corazón
tiene unas ganas fatales
de pasiarse por el Estación
del Empalme de González.
¿Qué como cuando hago rimas?
—Unas
limas.
¿Qué pueblo es el que más
quiero?
—Chamacuero.
¿Y quién murió alrededor?
—Comonfort.
Por eso con gran sabrosor
seguiré haciendo mis rimas
y gustando de las limas
de Chamacuero de Comonfort.
¿En dónde se ahogó mi tío?
—En el
río.
¿Dónde tu amor te pedí?
—También
allí.
¿Dónde juego a la baraja?
—En La
Laja.
Por eso, si no hace frío
en días que no se trabaja,
luego lloro y luego me río
junto al río de La Laja.
El
escritor guerrerense, Óscar Cortés Tapia (1960), realizó un trabajo digno de alabarse
con el libro Su inútil servidor, Margarito Ledesma (antología mínima de Leobino
Zavala) (1999).
Sic
transit gloria mundi [Lat. Así pasa
la gloria del mundo]
Para
una ingrata.
Te amé, te amé; mi amor era
infinito,
y cuando de mí dudabas,
¿te acuerdas…? Me preguntabas:
—¿Me quieres mucho, Margarito?
Te amé, te amé con embeleso
y tú deveras me amabas,
pues yo te pedía un beso
y nunca me lo negabas.
Mas todo en vano…!
Hoy, con mi paño en la mano
y bastante decepcionado de la
vida,
te veo y te digo. —¡Adiós,
mi vida!
Nota: Don Nacho el de la botica
fue el que me aconsejó que le pusiera este nombre. Yo no quería porque aunque
es mucho mi amigo y dicen que despacha
muy bien sus recetas y que es muy compadecido con los huérfanos y con los
necesitados, siempre me entró algo de recelo; pero ni modo de negarme porque
mucho me porfío y me porfío y hasta me dió algo de muina con él, y no tuve más
remedio. Se los advierto por si al caso resulta que no está bien el letrero,
para que sepan quién tiene la culpa; pero mucho se lo agradezco a don Nacho y
mucho le tomo a bien su buena disposición.
Las
elecciones
Yo no había visto elecciones
como las nuevas de ayer:
Gritos, palos, mojicones
y piedrazos a más ver.
Las urnas de votaciones
no eran urnas ni eran nada,
pues eran unos cajones
con la tapa desclavada.
Y los que estaban sentados
en la mesa, de respeto,
puros descuacharrangados,
casi sin ningún objeto.
A todos los que votaban
en contra del candidato
mucho que los carniciaban,
pasando así muy mal rato.
Y todo fue para nada
porque, echando maldiciones,
llegó al fin una parvada
y se robó los cajones.
Pues llegaron los malditos
nomás de golpe y porrazo,
echando pedradas, gritos,
y hasta uno que otro balazo.
Y de esos modos tan tristes
se acabaló la función.
La verdad, para esos chistes,
mejor que no haya elección.
Nota: Ni tantito así me
cuadraron esos nuevos modos de elecciones. Todo el santo día se lo pasaron
grite y grite y dícese y dícese cosas sin asunto mayor, y hasta dicen que don
Ambrosio manumitió a uno de los Olalde y le sacó la sangre de las narices nomás
porque era del otro partido. Yo, al ver esos destorlongos, pensé ponerle un
ocurso a la autoridad para que quiten ese modo tan feo de elecciones y vuelvan
a hacerlas como antes; pero, como calculé que no habían de hacerme caso, urdí
mejor poner esta fuerte poesía, para ver si así les cala tantito, y ya para el
otro año se dejan de esos mitotes y hacen otra vez las cosas como Dios manda,
sin tantos partidos ni tantos desórdenes; sino en buena conformidad como antes.
Fantasmas
Como
un inolvidable a la vez
que
espantoso recuerdo de una visión
que
vi en el camino de Neutla,
una
noche lóbrega y escueta.
Por el camino desierto
y entre aquella noche escueta,
vi que traficaba un muerto,
que era el alma de algún poeta.
Dando panicosos gritos,
andaba a tontas y a locas
y se azotaba en las rocas
como lo hacen los malditos.
Y agarrando mucho vuelo
y haciendo mucha boruca,
se revolcaba en el suelo
y se rescaba la nuca.
Y echando brincos violentos,
se alargataba en las peñas,
y hacía muchos espamentos
y hasta algo de malas señas.
Y luego más enojado
y con voz medio platónica,
gritaba desesperado:
“¿Donde estás, mujer felónica?”
Y se hincaba de rodillas
y, en su cólera traidora,
se golpeaba las costillas,
sonando como tambora.
Y echando un largo suspiro,
gritaba con voz platónica:
“¿Dónde estás, que no te miro?
¿Dónde estas mujer felónica?”
Era una visión horrible,
era una cosa tan fiera,
que se asustaba cualquiera
con ese espanto infalible.
Y yo también me asusté
y allí me puse a temblar,
tanto que luego me hinqué,
como queriendo rezar.
Pero, por más que trataba
de acordarme de algún rezo,
sólo ronquidos echaba
y hasta me dolía el pescuezo.
Luego con cierto recelo,
el espanto, poco a poco,
se revolcaba en el suelo,
como si estuviera loco.
Y echaba muchas bravatas
y hasta algo de maldiciones,
y se oían los revolcones
que se daba entre las matas.
No sé si sería un difunto
o si sería La Llorona,
pues andaba todo junto,
gritando como persona.
Y en esa furia tan loca,
se me arrimó un tanto cuanto,
y vi salir de su boca
un olor de camposanto.
Entonces, muy asustado
y viendo lo irremediable,
quise correr para un lado,
para no ser responsable.
Y, corriendo a troche y moche,
por no hacer un disparate,
me trepé en un cazahuate
y allí me pasé la noche.
Después, en la madrugada,
abrí los ojos con ansia;
creyendo hallar la fragancia
de su boca resmillada.
Y aquí fue lo mero malo,
algo que no tiene nombre:
¡Al apiarme de aquel palo,
ni señas hallé del hombre!
Entonces, con harto miedo,
temblando y de mala traza,
me fui corriendo a mi casa
a contarles el enredo.
Y esto no es cuento, es lo
cierto;
ésta es la historia completa
de haberme salido un muerto
que era el alma de algún poeta.
Lo creo porque, cuando andaba
haciendo aquellos esfuerzos,
entre los gritos que echaba
se oían unos como versos.
Y yo, que entiendo ese asunto,
pensé, sin hallar ni un pero:
“Margarito, ese difunto
es el alma de un compañero”.
Y esta es la causa y razón
y también es el motivo
por lo que esta cosa escribo
con toda satisfacción.
Por
el tabaco
Don Piedá vende un tabaco
que ya ni la disimula,
pues le cai al hombre flaco
como patada de mula.
Pues al que quiere chupar
y sentirse satisfecho
le da una tos en el pecho
que hasta se quiere hogar.
Y todo nomás por nada,
nomás por ganarse un tlaco.
Es bueno que la acordada
no admitiera ese tabaco.
Y si porfía en admitirlo
aunque dé mal resultado,
pues yo, con no consumirlo
mi negocio está arreglado.
Pues no quiero que por tonto
me venga una garraspera
y que luego, así de pronto,
se me seque la mollera.
Pues dicen que el mal tabaco
da resultados tan malos
como si a un cristiano flaco
le pegaran unos palos.
NOTA: Pongo este episodio para
ver si don Piedá piensa tantito y se quita de andar vendiendo ese tabaco que
tanto perjudica a la gente, pues dicen que lo cura con orines de jumento. Yo no
lo quiero creer; pero, por sí o por no, le pongo esta poesía, para que, si es
cierto, se enmiende, y si no, que no vaya a hacerlo, pues hasta ganas dan de
vomitarse con ese tabaco tan malo que mucho nos desacredita con los entrantes y
mucho da que decir de esta hermosa tierra, aparte de que agarra el pescuezo como
si fuera una sandijuela.
Al
río de La Laja
Que
corre dulcemente a las orillas
de
esta bendita tierra que me vio nacer.
¡Oh!, río de La Laja,
que ruidoso baja,
trayendo en sus aguas
troncones y naguas,
animales muertos,
indios medio yertos,
becerros hogados,
cuerpos aventados
y otros equipajes
que hay en los parajes
por ti atravesados.
Baja tu corriente
muy dulce y sonriente,
cuajada de lodo,
llevándose todo
lo que hay en la orilla,
y van en pandilla
tus aguas risueñas
arrancando peñas,
mezquites tumbando,
perros arrastrando,
milpas destruyendo
y, siempre corriendo
muy dulce y sonriente,
un montón de gente
vas antecogiendo.
Pero, sin embargo,
yo no te hago cargo
de tantas maldades,
y en mis soledades,
¡oh, río murmurante!
sueño delirante
con el alma toda
en hacer mi boda
junto a tus orillas,
en bailar cuadrillas
en tus enramadas,
y en tardes calladas,
tristes y sonrientes,
venir con mis gentes
a hacer tamaladas
y a comernos juntos
unas enchiladas,
mientras los inditos
llegan muy gustosos
con unos sabrosos
frijoles refritos.
NOTA: Ya saben que a mí me
gusta decir clarito las cosas y no andar buedando.
Esta poesía me la revisó y me
la corrigió un poeta de la Capital de la República, íntimo amigo y con el que
me carteo muy seguido, pues me dijo que a unos versos les sobraba y a otros les
faltaba, y también les cambió unas palabras por otras.
Yo pasé por todo y nada le
otorgué porque conozco sus buenas intenciones y sé que es muy gente y muy
católico y qué tan buen poeta no será que hasta canciones y corridos suyos
cantan los músicos andulantes en la calle, y además es mucho mi amigo y se lo
agradezco mucho.
Con todo y eso, la mera verdad
es que a mí me cuadraba más mi poesía como yo la hice; pero ya ni modo, no me
queda más remedio que aguantarme, pues si la pongo como estaba, dirá este buen
señor con mucha razón que qué Jaiz de amigo soy yo, que entonces para qué se la
mandé a corregir, y que si lo ha sabido, ni siquiera se ocupa ni pierde su
tiempo.
Ya ven, pues, que no se puede,
y aquererlo o no nos conformamos. Hay haber si en otra ocasión puedo ensañarles
mi poesía, tal como yo la hice, haber qué les parece, pues lo que es ahora...
¡ni pensarlo!
Lo
que va de ayer a hoy
Hace poco se usaban los Jefes,
pero hoy dicen que son
Presidentes.
Muchos sustos les dan a las
gentes
y siempre andan con tejes
manejes.
Y es que agarran a un
cualesquiera
y le dicen: “Ándale, tú
mandas”;
y se ponen tamañas parrandas,
y se cargan la gran borrachera.
Luego luego se fajan pistola
y se aplastan detrás de una
mesa,
y muy serios menean la cabeza
y todo el día se están dando
bola.
Y clavados, clavados de codos,
se disgustan con uno por nada,
y nos tratan con muy malos
modos
y hasta multan por una orinada.
Y aunque miren que gritan las
gentes,
ni tantito por eso se aplacan.
Lo que quieren es ver cuánto
sacan
y cansarse de ser Presidentes.
Si no, ahí tienen a Cármel el
Güero,
que jamás se pensó ser alcaide,
y ahora dicen que no le habla a
nadie*
y hasta trai unas botas de
cuero.
Y trepado sobre una sardina**
que parece barata de huesos,
va al mesón que con multas y
presos
está haciendo al voltiar de la
esquina.
Está bien y cualquiera procura
que las cosas ya cambien un
poco;
pero no que ajuarién cualquier
loco
y lo planten en la Jefatura.
Era bueno juntarnos en junta
y ayudando, aunque sea de a
poquito,
remitirle al Gobierno un
escrito
para hacerle una simple
pregunta.
Preguntarle si no cree prudente
que el abuso ya tenga relevo
y un buen Jefe nos ponga de
nuevo
en lugar del mentao Presidente.
Mas si sale el remedio casero
y se sigue poniendo esto feo,
la verdad yo mejor clausureo
y me quito de andar de
argüendero.
Pues si veo que ya no hay
ciudadanos
que le busquen el modo y
manera,
lo mejor es lavarme las manos
y que cada quien haga lo que
quiera.
* Ya muy bien sé que no se dice
naide; pero le puse así porque si no,
no casaba con alcaide, y entonces
habían de decir que no sé hacer poesía. Les hago esta advertencia porque ya
parece que miro a los lenguas largas de mi tierra muertos de gusto, sobándose
las manos y diciendo “¿Quiúbole?”, con harta risa.
** Caballo flaco y mal comido.
Como
Julieta y Romero
El corazón humano de la gente
es cual una vejiga que se
llena.
Echándole más aire que el
prudente,
se va infle y infle y infle
hasta que truena.
Y como el mío también es de
cristiano,
se ve muy atariado y sumergido,
pues si siguen cargándole la
mano,
el día menos pensado da el
tronido.
Ya lo ves, tus papás no se
convencen
y no me dejan platicar contigo.
Está muy bien, yo nos los
contradigo;
pero siempre está bueno que se
piensen.
Pues no pueden hallarse muchas
veces
personas como yo, que sean
honradas,
que sepan aguantar sus
pesadeces
y que no anden con chismes ni
asonadas.
Yo procuro granjiarlos cuando
puedo
y les doy la banqueta y los
saludo;
pero nomás se quedan como un
mudo
y me echan unos ojos que da
miedo.
Y aunque vean que uno sufre y
que se afana,
parece que les tiene sin
cuidado.
Ya ves, ya remacharon la
ventana
y al zaguán le metieron un
candado.
Y de arrimarme a tu balcón no
hay modos,
ni pisando quedito y sin
botines,
pues sale tu mamá y avienta
orines
y grita cosas para que oigan
todos.
La verdad que ya yo me
desespero,
y si siguen así estos asuntos,
no hay más remedio que
enyerbarnos juntos,
como lo hizo Julieta con
Romero.
NOTA: Julieta y Romero eran dos
enamorados muy conocidos que hubo hace muchos años. No he podido averiguar el
nombre del individuo ni el apelativo de la señorita, pues toda la gente los
mienta nomás así; pero dicen que, como los papás de la joven estaban muy
renuentes y no querían que tu viera relaciones con el señor Romero y por nada
de este mundo la dejaban que le hablara, pues ella les echaba un bebedizo en la
cena, y ya así de ese modo se pasaban toda la santa noche platicando por una
ventana. Pero, con todo y eso, pasaban tantos trabajos y se vieron tan
agobiados, que al fin acabaron por enyerbarse juntos para quitarse de padecer.
¡Dios Nuestro Señor los haya perdonado y los tenga en su Santo Reino, siquiera
por tanto como navegaron en este mundo! Y a eso es a lo que yo le tengo miedo.
Por eso pongo esta triste poesía, porque no quiero que vaya a suceder lo mismo
con nosotros.
¿Cómo
le haré?
Le mandé una cartita con
Delfina,
y no me
contestó;
le mandé otra con Luis el
mandadero,
y no la
recibió;
le envié un ramo de flores con
tía Sixtos,
y mucho
se enojó;
y ayer, que le tosí dos o tres
veces,
ni
siquiera voltió.
Yo quiero que me digan con
franqueza
cómo le
voy a hacer
con tantos quebraderos de
cabeza,
causa
de esa mujer.
Si paso por enfrente, se me
esconde;
si le escribo una carta, no
responde;
no se asoma al zaguán ni a la
ventana;
a misa siempre va con la mamá;
en la calle siempre anda con su
hermana,
y si hay bailecito, nunca va.
Nunca la veo en una serenata;
tampoco va el domingo a la
Estación.
Por eso estoy creyendo sólo
trata
de ponerme en terrible paragón.
Yo no estoy cierto si lo hará
deadrede
o por temor a enojo familiar;
si será de deveras que no puede
o la hará por hacerme repelar.
Mas como el modo no me
proporciona
de declararle este amor
inmenso,
la verdad... mejor pienso
poner los ojos en otra persona.
Sirve que así me quito
de andar como el perrito,
para allá y para acá,
muy serio, muy chistoso y muy
travieso,
nomás siguiendo el güeso,
mientras toda la gente... ¡ja,
ja, ja!
Y así me dejo ya del
quebradero,
y me evito también que la
cristiana
me ande nomás con hoy y con
mañana,
como si fuera un triste
limosnero.
Epigramas
Para
Baldomero Martínez.
A la sombra de los sauces
se andaba pasiando Juan…
No hay remedio, así es la vida:
¡Donde las toman las dan!
Una noche en la partida
me saqué como diez pesos…
No hay remedio, así es la vida:
¡Tienes que darme unos besos!
Dicen que sale un fantasma
trepado sobre un birloche…
No hay remedio, así es la vida:
¡No andes saliendo de noche!
Y en fin, para no cansarte,
no digo lo que te toca…
No hay remedio, así es la vida:
¡Mejor cállome la boca!
Por
las contribuciones
Dedico
esta triste poesía a todos los que tengan
picos
pendientes con la Duana, con el único fin de avisarles
que
se pongan listos y no vayan a verse en el penoso caso
de
que los dejen en la calle de la noche a la mañana,
como
le pasó a Nicanor Olvera.
Eso de las contribuciones
anda por aquí muy duro.
Si no pagas, te aseguro
que se adjudican tus
posesiones.
Pues aunque grites y te
enfades,
si no te pones muy chango,
te pasa lo que en Durango
que te especulan tus
propiedades.
Y si el caso se complica
y llega a cosas mayores,
los demontres de inspectores
te apean hasta la basinica.
Y no andes con sevasivas
ni quieras sacarles tratos,
porque esos hombres ingratos
te sientan por mientras vivas.
No empieces, pues, con idea
ni comiences a negarte,
pues pueden arcabuciarte
y nada se negocea.
Dicen que a los que se nieguen
los tratan sin compasión,
y avientan al aventón
y péguenle al que le peguen.
Por eso yo te aconsejo
que tú te pongas muy chango,
no sea que, como en Durango,
te quiten hasta el pellejo.
Por
el pan
El pan que ahora se fabrica
está saliendo muy malo;
sabe así como a botica
y ésta duro como un palo.
Las semitas y el birote
no se pueden ni mascar;
se atoran en el gogote
y hasta se quiere uno hogar.
Y en fin, sea por lo que fuere
está saliendo tan peor
que la gente ya no quiere
comprarlo ni al por menor.
Ya ven que soy el primero
en decirles la verdad,
aunque cualquier panadero
me retire su amistad.
NOTA: Estoy seguro de que
Atenógenes, el dueño de “La Camelia”, se va a poner muy enojado cuando lea
esto, y hasta es fácil que ya no mande a don Chón que me lleve el pan a mi
casa; pero primero está lo primero y el bien de mi pueblo, y todo lo demás me
tiene sin cuidado. ¡Alcabo más se perdió el año del velubio!
Becqueriana
La vi y la amé. Con muchas
preocupaciones
la seguí por la orilla del
mercado;
pero metiose en una zaguán
cerrado...
y desde entonces ya nunca más
la
volví a ver jamás.
Y en el corral, para que nadie
viera,
pensé, mientras vareaba un
frijolito:
¿Qué el amor es tan sutil y tan
fortuito?
Pues entonces ya nunca más
volveré
a mar jamás.
NOTA: Don Nacho el de la botica
fue el que me aconsejo que le pusiera este nombre, y mucho se lo agradezco,
pues no le quedó feo.
OTRA NOTA: El frijolito en
greña se varea con unos varejones largos, para que suelte la semilla y pueda
uno juntarla y alzarla en la troja. Lo pongo aquí para que lo sepan los que no
saben de semillas y no vayan a quedarse en ayunas de mi poesía.
Las cosas a tiempo
Bien
comprendo, mujer, por lo que miro,
que me
idolatras con amor ardiente.
Dímelo,
pues a tiempo, y tu pendiente
se
puede amenorar.
Pero si
sigues sin decirme nada
y en el
ínter encuentro otras querencias,
no me
vengas después con imprudencias,
queriéndome
alegar.
Pues,
como te quedaste sumergida
y no me
hablaste en forma clara y pronta,
yo no
tengo la culpa que por tonta
no me
sea ya posible poderte amar.
Por
una bailadora
¡Qué chulo y qué bonito baila
Nacha!
Se estira y se alarga cual
culebra,
y luego hasta parece que se
quiebra
de tanto que se dobla y que se
agacha.
Sabe bailar las jotas y
cuadrillas,
remolinea la pierna y alza el
brazo,
y luego hasta le truena el
espinazo
en ese baile que hace
sentadillas.
También sabe otros bailes muy
decentes
que dicen aprendió en la
Capital.
No sé si estarán bien o estarán
mal,
pero veo que les agrada a las
gentes.
Otras veces con un sombrero
chato
y un tápalo de barbas, muy
floriado,
se pasea sola de uno a otro
lado
y cante y cante toditito el
rato.
Pero en el baile que hubo en La
Palmilla,
traía unos choclos nuevos de
charol,
y me dio un taconazo en la
espinilla
que me hizo ver estrellas y
hasta el sol.
Y yo le dije que no había
cuidado,
que ni tantito así me había
dolido;
pero ¡mentiras!; me quedó
morado
y hasta un tanto cuanto
renegrido.
Y sentí unos dolores tan
violentos
que hasta de vomitar me dieron
ganas,
y todavía como a las tres
semanas
me estaban untando árnica y
fomentos.
Y por esa razón tal vez sería,
o por otros motivos más
pesados;
pero ¡palabra! que desde ese día
no me cuadran muchote sus
bailados.
NOTA: ¡Cómo me han de cuadrar,
si me dejó baldado por mucho tiempo, que casi no podía ni bullirme!
El
gran Napolión
Dicen que Napolión, cuando era
chico,
antes de andar metido en los
balazos,
se agarraba en la escuela a los
piedrazos,
pero con piedras que al momento
explico.
No eran piedras de tierra
declarada,
de las que aquí se ven en los
baldíos;
sino piedras de nieve manosiada
que se usan por allá en tiempo
de fríos.
Es decir, hacía bolas con el
yelo,
y todos los muchachos en unión
guerreaban y se daban harto
vuelo,
mandados por el grande
Napolión.
Y había descalabrados y hasta
heridos,
porque todos guerreaban por
iguales,
porque también en los Estados
Unidos
les cuadra, como aquí, ser
generales.
¡Cómo se echa de ver desde un
principio
los que tienen valor y son
entrones,
pues se ensayaban a guerrear
con ripio
para entrarle después a los cañones!
Y desde entonces se vio muy
clarito
que Napolión, el rey de las
batallas,
era muy de deveras hombrecito,
y ni fuerza le hacía de las
metrallas.
¡Oh, Napolión! ¡Oh, genio tan inclito!
Déjame que declare tus
victorias.
Ya verás que este humilde Margarito
también las puede con tus
grandes glorias.
Y ojalá que también en
Chamacuero
naciera un Napolión de esos
grandiosos,
que acabara con tanto limosnero
y que corriera a tantos
envidiosos.
NOTA: ¡Esta sí es poesía! ¡Esto
sí es bueno! Me la corrigió y me la compuso mucho un periodista de Celaya; pero
en todo lo demás quedó igualito a como yo la hice. ¡Esta sí me salió bien y de
todo mi gusto! ¡Bendito sea Dios!
Los
agarraderos
Todos dicen asustados
que hay un gran agarradero,
que a Joaquín el rebocero
lo agarraron los soldados.
Y dicen que a muchas gentes
las han agarrado ya,
y que nadie se les va
y que son muy exigentes.
Yo no sé si será cierto
o si serán puras levas;
pero, por viejas o nuevas,
yo ando con el ojo abierto.
Y para que no me agarren
todo desaprevenido,
voy a quitarme el vestido
y con manteca me embarren.
Así ya podré zafarme,
pues, como puerco encebado
yo creo que ningún soldado
será fácil agarrarme.
¡Ay,
qué cosas...!
Se han visto cosas muy duras
en estas revoluciones.
Estropicios, quemazones,
golpizas y colgaduras.
Al señor don Evaristo,
mayordomo de La Palma,
por poco le sacan el alma,
pues estaba muy malquisto.
Le rebanaron los pies
con un machete filoso
y hasta el cuero cabelloso
querían voltiarle al revés.
Las narices le achataron
con las patas de un caballo
y para darse más gallo,
hasta un óido le picaron.
Le dijeron hartas cosas
que no se pueden decir...
En fin, lo hicieron sufrir
vergüenzas muy vergonzosas.
Le jalaron las patillas,
le flamiaron el asiento
y, para mayor aumento,
le metieron zancadillas.
Le dieron hartos pisones
en los callos de los pies,
y con buñiga de res
le emporcaron los calzones.
Le doblaron las orejas,
le arrancaron el bigote,
lo hicieron correr al trote
con una pantuflas viejas.
Entre todos le pegaron
un montón de cachetadas,
y le dieron de patadas,
y en el común lo aventaron.
Y después de esta contienda
y de tan grandes fracasos,
le aventaron de balazos
y se fueron de la hacienda.
Por eso digo y repito
que en estas revoluciones
hay que andar con precauciones
y tener su valorcito.
¿Por
qué te tapas?
Al pasar junto a mi lado,
te tapas con el rebozo.
¿Pues qué crees estoy sarnoso
o que estoy descomulgado?
Pues no tengo nada de eso,
pues mi defecto mayor
es el tenerte este amor
que sin miedo te confieso.
Si no tienes voluntad
siquiera de contestarme,
yo creo que no hay necesidad
ni menos de avergonzarme.
Mucho menos todavía
de enredarte en el rebozo,
pues ya desde el otro día
te dije no estoy sarnoso.
La gente se entiende hablando
y aunque digas no me quieres,
yo he de seguir batallando,
porque así son las mujeres.
NOTA: Fíjense y verán cómo Tula
ha agarrado la mala imposición de taparse con el rebozo cuando me encuentra, y
por eso se lo digo aquí tan clarito, pues es una falta muy grande de educación.
Eso sólo se queda para la gente sin ninguna crianza; pero se me afigura que
sólo lo hace por quedar bien con los demás y por hacerse grande, pues cómo no
le iba a gustar que yo la mire bonito.
Disgusto
arreglado
A
mi estimado amigo don Procopio Delgado,
como
un recuerdo de la penosa diferiencia
que
tuvimos el día del Señor Santiago, a la vez
que
como una prueba de que no le guardo
ninguna
reconcomia con tan triste motivo.
Don Procopio me atrasó
con un seco que me dió;
pero yo lo amiserié
con un ¡zas! que le aventé.
Y así parejos los dos,
le dimos gracias a Dios,
y no fue necesidad
de quebrantar la amistad.
Pues él solo se quejó
que la boca se le hinchó,
y yo nomas me quejé
que un diente me resmillé.
Pero en resumen total
no resultamos tan mal,
y por eso entre ambos dos
le dimos gracias a Dios.
Y después del sofocón
y ya sin mala intención,
seguimos nuestra amistad
con toda regularidad.
Mi
perro canelo
Yo tenía un perro canelo,
un perro muy entendido;
nomás le echaba un chiflido;
y hasta botaba en el suelo.
Le decía “vete”, y se iba;
“quédate aquí”, y se quedaba;
“bájate de ahí”, se bajaba;
“sube”, y subía para arriba.
Le decía “dame la mano”,
luego luego me la daba;
le decía “baila”, y bailaba
como si fuera un cristiano.
Le decía “ven acá, perro”,
y luego luego venía;
sólo cuando no quería,
iba a esconderse en el cerro.
Todo lo que le mandaba
con mucho gusto lo hacía,
y si nada le decía,
él tampoco no hacía nada.
Tiraba piedras al cerro
y él iba y las recogía,
y luego hasta me traía
en vez de piedra, un becerro.
Pero no vayan a creer que era
un becerro grande, pues no hubiera podido con él; sino becerritos chiquitos, de
esos que todavía maman, y a veces un chivito o un puerco de tamaño mediano.
Era un perro de buen paso
que siempre me obedecía;
sólo cuando no quería,
entonces no me hacía caso.
Le decía “no hables”, no
hablaba;
“no comas”, y no comía;
“no tuesas”, y no tosía;
“no gruñas”, y no gruñaba.
Era una animal tan bueno
que todo, todo lo hacía.
¡Lástima que un policía
me le haya echado veneno!
NOTA: Muy bien sé que no se
dice “gruñaba”, sino “gruñía”; pero, si le hubiera puesto así, no había
resultado el verso, y entonces los que ustedes ya saben habían de decir que qué
feo le andaba haciendo yo. Por eso le puse “gruñaba”.
Don
Paco
Estaba en el Estación
esperando a Leandro Pérez,
cuando vi que unas mujeres
venían en un carretón.
En eso llegó don Paco,
el dueño del Cerro Prieto,
un español muy faceto
y montado en un buen cuaco.
A todos nos saludó
y a las mujeres también;
mas, como ya venía el tren,
del caballo se bajó.
Y, al ver apearse a don Paco,
gritó una de las mujeres:
—“Oye, Francisco, ¿no quieres
que alguno te cuide el cuaco?
—¿Francisco? —le pregunté
¿Y por qué así le dijeron?
—Porque ese nombre me dieron
desde que me bauticé.
—¿Pues qué no es Paco?
—¡Recoles!
—¡Eso mismo viene a ser!
—¡No! No es lo mismo comer
que aventarse frijoles.
Y es natural que me asombre
con esas gentes extrañas
que han agarrado las mañas
de andarse cambiando el nombre.
Y todos, muy pensativos,
nomás pensando, pensando,
nos fuimos cabalgando,
sin dar causas ni motivos.
NOTA: Hasta hoy, después de
tantos años de conocerlo, y eso por una mera casualidad, vine a saber que ese
señor que siempre he conocido como DON PACO se llama FRANCISCO. Yo no sé de
dónde saca la gente esos modos y esas mañas de andar cambiando los nombres
nomás a ojo. ¡Don Paco! ¡Don Paco! ¿Quién iba a adivinar que se llama
Francisco? Santo y muy bueno que a las que se llaman Jesús les digan Chuchas o
Chutas; a las Refugios, Cucas; a las Josefinas, Pepitas; a las Mercedes,
Meches; a las Manuelas, Memes; a las Cármenes, Mimís; a los Enriques, Totos; a
los Josemarías, Chemas, y así por el estilo, porque todo eso está muy clarito;
pero, ¿en qué cabeza cabe decirle Paco a uno que se llama Francisco? ¡La verdad
que se necesita estar dejado de la mano de Dios para hacer eso! En fin, más
vale callarse y no decir nada.
OTRA NOTA: Y a ver si ahora
adivinan quién me corrigió esta poesía, pues no crean que voy a decírselos;
pero fíjense qué modos de corregir. ¡Hasta parece que andamos en otro pueblo! A
ver qué dicen ahora. Ni siquiera se afiguran quién fue.
Giros
costales
Para remediar los males,
en casos de mucho apuro,
no hay remedio más seguro
que el de los giros costales.
Pues son unos nuevos modos
de mandar dinero fuera,
sin ruido ni polvadera
y a satisfacción de todos.
Don Pedro me platicó
que, en México andaba mal,
y con un giro costal
en dos por tres se arregló.
Pues fueron hasta el mesón
a llevarle su dinero,
y le pagó al mesonero
y se acabó la aflicción.
Muchas cosas me han contado
de esos giros sorprendentes
que ayudan mucho a las gentes
y dan muy buen resultado.
Pues, aunque uno esté muy
lejos,
como en ocasiones pasa,
nomás avisa a su casa
que anda mal en los manejos.
Y, al saber que uno anda mal,
se van luego a la Oficina
y con su buena propina
ponen un giro costal.
Y, aunque sea tarde o temprano,
buscan a uno con esmero
y le entregan su dinero
en la puritita mano.
Por eso en casos fatales
como los que estamos viendo,
les encargo y recomiendo
que usen los giros costales.
NOTA: Desde hace tiempo que
venía yo oyendo hablar de eso de los giros costales y de que son una cosa muy
buena para mandar dineros a otra parte o para que se lo manden a uno, aunque
sea de muy lejos; y nunca me había dado Dios licencia de preguntar cómo eran,
hasta que, de puritita casualidad, el lunes de la semana pasada, me encontré
casualmente a Pancho el Cintarazo que iba para el estación a mandarle un dinero
a una tía que tiene en Pachuca, y me convidó que lo acompañara. Y fue y le
pidió al Jefe del Estación un costalito de manta muy gruesa, más bien lona, y
echó cuarenta pesos adentro del costal, y luego, entre él y el Jefe, lo
amarraron y le cosieron la boca con un pita muy gruesa, y le pusieron unos
sellos de cera redetida con una vela, de color colorado, tirando a café, y le
colgaron por un ladito una etiqueta con el nombre de la tía y con el número de
la casa en que vive, y le dieron a Pancho un recibo y él pagó una gratificación
o propina y nos salimos muy tranquilos; pero me tocó también la buena suerte de
que, estando allí, llegó Nicolás el rosariero, y el Jefe le dio una cubierta o
sobre de papel amarillo muy grueso y echo adentro unos billetes de Banco y
luego entre él y el Jefe pegaron la cubierta y la cosieron con todo y billetes
con una pita, y también le pusieron unos sellos de cera color colorado, tirando
a cafecito, y encima de la cubierta escribieron el nombre y la dirección de la persona;
y luego pagó también una propina o gratificación, y se despidió y se fue.
Y así es como vine a conocer y
a darme cuenta de los mentados giros costales, que les han de decir así
seguramente por el costalito de manta en que echan el dinero, pues, aunque
también lo echan en una cubierta de papel amarillo cuando son billetes,
seguramente que les dejaron el mismo nombre para que no hubiera tanto enredo y
para no tener que decirles giros cubiertales o giros sobrales o de otro modo.
Yo no quise preguntar nada
porque no fueran a creer que soy tan ignorante y tan rudo; pero no dejé de
fijarme en todo y no dejó de darme gusto que de pura chiripa hubiera venido a
conocer los famosos giros.
Ahora sí el día que se me
ofrezca mandarle unos centavitos a alguien, voy a estrenar ese modo de envío
que muchos se los recomiendo, pues, además de ser muy seguro, por ir todo muy
bien cosido y amarrado y hasta sellado, es de bastante comodidad, pues dicen
que van y lo buscan a uno hasta que lo hallan para hacerle la entrega de los
respectivos fondos, sea la hora que fuere.
Pleito
de cobijas
Pues hoy amaneció la novedá
de que don Juan, el tío de Las
Clavijas,
tuvo un tremendo pleito de
cobijas
con su mujer, la güera Soledá.
Dicen que se acostaron muy
temprano,
porque desde en la tarde ya
hacía frío,
sin que hubiera tenido ningún
lío
y los dos de un humor bastante
ufano.
Mas parece que, ya en la
madrugada,
don Juan quiso voltiarse de
ladito,
y jaló las cobijas un tantito,
y dejó a la mujer descobijada.
Doña Chole, al sentirse en ese
plan,
trató de remediar la situación,
y les dio a las cobijas un
jalón
y sin querer, descobijó a don
Juan.
Y don Juan, todavía medio
dormido,
sin saber ni la causa ni el
origen,
gritó con fuerte voz: “¡No
descobijen!”,
y jaló el cobertor y echó un
bramido.
Y doña Soledá, muy asustada,
entre dormida aún y entre
despierta
sintió que la dejaban
descubierta
y le dió otro jalón a la
frezada.
Mas don Juan, a su vez, muy
sorprendido
y todavía entre sueños y algo
inerte,
les dió a las tilmas un jalón
tan fuerte
que también doña Chole dió un
bramido.
Y, como eran así dos voluntades
que jalaban con rumbos
diferentes,
llegaron a ponerse tan
renuentes
que de una colcha hicieron tres
mitades.
Lo peor es que, al estarse
jaloniando,
a oscuras y enojados de ribete,
no dejaron de darse algún
moquete,
y dicen que ya se andan divurciando.
Mas la culpa de tales asonadas
y de tales disgustos cobijeros,
la tienen los demontres de
obrajeros,
por hacer tan angostas las
frezadas.
¡Ojalá que en Gobierno les
exija
tejer unas frezadas competentes,
que tapen bien a las dormidas
gentes
y eviten esos pleitos de
cobijas!
NOTA: Como don Matías el
frezadero es mucho mi amigo, no quise mentarlo personalmente en el argumento de
mi poesía para que no fuera a darse por aludido y a quererse ofender; pero la
verdad es que todos los frezaderos, sin zafar a mi amigo don Matías, hacen unas
cobijas tan angostas que con tantito que uno se voltié descobija al otro, y con
más razón si los dos son algo gordos y a ambos dos les gusta jalar parejo.
Sería bueno que los susodichos
frezaderos pensaran un poco y hicieran las cosas de otro modo, pues ¿cómo
consideran que con una cobija de vara y media de ancha, y hasta de una vara y
dos tercias, van a cobijarse bien dos personas, y menos estando dormidas las
dos? Porque todavía estando despiertas es más fácil, pues con prudenciar un
poco una de ellas y quedarse descobijado toda la santa noche, mientras el otro
se dedica a roncar muy bien tapado, o con agarrar otra cobija y taparse por
cuerda separada, todo está arreglado; pero, estando dormidas las dos, ¿qué
quieren ustedes que haga una gente privada y embebecida por el sueño?
Precisamente de allí viene ese dicho tan conocido y que hasta parece un
evangelio chiquito, que tanto usa la gente y que dice: “No jalen que
descobijan”.
Yo creo que el Gobierno debiera dar una orden fuerte para que las
cobijas sean siquiera de tres varas de ancho las más menos, sin perjuicio de
dejar aucción para que puedan hacerse otras más anchas, pues muy bien se echa
de ver que, ya con vara y media por persona, es más difícil taparse y, además,
queda un mediano margen para que cuelgue a cada lado del catre, como sobrecama
o caido, para un caso de emergencia.
Hora que también hay que
convenir que el Gobierno no puede estar en todo y ponerle remedio a todo, pues
el otro día andaba aquí un gringo tan gordo que ha de haber sido de la Panzagonia,
pues tenía una panza como cinco veces la de Pancho Álvarez el cantor, y que ni
con una cobija de seis varas de ancho se hubiera alcanzado a tapar él solo,
contimás con otra persona. Así es que allí si ni modo de exigirle nada al
Gobierno, pues con todo y la orden fuerte el hombre se hubiera quedado
descobijado y con más de media barriga de fuera.
Por eso en ciertas ocasiones es
mejor quedarse callado y no decir nada.
OTRA NOTA: Pancho el Secretario
del Juzgado fue el que me aconsejó que en la nota anterior pusiera eso de
taparse o cobijarse “por cuerda separada”, pues dijo que eso se usa mucho en
los Juzgados y que así se entiende bien lo que quiero decir en dicha NOTA.
Lo
atrasaron
Mi compadre Salomé
tiene las piernas como arcos.
Cuando lo encuentra don Marcos
le da risa y le hace: ¡Meee!
Y se va luego de allí,
riéndose con harta risa,
y hasta babea la camisa
de lo mucho que se ri.
Y dicen que así ha de estar
porque siempre anda en el bordo
en un caballo tan gordo
que hasta puja al caminar.
Otros dicen que tal vez
porque se cayó de un macho
y, como andaba borracho,
se le enchuecaron los pies.
Otros, porque unos traviesos,
como al modo de ladrones,
lo dejaron sin calzones
y se le enfriaron los güesos.
Otros, porque al jinetear,
le amarraron los zapatos
y, a resultas de esos tratos,
ya no los pudo enderezar.
Otros, porque de un bostezo
de las regiones internas
se le pandiaron las piernas
y se le acható el pescuezo.
Andan también las hablillas
que se cayó de una casa
y se quedó de esa traza
por haber caído en cuclillas.
Y algunos hasta lo acusan
de que sufre esos deslices
porque tiene unas narices
de esas que ya ni se usan.
Dicen otras muchas cosas
y train tan grande mitote,
que era bueno encajar al bote
a esas gentes enredosas.
Pero yo digo y repito
que quedó así de burlesco
porque lo pararon fresco
cuando estaba chiquito.
NOTA: Si no fuera porque mi
compadre Salomé es mucho mi amigo, yo me quedaría callado sin boquiar palabra;
pero la verdad, no es justo que lo anden acriminando como lo acriminan, ni
achacándole cosas tan pesadas, ni menos andar diciendo que está así por tener
unas narices de esas que ya no se usan, porque, en primer lugar, no es cierto
que hayan dejado de usarse pues yo he visto muchos, como don Apolonio y otros,
que las tienen por el estilo, lo que prueba que todavía se usan, y en segundo
lugar, que ellos no tienen las piernas chuecas, lo que también viene a probar
que el que es causa de la causa no es causa de lo causado, como dice Pancho el
Secretario del Juzgado Único Municipal. Por eso pongo esta disculpatoria poesía
para que no sigan hablando sólo por hablar, pues lo cierto es que una tía que
quería mucho a mi compadre Salomé y que se llamaba doña Estéfana Campuzano tuvo
la bondad de pararlo cuando todavía estaba muy tiernito, para ver su ya comenzaba
a dar pasitos el niño, y qué pasitos ni qué pasitos, lo que sucedió fue que lo
dejó atrasado para toda la vida, pues, habiéndolo parado fresco, las piernas se
le hicieron curvas como arcos y ya no pudieron enderezárselas; pero él no tiene
la culpa de eso, pues ni siquiera hablaba ni pensaba todavía. Hora sólo falta
que digan que sí la tiene y que sí la tiene, pues así son las gentes, no crean.
También quiero aclararles que
algunos tienen el costumbre de que cuando van a jinetear les amarran los
zapatos por debajo de la panza del toro, para no cairse, y lo malo está en que
no les amarran los zapatos solos, sino con todo y los pies adentro; y con los
respingos del toro y las alagartadas que se da y los chiflidos de la gente y la
polvareda y luego el trabajo de desamarrárselos y hasta una que otra razón que
les gritan las gentes desconcideradas... pues de allí vienen esos malos
resultados, con lo cual acabó de atrasarse el pobre de mi compadre. Aunque,
venido a ver, ¿quién se lo manda? ¿Para qué anda de mitotero?
Puras
mentiras
Estuvo aquí de visita,
en casa de don Joaquín,
un señor medio catrín
de bastón y de levita.
Dicen que era un preceptor
de la propia capital,
y le cuadraba el mezcal
y, si había pulque... mejor.
Traía tamaña leontina
y un reló quesque de plata.
Yo creo que era de hojelata
y no de lámina fina.
También portaba unos lentes
que abajo tenían arquitos,
para mirar a las gentes
y para ler los escritos.
Me explicó Pancho la Puerca
son lentes de dos reflejos:
uno para ver de lejos
y otro para ver de cerca.
Y, según me dio a entender
con palabras provechosas,
lo de arriba es para cosas,
lo de abajo para ler.
Y el que los trai no se priva,
pues sólo tiene el trabajo
de alzar los ojos pa arriba
o de bajarlos pa abajo.
También usaba un bastón
que adentro traía un paraguas,
y él decía que en tiempo de
aguas
nomás le daba el sacón.
Era un hombre muy chocoso,
muy tieso, muy estirado,
que me caía muy pesado
y que era muy mentiroso.
Pues, muy cruzado de pierna,
se soltaba miente y miente
y hasta espantaba a la gente
al platicar de un tal Berna.
Decía que Berna era oriundo*
y de tantas garantías,
que le dio la vuelta al mundo
en menos de ochenta días.
Y que era un hombre tan probo,
tan vivo y de tantas ganas,
que anduvo cinco semanas
trepado arriba de un globo.
Y casi sin descansar
ni darse ningunas treguas,
caminó veinte mil leguas
sumido abajo del mar.
Y contaba algo más grave:
que sin alas ni otras trazas,
volaba cual si fuera ave
por encima de las casas.
Y, cual Judas Iscariote,
quería, sin razón ninguna,
con un cañón muy grandote
darle un balazo a la luna.
¿Qué les parece? ¡Caray!
Hay que quitarse el sombrero,
pues salió más embustero
que don Lencho Garibay.
Lo que no entendí muy bien,
porque no hablaba a las claras,
si fue el mismo Berna o quién
el que hizo cosas tan raras.
Mas, sea el que serse, no
cuela,
y aunque sean buenas sus miras,
ese montón de mentiras
no se las cree ni su abuela.
NOTA: La verdad es que, por
pura pena y por ser un hombre tan raro y tan chocoso, no me arresgué a
preguntarle quién es ese mentao Berna del que nos contó tan grandes mentiras.
Yo tanteo que se trata de mi compadre. Bernabé Contreras, al que todos le
decimos Berna o don Berna por puro cariño y porque es un amigo muy cabal y muy
parejo y que hace como unos cinco años que se fue para Cholula, donde espero en
Dios que viva todavía, pues no ha sido bueno para mandarnos un recadito o
siquiera unas saludes con alguien. Y creo que pueda ser él porque no hay por
aquí otra persona a quien le dígamos don Berna y porque, además, mi susodicho
compadre era muy ingenioso y le gustaba mucho hacer inventos, pues no se me
olvida que una vez nos enseñó a agarrar ratones con una cazuela bocabajo y un
tejamanil con carne en la punta y, además, porque muchas veces llegó a decirme
que tenía muchas ganas de conocer el mar y de andar mar adentro (fíjense, mar
adentro), y una vez que unos cirqueros echaron aquí un globo, hasta pagaba
porque lo dejaran subir, aunque fuera amarrado del trapecio, y siempre andaba
diciendo que qué bonito se sentiría poder volar como los zopilotes y que qué
bonito conocer todo el mundo. Voy a ver si puedo indagar su dirección para
escribirle y darle a saber lo que ese hombre nos vino a contar aquí, para que nos
diga si es cierto y si no, para que no lo ande descreditando con esas mentiras
que ni que fuéramos chiquitos y que hasta puede pensar la gente que él es el
que le dice que las cuente para hacerlo quedar bien. Pero, pensándolo bien,
mejor no le escribo porque, como ni más hemos vuelto a tener razón de él desde
que se fue para Cholula, a poco ya se murió y hasta la estampilla pierdo. No,
mejor no le escribo.
OTRA NOTA: Oriundo es la
persona que le gusta andar mucho y que nomás anda de allá para acá y que no le
gusta estar en su casa, sino ande y ande por todas partes. Esto lo supe por el
Padre Olguín porque una vez, platicando de un señor que estuvo por aquí una
temporadita y luego se fue y después volvió a venir y luego volvió a irse y de
nuevo volvió a venir y otra vez se fue de nuevo, me dijo que ese señor parecía
oriundo de aquí, pues nomás andaba yendo y viniendo y conforme se desaparecía
se volvía a aparecer otra vez. Se los digo porque es fácil que algunos no sepan
lo que quise decir y hasta vayan a pensarse que quién sabe qué sería lo que
quise decir.
NOTA DEL EDITOR: Yo creo que a
Don Margarito le pasó en este caso lo mismo que cuando asistió a la corrida de
Silveti, o sea, que no vio ni oyó bien de qué se trataba, y a eso se debe que
haya confundido a Julio Verne, de quien seguramente estuvo hablando el
“preceptor”, con su compadre Berna; trocando así los conceptos e
interpretándolos a su modo.
A
Mario Talavera
Leída
en el homenaje que se tributó
al
inolvidable MARIO en el Teatro
Angela
Peralta de San Miguel de Allende,
la
noche del 31 de octubre de 1953.
“Dice la gente que a Churchíl
Wistón
le dieron por allá un premio
Nobél,
porque ha escrito novelas a
granel
y las sigue escribiendo de a
montón.
“Y si a Churchíl, allá por sus
terrenos,
le dieron ese premio que les
digo,
a MARIO, que es de acá y es más
amigo,
le tendremos que dar dos, por
lo menos.
“Porque si aquel señor, por sus
novelas,
le dieron por allá un premio
Nobél,
a MARIO, sin andar con
pretensiones,
es justo que le den en San
Miguel
un premio Cancionél por sus
canciones,
y por sus cuentos, un premio
Cuentél.
“Y hasta se me hace poco lo que
digo,
pues muy justo y legal yo
considero
le den otro de ser muy buen
amigo
y otro, además, por ser muy
buen torero.
“Y así verán en los Estados
Unidos,
o donde dichos premios estén
dando,
que no estamos aquí tan
sumergidos
y los damos también de cuando
en cuando.
“Y no es por presumir ni darle
infúlas,
ni hablar tan sólo por estar
hablando;
sino porque hace piezas tan
rechulas
que hasta parece que me estoy
casando.
“Díganmele a don Mario, ahí de
pasada,
que no le ande pidiendo a nadie
frías,
que yo le puedo hacer hartas
poesías
para que él les componga la
tonada.
“Y así, ya juntos y en un solo
grito,
verán los lenguas largas de mi
tierra
lo que puede este humilde
Margarito
ya unido con el MAISTRO
TALAVERA,
“¡Dios quiera que se le haga
este alto honor
a su atento y seguro servidor!
MARGARITO LEDESMA. Rúbrica”.
El exquisito sabor del mal gusto de Hiram Barrios, texto sobre Leobino Zavala y Margarito Ledesma.
El exquisito sabor del mal gusto de Hiram Barrios, texto sobre Leobino Zavala y Margarito Ledesma.
jajajaja Muchas gracias, habia estado buscando informacion sobre Don Leobino y poemas de Don Margarito, que en el perfil llevará la penitencia de haberse poseido el "don" que pocos tenemos... saludos!!
ResponderEliminar—Muchas gracias a ti por leer, José. Te adelanto que dentro de poco nutriré esta selección con más poemas del gran Margarito Ledesma. Mientras tanto te mando un saludo cordial.
Eliminar¡Sería genial!¡Gracias!
Eliminar—Estimado José: Tal como prometí hace algún tiempo, he agregado más poemas de Margarito, y corregido algunos errores. Ojalá dispongas de tiempo y te des una vuelta. Saludos cordiales.
Eliminar¡Muchas gracias! ¡Lo checo de inmediato!
EliminarExcelente humor!!! jajajajaja felicidades por su trabajo :)
ResponderEliminarHola Cesar... Felicidades por tu blog y gracias por publicar acerca de mi paisano. En Comonfort (Chamacuero) aún existe la duda sobre si el personaje fue real o fue invento. La polémica es porque mucho de lo que se cuenta en poemas fue real, y la justificación es que solo una persona que vivió en Chamacuero puede relatar con tal detalle esas historias. Existe, de hecho, el auditorio municipal con el nombre "Margarito Ledesma". Saludos y felicidades nuevamente.
ResponderEliminar—Muchas gracias por sus comentarios, así como por la información. Me disculpo por responder hasta ahora, pero no recibí notificación alguna. Saludos afectuosos.
EliminarMuy interesante lo que nos ha permitido leer de este personaje que llenó de humor y alegría toda una época.
ResponderEliminar¿No tendrá por ahi, algo de lo que escribió mi paisano también de apellido Ledesma (Luis G. Ledesma) que nos los pudiera dar a conocer?
Le agradezco de antemano su fina atención y reciba mi afectuoso saludo.
Jesús Hernández Almeida.
—Estimado Jesús: Muchas gracias por sus generosos comentarios. A decir verdad, Luis G. Ledesma es uno de esos autores olvidados cuya obra me interesa rescatar. Desde hace tiempo tengo la idea de conformar una entrada dedicada a él, pero he de confesar que no he dispuesto del tiempo para hacerlo. Por otro lado, en una visita reciente que realicé a Guanajuato, también busqué algún libro de otro escritor casi desconocido: Luis de Mendizábal.
EliminarEn esta bitácora hay algunos epigramas de su paisano. Espero, con prontitud, conformar una entrada exclusivamente dedicada a él.
http://caesarisnv.blogspot.mx/2011/10/algunos-epigramas-en-espanol.html
Le mando saludos afectuosos, y le agradezco que se haya tomado la molestia de escribirme.
César Navarrete.
Esto es un documento histórico y un monumento literario por favor avisen cuando se impriman alguna edición de este fantástico libro
ResponderEliminaryo tenia este libro, y no lo he vuelto a encontrar, y me preguntaba quien más lo recordara.
ResponderEliminargracias por tan agradables recuerdos pues mi papa tenia este libro y nos
ResponderEliminarLeia en la sobremesa y pasábamos ratos muy agradables
Me encanta Margarito!! Recuerdo una que decía: Dicen que anda diciendo Don Teodoro que yo les tengo miedo a muchas gentes, que mucho le rehuilo a los transeúntes y que cuando hay timultos hasta corro…
ResponderEliminar